Malestar, cultura y alienación: la subjetividad neoliberal

Por Ricardo E.J. Ferrari
Lic. en Psicología (UBA)
Prof. en enseñanza media y superior en Psicología (UBA)

A modo de prolegómeno vamos a referir que, “El malestar en la cultura” es una obra de Sigmund Freud que se inscribe, junto a Psicología de las masas y análisis del yo” y “El porvenir de una ilusión”, dentro de los denominados escritos sociales de su extensa obra y, en ese sentido, ya tiene un lugar importante dentro del repertorio bibliográfico de las Ciencias Sociales.

Las Ciencias Sociales estudian fundamentalmente la relación dialéctica entre el individuo y la sociedad.

¿Qué queremos significar con relación dialéctica?
Con relación dialéctica estamos significando una relación indisociable entre los términos involucrados en ella. Es decir, una relación en la que los términos implicados no pueden pensarse por sí mismos, no pueden pensarse en forma independiente sin anularse mutuamente.

El término dialéctica, etimológicamente proviene del griego y significa “arte del diálogo”, es decir, el arte de la palabra compartida. Para que haya diálogo tienen que existir, por lo menos, dos términos diferentes en situación de interacción. De lo contrario estaríamos en un monólogo.
El diálogo como arte, se remonta a la antigüedad grecorromana y sobre todo al ámbito del Ágora en la polis griega; ámbito propicio para el debate público y la discusión acerca de los asuntos de la polis. Se desarrolla en el siglo V a.C con los círculos socráticos y Sócrates, pasando a ser sinónimo de filosofía. El diálogo es inmanente a la política, a la filosofía y a las discusiones ético-jurídicas.

La dialéctica es asimismo una concepción de la realidad que ya aparece, hasta donde sabemos, en el siglo VI a.C. en un filósofo presocrático llamado Heráclito de Éfeso y que también encontramos en Hermes Trismegisto, un personaje histórico-mítico del antiguo Egipto.

Es en el siglo XIX que Hegel va a formular y desarrollar esta concepción de la realidad como realidad relacional, reconociendo a Heráclito como predecesor suyo.
Hegel va a plantear que “la verdad es el todo” y ese todo supone una relación entre opuestos. Hegel va a formular su concepción dialéctica de la realidad, diciendo que todo lo que es, lo es en relación a lo que ello no es. Es decir, que la condición de posibilidad de que algo advenga al ser, es en oposición a otra cosa que ese algo no es. Nada puede pensarse en sí mismo. Cuando queremos pensar algo en sí mismo, lo estamos condenando a su inexistencia.
Por ejemplo: el día es día, en relación a lo que no es, es decir, en relación a la noche. No podemos pensar el día sin pensar en la noche. El día sin la noche, no sería el día, sería otra cosa, que, a su vez, para ser, debería generar su contrario.
No podemos pensar lo claro, sin pensar en lo oscuro, lo blanco sin lo negro, la vida sin la muerte, la salud sin la enfermedad, el arriba sin el abajo, lo bueno sin lo malo, lo lindo sin lo feo, etc.
Todo lo que es (afirmación), engendra en su ser, el no ser (negación) de su ser.

Malcolm Liepke (EE.UU.,1953) Intensity II

Por eso, cuando decimos relación dialéctica entre individuo y sociedad, estamos planteando que no hay individuo sin sociedad, ni sociedad sin los individuos que la producen, la consensuan, la comparten, la recrean y la reproducen en forma permanente.

El individuo es un producto social y la sociedad es un producto del encuentro entre los individuos que, para poder convivir, tienen que consensuar cierta arbitrariedad.

El tema principal de “El malestar en la cultura” va a ser el irremediable antagonismo entre las exigencias pulsionales: los deseos amorosos (incestuosos) y hostiles (odio) respecto de las personas encargadas de la crianza del niño/a (los otros significativos) y las restricciones impuestas por la cultura. Leemos en la Introducción de James Strachey a “El malestar…”: “Así, por ejemplo, el 31 de mayo de 1897 le escribía a Fliess que “el incesto es antisocial; la cultura consiste en la progresiva renuncia a él” (Freud, 1950ª, Manuscrito N), AE, 1, pág. 299; y un año más tarde, en su trabajo “La sexualidad en la etiología de la neurosis” (1898ª), sostendría que se torna lícito “responsabilizar a nuestra civilización por la propagación de la neurastenia” (AE, 3, pág. 270).”

