LA HISTORIA ES NUESTRA | La Revolución interrumpida de Guatemala. (Parte VII)

Jacobo Árbenz profundiza la revolución.

Por Daniel do Campo Spada

Jacobo Árbenz ganó las elecciones de 1951 apoyado por el Partido de la Revolución Guatemalteca y el sector nacionalista1 del ejécito, superando a Miguel Idigorat Fuentes (1895-1982). Apoyándose en la tarea sembrada por su predecesor Arévalo, buscó seguir avanzando en un camino que convertía a Guatemala en una perla de la región centroamericana.
Entre los postulados principales que concretó estuvo bregar por la independencia económica, inclinación que empezaba a ser importante en el continente. Mas allá de la enumeración como postulado del peronismo en Argentina, también las experiencias de Chile, Bolivia, Perú y Venezuela parecían ir en ese sentido. Aquí hay que dejar afuera a Brasil, que tras la segunda guerra y el suicidio de Getulio Vargas (1892-1954)se convirtió en un territorio diseñado por los Estados Unidos para expandirse en América del Sur. La idea de “vivir con lo nuestro” estaría en los postulados de la posterior creación de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL, creada en 1948).
Si bien nunca se bosquejó siquiera salir de un sistema capitalista, sí cabe aclarar que se buscaba ampliar el mercado interno y fundamentalmente en lo referido al consumo popular. La presencia compensadora del Estado esencialmente en el área de servicios e infraestrutura era la marca del Gobierno. En las reformas educativas que expresamos en párrafos anteriores se buscaba mejorar la calidad de vida de los habitantes del país aplicando distintas herramientas que fueron desde el mejoramiento del nivel educativo, las leyes laborales y el poder adquisitivo.
Considerando la presencia, que redundaba en injerencia, de la United Fruit and Company (UFCo) el general Árbenz pergueñó la construcción de un puerto de capitales nacionales, atendiendo que el único que había era el de la empresa estadounidense.

La reforma agraria.

La llamada reforma agraria ha sido desde la expulsión de los españoles de nuestra tierras un tema pendiente y que inmediatamente pone en acción destructiva a las fuerzas oligárquicas y sus serviles cancerberos. Es el tema más temido por los gobiernos populares y el caso de Guatemala no era la excepción, por lo que este elemento es quizás el más revolucionario de todo lo implementado. La presencia de la United Fruit es la parte negativa de la historia política de América Central. Muy tempranamente mostró el efecto negativo que tienen las empresas transnacionales que Estados Unidos ha expandido por el mundo.
La flamante Constitución de 1945 no solo frenaba la expansión de los latifundios sino que además prohibía la formación de nuevos. La idea central era que aumentara la cantidad de productores, acompañados por asistencia técnica y créditos dados por el Estado.
En 1952, el Presidente Árbenz a través del denominado Decreto 900 realizó modificaciones que según algunos autores (como es el caso Beatriz Ruibal) lo asemejaba a la experiencia mexicana. Para ello se terminó con un encubierto feudalismo reemplazándolo por un capitalismo de pequeños productores. En ese esquema se incluyó el impulso de pequeñas industrias procesadoras que permitieran darle un valor agregado a lo producido por la tierra.
Para evitar la creación de pooles agrarios encubiertos solo se podía arrendar el 5 % de la cosecha, por lo que haría inviable y poco tentadora la posibilidad de crear super-estructuras comerciales donde nuevamente se produjera una concentración en manos de los más poderosos. Por eso, las tierras que no eran trabajadas por sus dueños, al igual que las que estuvieran en forma improductiva, podían ser expropiadas por el Estado para reasignarlas a nuevas familias en una temporalidad vitalicia. En los repartos se buscaba que nunca se tuviera menos de 90 hectáreas, buscando la sustentabilidad de la producción. El máximo a tener era de 280 hectáreas.
La United Fruit fue expropiada en marzo de 1953 de 219.159 acres en la zona del Pacífico y de 173.790 en el Atlántico. Por ello el Estado les pagó 627.000 y 557.000 quetzales respectivamente. Los yanquis consideraron que la medida era arbitraria, mas allá de que era el primer país de América Central que se atrevía a tomar una decisión soberana por sobre su soberbia territorial.

Para que las familias que pasaban a tener su propia explotación no se encontraran presos de préstamos usurarios de bancos privados, el Gobierno creó el Banco Agrario Nacional con una oferta de tasas blandas y accesibles. El mismo articulaba con el Departamento Agrario Nacional quien a su vez se apoyaba en los Comité Agrarios locales. De esta manera se evitaba una burocratización en la Capital que podría redundar en una lenta acción en la base.
La aplicación de la política agraria tuvo algunas fallas como consecuencia de problemas en la planificación en un sector que se había movido en el marco de un oscurantismo apto para las peores corrupciones. El Estado desconocía el alcance de los grandes latifundios, que se mantenían en las sombras y de los que empezó a tener conocimiento cuando los Comités Agrarios Locales empezaron a barrer el territorio. Eso redundó en una lentitud suficiente que permitió que situaciones de explotaciones irregulares (de tierras y campesinos) se prolongara más allá de lo deseado.
A pesar de los problemas mencionados se expropiaron 1.889 propiedades que pasaron a las manos de 500 mil personas2. La producción aumentó creciendo las exportaciones de maíz, trigo y azúcar teniendo como destinos desde el vecino país El Salvador hasta México. Esto hizo crecer en forma pronunciada el PBI (de 1952 a 1954 un 20 %) aumentando en forma simétrica el consumo interno.
Ruibal consideró que “el fin de la Reforma Agraria era impulsar el país hacia el capitalismo. Estaba dirigida a afectar a la gran hacienda improductiva y mantenía el latifundio económico de cualquier extensión. Las tierras eran expropiadas mediante indemnización y no se establecía una política agraria de colectivización. Se trataba de convertir al campesino semi-siervo en obrero agrícola o pequeño propietario y ampliar su poder de consumo sobre el que se asentaría la producción industrial. (…) En ningún momento Arbenz pensó quemar etapas y pasar al socialismo”3.

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