ESTALLIDO EN FRANCIA

Por Angel Saldomando.

Por los avatares del exilio y las vueltas de la vida viví casi una década en Nanterre, la comuna de la periferia oeste de Paris en la que ocurrió el homicidio de Nahel, 17 años, por un policía en un control de circulación vehicular. También allí se inició el estallido de furia juvenil, en gran parte, que se extendió casi por toda Francia. Nanterre fue una comuna obrera, popular y de inmigrantes, con barrios marginales. Pero ahora no es una comuna pobre, tiene buena infraestructura, gobernada por la izquierda desde la posguerra, los jóvenes gozan de buena salud y los hijos de inmigrante hacen rato que son franceses nacidos allí. Sin embargo, el malestar se ha acumulado. Los condimentos del estallido son conocidos y tienen antecedentes de larga data. Discriminación racial e identitaria, violencia policial sesgada por ella, desigualdad social y territorial. Una suerte de guetos sociales que segmentan las periferias de las grandes urbes y otras zonas, incluidas las rurales. Las consecuencias en destrozos y agresiones y la respuesta oficial, un masivo y militarizado despliegue policial con centenas de detenciones, jóvenes en su mayoría, son conocidas.
Transcurridos ya varios días de disturbios importa abordar lo que revelan los acontecimientos y los duros debates que cruzan la sociedad francesa. Algunos de ellos no muy lejanos de nuestras realidades.

La grieta.

Francia ha sido siempre una sociedad discriminatoria y neocolonial en el tratamiento de sus sectores populares y de los originarios de sus excolonias. La posguerra y la reconstrucción generó en base a un pacto social, el desarrollo de procesos inclusivos y de redistribución que fundaron los que se llamó los “30 gloriosos”. El periodo que va desde 1945 a 1975. El trabajo, la escuela, los servicios públicos y la seguridad social fueron factores de integración social, aunque la movilidad social ascendente siguió siendo limitada. Fue la versión francesa del estado providencia. Entre 1975 y 1985, se inició una profunda reversión del modelo social. La globalización neoliberal, la unión europea alineada, cada vez más, con ese proceso, atacaron el estado providencia, destruyeron sectores enteros de la industria, generaron bolsones de desempleo duro y desmantelaron poco a poco los mecanismos de inclusión social. Incluidos la educación y la salud, ahora fragilizadas. Aumentó la pobreza y la marginalidad. En los últimos 35 años Francia se fracturó cada vez más, aunque la sociedad ha resistido en diversas formas. En 1983, un principio de estallido social fue canalizado a través de la gran marcha por la igualdad. Se han producido huelgas masivas y generales como la de 1995 y 2010, manifestaciones, estallidos sociales como el de 2005. El de los chalecos amarillos en 2018 y la más reciente movilización nacional contra la reforma de las pensiones en 2023. Las tensiones de todo tipo han aumentado y la imagen de una república inclusiva ha volado en pedazos junto con el pacto social, en beneficio abierto de los grandes grupos económicos y de las elites acomodadas en el sistema en perfecta sincronización con el. El caso del presidente Macron es emblemático. Un tecnócrata surgido del sector financiero y que gobierna para el. Francia se ha desfondado por abajo y la grieta social es profunda. Ni las instituciones ni la clase política asumen este proceso y sus consecuencias.

Desplazamientos profundos.