Freud hará referencia en 1905, en su obra “Tres ensayos de teoría sexual”, a la oposición entre la cultura y el libre desarrollo de la sexualidad. La sexualidad humana no es libre sin restricciones. Los impulsos de amor y de odio de todo niño y niña, respecto de las figuras significativas de su entorno, deberán ser resignados y quedarán sepultados en el inconsciente.

Daremos a continuación algunas definiciones de cultura.

Dice Guy Rocher: “Inspirándonos en la definición de Tylor y en la de varios autores, cabría definir la cultura como un conjunto trabado de maneras de pensar, de sentir y de obrar más o menos formalizadas, que aprendidas y compartidas por una pluralidad de personas, sirven, de un modo objetivo y simbólico a la vez, para constituir a esas personas en una colectividad particular y distinta.”

Por su parte Freud define a la cultura como “la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres.”

Podríamos agregar que la cultura es aquello que hace del ser hablante, un ser heredero, reproductor y creador del diseño de su vida con los demás.

Toda formación cultural inhiere en una plataforma axiológica. Es decir, en la base está el sistema de valores. Desde la noche de los tiempos, los seres humanos, al encontrarse y por su necesidad de convivir producen, consensuan, comparten y reproducen valores.

No hay convivencia posible sin ese sustrato axiológico sobre el cual se edifica la ética y la estética de una determinada comunidad humana.

El humano habría comprendido desde siempre que, la alternativa de matar al otro o dejarlo vivir, ofrece mejores perspectivas de satisfacción, la vida del otro, aliarse a él.

Esta decisión, siempre fallida, está en el origen de la cultura. De ser un enemigo, el otro se transforma en un colaborador. En aquel que puede proveer beneficios. Amarlo es más satisfactorio que odiarlo.

Es a través de la cultura que el ser hablante trasciende aquello que le viene dado, la facticidad del mundo y su propia facticidad. Es a través de la cultura que el humano se convierte en un ser aéreo, en un ser acuático, en un ser submarino, en un ser sideral y desde las postrimerías del siglo XX, en un ser digital.

El malestar es inherente a la cultura. No hay cultura sin malestar y ese malestar está en relación a la restricción del narcisismo que toda cultura impone como condición de posibilidad de ser habitada.

El yo tiene que resignar parte de su narcisismo para poder estar con los otros.

Parafraseándo a Simone de Beauvoir, en “El segundo sexo”, afirmaremos que, no se nace social, se deviene social.

Lo más primigenio es el narcisismo irrestricto, en donde el yo y el no-yo están indiferenciados y que, paulatinamente, va a devenir en un yo en el que la libido objetal va a predominar sobre la libido narcisista.

El humano es un ser social, luego de atravesar un estado de narcisismo irrestricto. El amor por el otro es una formación secundaria a un lazo originariamente hostil con ese otro, que es por definición, el portador de la diferencia, el portador de la falta y en ese sentido, de la injuria narcisista.

Parafraseando a Heidegger, podríamos afirmar que hay una comprensión preontológica de la importancia del otro para la propia vida. Sin el otro, sin sus cuidados amorosos, el infans comprende desde temprano que queda expuesto a toda clase de peligros. Es su prolongada indefensión lo que va a llevarlo a incorporar la dimensión axiológica que el otro le impone. Del odio narcisista se pasa al amor objetal. El odio, dice Freud, es respecto del amor, el vínculo primario con el otro y, aparece luego de una fusión narcisista con él.

Desde esta perspectiva, la teoría psicoanalítica se inscribe en una concepción antropológica antirousseauniana.

El vínculo con el otro va a tener como resultado la incorporación del superyó. Siendo el superyó una instancia ambigua que habilita la inscripción en la cultura y que al mismo tiempo puede enfermar al yo.

Freud va a plantear en “El malestar…” que las tres fuentes de donde proviene nuestro penar son: 1) La hiperpotencia de la naturaleza, 2) la fragilidad de nuestro cuerpo y 3) el vínculo con los demás.

La hiperpotencia de la naturaleza alude al hecho de que los fenómenos naturales nunca son del todo domeñados por el humano: terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, incendios forestales no intencionales.

