Por Adriana Fernandez Vecchi
Cuidar la vida implica mucho más que preservar la existencia biológica; supone una responsabilidad ética, política y social orientada a sostener los valores democráticos que garantizan la libertad, la justicia y la igualdad. En este sentido, el ejercicio del voto se erige como una de las expresiones más concretas de ese cuidado colectivo. Votar no es solo un derecho individual, sino un deber moral que reafirma el compromiso ciudadano con la defensa de la vida en su dimensión comunitaria. Cada acto electoral representa una oportunidad de fortalecer las bases del sistema democrático, promover la dignidad y construir un futuro orientado al bien común.Respetar la vida es cuidar los valores democráticos que la sostienen. En tiempos de incertidumbre o de discursos autoritarios, el voto se convierte en una herramienta de resistencia, capaz de expresar la voluntad de los pueblos y de corregir desigualdades históricas. El acto de votar se transforma así en un gesto ético que trasciende lo individual, reafirmando el principio de solidaridad y la defensa de los derechos humanos.
En este proceso, la coherencia discursiva adquiere una relevancia fundamental. Una comunidad que aspira a su soberanía necesita un discurso común que no se base en la manipulación o el odio, sino en la verdad, la memoria y el respeto por la diversidad. La coherencia entre el decir y el hacer fortalece el tejido social y permite que las palabras tengan la potencia transformadora de la acción política. Sin esa coherencia, el discurso público se vacía de sentido y la comunidad pierde su rumbo colectivo.
El negacionismo, en cambio, representa una forma tóxica de violencia simbólica que amenaza la salud democrática. Negar los crímenes del pasado, minimizar la injusticia o deslegitimar las luchas por la memoria y la verdad constituye un daño profundo para la sociedad. Este tipo de discursos distorsiona la historia, fractura el sentido común y debilita los lazos de confianza necesarios para la convivencia.
Frente a ello, la responsabilidad ciudadana se vuelve imprescindible. La única herramienta real de salud social es el voto consciente, informado y comprometido. A través del voto, tenemos la capacidad de sanar heridas colectivas, de reafirmar s nuestra soberanía y de garantizar que la vida —en todas sus formas— sea protegida y valorada.
Entonces ¿por qué votar se transforma así en un gesto ético? Pues expresa que el acto de votar va más allá de una obligación cívica o un trámite formal. Implica una decisión consciente, guiada por valores y por la responsabilidad hacia el bien común. Votar éticamente significa reflexionar sobre las consecuencias de cada elección, considerar el impacto que tendrá en la vida nuestra y de los otros y en la sociedad, y actuar con compromiso moral para fortalecer la justicia, la dignidad y la democracia.
Significa cuidar la vida, también la palabra, la memoria y la democracia que nos permiten construir un futuro digno para todx nosotrxs, Levantar la Patria para que sea un hogar común, en el que las dificultades económicas no definan de manera constante el sentido de la vida diaria.