El desmantelamiento del estado providencia y la ruptura del pacto social tiene profundas consecuencias sociales y políticas. La derecha ha vaciado completamente el discurso republicano de igualdad e inclusión. Lo ha sustituido por los clásicos neoliberales, equilibrio fiscal con ajuste, competitividad y modernización sobre bajos salarios, flexibilidad laboral, deslocalización industrial.
La derecha política y económica ha abandonado el pacto social y ello hace más difícil las relaciones sociales, los conflictos más duros y el pretendido dialogo social se convierte en una pantomima. No hay interlocución posible.
Es en el nivel más profundo que los proyectos de sociedad se están desplazando en Francia.
La gran línea de continuidad sigue estando en el imaginario colectivo y cada vez menos en la realidad: El pacto social, el Estado providencia regulador, integración social por el trabajo y la educación, negociación social corporativa sindicatos empresarios, redistribución, aunque paulatina, de la riqueza.
Los vientos de la globalización liberal, es decir: liberalización, mercantilización de la sociedad, estado mínimo y privatización -disminución de derechos máxima, junto con la tendencia dominante en Europa de adaptarse a ella; ha chocado permanentemente con el modelo social francés. Ello ha generado nuevas líneas divisorias.
La línea de la adaptación neoliberal, dominada por los grandes grupos económicos y financieros encarna este desplazamiento, lleva a la derecha clásica a renunciar al pacto social y a la socialdemocracia a transformarse en social-liberales, es decir liberales con preocupaciones sociales pero adaptables a todas las exigencias del mercado global. De allí nace el abandono de la tradicional diferencia izquierda-derecha. De hecho el partido comunista es una ínfima minoría, el partido socialista igual y la Francia insumisa nueva expresión de la izquierda y los ecologistas han surgido en el nuevo contexto.
A medida que las consecuencias negativas se acumulan, crecimiento bajo, concentración de la riqueza, aumento del desempleo y la pobreza, reducción de la protección social y de la integración por el trabajo y la escuela, la frustración y el descontento minan el discurso de la adaptación a ultranza. De allí surge la exacerbación del malestar, los prejuicios nacionalistas y xenófobos, un nacionalismo reaccionario, animado por una extrema derecha en franco crecimiento. Los “modernos” socio-liberales han terminado por fundirse en una sola corriente política con la derecha, qué por conveniencia de espacios políticos, cuoteo de puestos y clientelismo electoral no osaba reconocerse como tal. Eso obligaba a mantener las “diferencias” entre socialdemocracia y derecha clásica en cada elección, aunque al final no hubiera mucha diferencia en las políticas.
Así las cosas, la corriente socio liberal, que representa Macron es una verdadera estafa, que hace todo lo contrario de lo que promete, partidario de la adaptación es una nueva combinación de la derecha y la socialdemocracia conservadora. Juntos llevan a Francia a la ruptura con el pacto social progresista.
Como si fuera poco, se asombran del crecimiento de la extrema derecha, de los populismos nacionalistas. Más de un tercio del voto obrero va ahora a la extrema derecha en Francia, junto con la mayoría del voto rural, y buena parte de empleados y marginalizados. Mientras que en los jóvenes cunde la abstención y en las generaciones salidas de la inmigración, el desfase critico con el país que los vio nacer pero que nos lo reconoce.
Parte de las clases medias de las grandes ciudades le han quitado el piso a la derecha tradicional. Otra parte se ha dividido. El pacto de las elites con la globalización liberal deja mucha gente en el camino y un descontento mayor, su discurso no puede más que intentar disfrazar esto con la pretendida modernidad y una manipulación sin recato. El cinismo y la hipocresía del establisment ha adquirido niveles increíbles de desconexión con la realidad. Frente a la contestación y el malestar aparece sin tapujos la manipulación institucional, la criminalización de la protesta.
La crisis producida en una sociedad sometida a un descalabro mayor por un modelo profundamente agresivo puede acelerarse en cualquier momento y lo que ha ocurrido en estos días, es una expresión perversa por su nihilismo, pero hace parte del proceso. Aparece el enemigo interno, la represión y la violencia como política oficial.

Estallidos y policías.

Los inmigrantes, los anarquistas, la extrema izquierda, los ecoterroristas, el islamismo, todos términos utilizados en el debate y sin pudor por ministros y la derecha en Francia. El presidente ha culpado a los padres por no controlar a sus hijos, y amenaza penalizar a las familias. Culpan a las redes sociales y a los jóvenes. No hay un gramo de análisis y reflexión sobre los males de la sociedad francesa. El establisment ha cerrado filas sobre la defensa del orden y el retorno a la normalidad. Pero ¿Qué orden y que normalidad? La confusión del orden social con el orden público se convierte en una excusa para no abordar el disenso y el conflicto.
Las políticas antipopulares dejan a la policía en el doble rol de defender orden público y orden social, sin que la política y los políticos asuman sus responsabilidades. Este doble rol refuerza comportamientos represivos y discriminatorios ampliamente enraizados en la policía.
No es casual que los estallidos sociales en diferentes latitudes expresen el malestar en la medida que ni las instituciones ni la política, subordinadas a un modelo social y económico violento y agresivo, que naturaliza todas las opresiones con los mecanismos del mercado y con la matraca si no se lo acepta. Francia está mostrando su peor cara en sintonía con las sociedades devastadas por el neoliberalismo.

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