La fragilidad de nuestro cuerpo, hace referencia al proceso de deterioro físico al que está condenado el humano y a las enfermedades a las que su cuerpo se expone.

El vínculo con los demás, va a ser la herida narcisista a la que Freud hará hincapié en “El malestar…”. La presencia de los otros como un obstáculo a los deseos de satisfacción ilimitados del humano.
Freud va a plantear que, habitar la cultura supone renuncias narcisistas. Estas renuncias están relacionadas con la presencia del otro. El otro pone límites a los deseos del “infans” como condición de posibilidad de estar en la cultura. La necesidad de la convivencia y el narcisismo irrestricto serán una contradicción flagrante.

Estas renuncias pulsionales son, en su origen, el alejamiento de las figuras parentales. La prohibición al deseo sexual y agresivo tanto en relación a la madre como en relación al padre (la prohibición del incesto). Esa renuncia es siempre a cambio de un beneficio narcisista. Se renuncia a tenerlo todo para poder tener algo (el amor del otro). Se trata de una renuncia por amor. Tanto el niño como la niña renuncian al narcisismo irrestricto para no perder el amor de las personas amadas e idealizadas de su entorno. Es el deseo de ser amados lo que los transforma en “niños/as buenos/as”.
Es a través de lo que los sociólogos denominan proceso de socialización que se van a incorporar las proscripciones, prescripciones y habilitaciones que caracterizan a la cultura.

Este proceso de socialización es al mismo tiempo un proceso de alienación.
Existe una relación intrínseca entre cultura y alienación. Distinguiremos al respecto una alienación inherente a la cultura de una alienación patológica.

La condición de posibilidad de habitar la cultura es estar de algún modo alienado a ella. Toda cultura exige de los sujetos cierto monto de alienación. La alienación inherente a la cultura es el resultado de la incorporación de un discurso que nos viene dado desde afuera, que es originariamente ajeno. Que se transmite e incorpora en un proceso de endoculturación. Es a través de este proceso que se hace propio lo ajeno (de ahí la alienación). Hay un discurso que es originariamente externo y coercitivo y que a través de este proceso deviene interno y coercitivo. Ningún ser humano nace diciendo “gracias”, “buen día” o pidiendo “permiso”, ni sintiendo vergüenza, compasión o repugnancia. Estos modos de decir, de obrar, de pensar y sentir se transmiten a través de las figuras significativas del entorno infantil en un aprendizaje esencialmente asistemático.

Respecto de la alienación en tanto fenómeno patológico, ha sido descripto por una psicoanalista francesa llamada Piera Aulagnier. Se trata de una patología que afecta a la capacidad de pensar críticamente la realidad y que se inscribe siempre en una escena social. Esto último quiere decir que atañe a un determinado colectivo social. Es un fenómeno compartido. Todas las personas reproducen el mismo discurso acrítico (las clases medias y medias bajas de nuestra sociedad).

Dice Aulagnier que la alienación supone el encuentro de dos portadores de un deseo de alienación. Un portador activo, llamado identificante o fuerza alienante (en el mundo neoliberal serían las grandes corporaciones y los sectores que concentran la economía así como también los medios masivos de comunicación hegemónicos, mercenarios de estos). Y por otra parte un portador pasivo, llamado identificado (aquel que desea ser alienado). Hay en ambos portadores un deseo de matar el pensamiento como un modo de evitar el conflicto y de sostener las certezas.

Piera Aulagnier sostiene que la alienación es una “tentación” que está presente en todo yo. Algunos sujetos por diferentes razones van a virar hacia el lado de la alienación, mientras que otros van a resistir a ésta preservando su capacidad de pensar críticamente la realidad.
Pensar siempre genera una incomodidad. Un gasto de energía psíquica. Esto está en relación con la proclividad humana a enajenar el pensamiento. A dejar el pensamiento en manos de otro. Que otro diga qué tengo que pensar. Que otro diga quien soy.

Pensar supone la desestabilización de las certezas, de las creencias que sostenemos y que nos sostienen. Hay que estar dispuesto a pasar por esa arena movediza. Pensar es pensar contra uno mismo, decía Sartre. “Pensar no consuela ni hace feliz”, decía Foucault. Ahora bien, dejar de pensar comporta el riesgo de que el otro decida por mí y yo le obedezca aún en contra de mis propios intereses. Al alienar su pensamiento, el sujeto se convierte en presa del otro.
La alienación supone una idealización y una identificación masivas respecto de la fuerza alienante.

Como dijimos, todo yo es vulnerable a la alienación, pero no todo yo aliena su pensamiento a un discurso hegemónico.

Hay sujetos cuyas situaciones socioeconómicas los ha aplastado de tal manera que sólo han podido desarrollar una “lógica del instante”; un pensamiento que sólo piensa en la autoconservación (“¿comeré mañana?”). Estos sujetos pertenecientes a las clases más desposeídas van a ser más proclives a la alienación. Su situación sólo les permite pensar en su supervivencia. El hambre impide el desarrollo de un pensamiento crítico.

Hay otros sujetos que por identificación aspiracional con los sectores que concentran la economía van a alienar su pensamiento, obedeciendo a imperativos que atentan contra sus intereses de clase.
La pasión por la ignorancia promovida por el neoliberalismo deja a los sujetos más vulnerables a un estado de alienación.

La teoría psicoanalítica se inscribe en una concepción antropológica antirrousseauniana. Esto se evidencia, entre otros, en escritos tales como “Tótem y Tabú”, “Psicología de las masas y análisis del yo”, “El yo y el Ello” y “El Malestar en la Cultura”.
En “Psicología de las masas y análisis del yo”, Freud va a refutar a Trotter respecto del concepto de instinto gregario. No existe tal cosa como un instinto gregario en el humano. Freud va a referirse a la pulsión social como una formación secundaria a un vínculo primariamente hostil con el otro. Lo social, lo objetal, aparece relativamente tarde en el humano. No hay un miramiento primario por el otro. La aparición del otro, como portador de la diferencia, como el heraldo de la restricción del narcisismo primario, suscita en el infans el odio respecto de él.

Si bien dijimos que el malestar es inherente a toda formación cultural; ese malestar puede mitigarse o intensificarse. Cuando nos referimos al malestar en la cultura neoliberal, estamos haciendo referencia a un malestar patológico.
Así como planteamos una alienación inmanente a la cultura y la diferenciamos de una alienación patológica, lo mismo podemos plantear respecto de la cultura y su malestar.
El sujeto neoliberal, producto de la cultura neoliberal y que ha sido exhaustivamente estudiado por Jorge Aleman y Nora Merlin, entre otros autores; es un sujeto no del todo consciente de su malestar y, es en general, un observador externo el que advierte los indicadores de dicho malestar. La falta de conciencia, relativa o absoluta, de una vida atravesada por los imperativos culturales de la economía de libre mercado, torna peligroso este modo patológico de malestar.
Podríamos pensar que se trata de un sujeto anestesiado por una poderosa fuerza alienante representada, en nuestra posmodernidad hipertecnológica, por los medios masivos de comunicación hegemónicos y las redes sociales digitales, al servicio de los sectores que concentran la economía y que intentan imponer la ideología de la libertad de mercado. Se trata de un nuevo modo de “opio de los pueblos”.
Los mensajes que se transmiten a través de la radio, los diarios, las revistas, la televisión, el cine, las publicidades e internet, van formando un estribillo permanente en la cabeza de los consumidores.
Sabemos que la constitución subjetiva es un fenómeno multifactorial y que la explicación desde una determinada perspectiva, en este caso político-psicoanalítica, no agota la comprensión del fenómeno.
En el diseño de esta subjetividad colonizada por el discurso neoliberal, hacemos hincapié en los mandatos culturales que se transmiten no sólo en los grupos primarios (familias, amigos, etc.) sino también en las usinas de pensamiento (escuelas, colegios, universidades, etc.) y los medios masivos de comunicación, generadores desde su aparición, de una cultura de la homogeneización.
Siguiendo a los autores Nora Merlin y Jorge Aleman, vamos a hacer referencia a las características más salientes de la subjetividad neoliberal.
Cuando hicimos referencia, más arriba, a la subjetividad de la época neoliberal como subjetividad anestesiada, planteamos la peligrosidad en que se encuentra un sujeto que no advierte aquello que quieren imponerle. Podemos pensar las distintas formas de distrés laboral, el burn out, los trastornos musculo-esqueléticos, las úlceras, los trastornos respiratorios, las crisis de angustia, las depresiones, los intentos de suicidio y suicidios consumados, así como también las internaciones psiquiátricas, como la consecuencia de ese estado de anestesia que lleva a un sujeto a naturalizar modos de vida personal y laboral que lo conducen a diferentes enfermedades.
Esta subjetividad alienada se evidencia en lo que los autores denominan obediencia inconsciente. Se trata de un sujeto que reproduce acríticamente el discurso dominante; discurso que lo lleva incluso a hacer opciones que afectan a sus propios intereses de clase. Un sujeto que cumple ordenes sin ser consciente de ello.
Esta cultura neoliberal meritocrática va a diseñar un sujeto centrado en sí mismo. Un sujeto que antepone sus intereses personales a los intereses de la comunidad a la que pertenece. Un sujeto individualista. Este individualismo se hace patente en expresiones que escuchamos a diario en desterminadas personas: “Yo me hice solo en la vida”, “Yo me rompí el lomo trabajando. A mí nadie me regaló nada”, “El que es pobre, es pobre porque quiere”, “El que se esfuerza triunfa”. También aparece esta postura individualista en la concepción de los hechos sociales como hechos individuales: “Es un hecho aislado”, “Es obra de un loquito”. Para este discurso anarco-capitalista, los seres humanos no son producto de una sociedad. Son seres aislados que deciden libremente progresar en la vida o “caer en la delincuencia”. Aparece todo el tiempo un discurso que desresponsabiliza a la sociedad de aquello que ella misma produce. Esto suele conducir a la tan clamada pena de muerte de las sociedades capitalistas neoliberales. El delito y los crímenes aberrantes están por fuera de la sociedad. La sociedad es inocente. Los poderes económicos tan adictos a la represión y a la pena capital, ya han condenado con antelación a la marginalidad, al estigmatismo y al delito a aquellos que reprimen. Hay “personas malvadas”, hay “vagos” que quieren vivir de planes porque no se adaptan a la sociedad de libre mercado.
Hay un mandato xenofóbico que también diseña al sujeto neoliberal. Esta xenofobia es en realidad una aporofobia. No se odia a cualquier extranjero. Se odia al extranjero pobre. El extranjero pobre es vivido como una amenaza tanto para las clases altas como para las clases medias, medias bajas y bajas.
Lo mismo podemos decir en torno del racismo: se odia al negro pobre. A los representantes de los pueblos originarios cuyas historias de opresión han condenado a sus vidas a la pobreza. No se trata sólo del odio a determinados grupos étnicos, sino que hay en juego también una cuestión económica.
La cultura neoliberal manifiesta un odio al pensamiento crítico. Esto lleva a determinados sujetos a anular su capacidad de pensar críticamente y esta característica está relacionada con el deseo pasivo de alienación del que hicimos referencia más arriba.
Los autores también se van a referir al deseo de no saber. La cultura neoliberal hace una exhibición obscena de la ignorancia. La ignorancia no aparece como un problema. Como un estímulo para buscar el saber. La ignorancia neoliberal es un desprecio por el saber. El sujeto neoliberal va a preferir no saber. Es el típico analfabeto político que menciona Bertolt Brecht. Se va a autodefinir como “apolítico”. Esto último en el ámbito académico, aparece en la figura del tecnócrata. Aquel cuyo saber disciplinar está disociado del contexto en el cual ejerce su profesión.

Bibliografía

Alemán, Jorge (2016) Horizontes neoliberales en la subjetividad. Buenos Aires, Grama Ediciones

-Aulagnier, Piera (2010). Los destinos del placer. Alienación, amor, pasión. Buenos Aires, Paidós.

-de Beauvoir, Simone (1988) Le deuxième sexe. Paris, éditions Gallimard. (1era. Edición, 1949)

-Carpio, Adolfo P. (1992). Principios de Filosofía. Buenos Aires, Glauco. 

-Dejours, Christophe (Marzo 2000). Psicodinámica del trabajo y vínculo social. Revista Actualidad Psicológica Nº 274. (pp.2-5)

-Freud, Sigmund (1988) [1930]. El malestar en la cultura. Buenos Aires, Amorrortu editores

-Merlin, Nora (2019). Mentir y colonizar. Obediencia inconsciente y subjetividad neoliberal. Colección Política y Psicoanálisis. Buenos Aires, Letra Viva.

-Rocher, Guy (1990). Introducción a la Sociología General. Barcelona, Editorial Herder.

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