CUBA: 100 MILLONES DE RAZONES

Por Mario Della Rocca (*)
(Desde La Habana, Cuba)

Al poco tiempo de comenzar la pandemia del coronavirus y apreciar su vertiginoso desarrollo a escala planetaria, la misma se convertía en una radiografía panorámica sobre el estado del orden mundial, de las regiones, de las naciones, de los diversos grupos societarios y de cada ser humano que habita el planeta Tierra. El impacto inesperado inicial con la extensión del virus y la rapidez de los contagios a gran escala reveló, en términos radiográficos, las fortalezas y debilidades de cada uno de los estados-nación en términos no sólo sanitarios, sino también políticos, económicos, sociales, culturales, de relacionamiento Estado-sociedad, de seguridad y prevención ciudadana.

En este contexto, en gran parte del orbe, en especial en el “Occidente civilizado”, la comunicación invisibiliza los avances científicos y sanitarios para enfrentar el virus que han alcanzado naciones que no responden a los cánones de aquel hemisferio. Es una batalla de la modernidad, otros métodos para el mismo objetivo: la globocolonización de las mentalidades de los grupos societarios del mundo subdesarrollado o en vías de desarrollo.

Una de esas naciones, la República de Cuba, suma al cruel bloqueo económico que sufre por parte de los EE.UU. desde hace 62 años, una guerra comunicacional basada en la falsedad y la manipulación informativa, enmarcada en la penetración político-ideológica con la que “el gendarme del norte”, luego de los fracasos de sus políticas militaristas contra la mayor de las Antillas, pretende combatir el proyecto socialista.

Es grave pretender violar, en el siglo XXI, la libre autodeterminación de los pueblos -como EE.UU. lo pretende y ejecuta en diversas zonas del planeta-, pero no siempre logra su objetivo de oscurecer los grandes logros de “la pequeña isla de la gran revolución”, como alguna vez la denominara Fidel Castro Ruz.

Grandes logros que han tenido en el combate a la pandemia del Covid-19 un hito reconocido unánimemente por el conjunto de organismos internacionales especializados, vinculados no sólo a la ciencia y a la salud, sino a muchas otras variables que demuestran la fortaleza de un proyecto político y una sociedad plena de ejercicio de la ciudadanía. Fortalezas que en especial resaltan frente a las adversidades.

En lo específico Cuba ha demostrado, en el combate a la pandemia, un exitoso control epidemiológico de los contagios con escasos fallecimientos1, constituirse en el único país latinoamericano con avances en la investigación y producción de diversas vacunas propias2, la probabilidad de ser uno de los primeros países del mundo en inmunizar a la totalidad de su población y, por último, el anuncio del reconocido Instituto Finlay de Vacunas de producir 100 millones de dosis de la vacuna Soberana 02, hasta ahora la más avanzada y probada como altamente eficaz, en el curso de este año.

Vacunas que son el producto de sólidas razones que Cuba ha incubado durante décadas para en la actualidad enfrentar con eficacia este reto humanitario. Razones incubadas con gran sacrificio y tenaz continuidad por una nación en la que escasean las riquezas naturales y las grandes industrias, a veces hasta bienes básicos como algunos alimentos o medicamentos específicos, pero sobran las riquezas en capital humano, capacitado y con valores humanistas, y la decisión del Estado de invertir cuantioso capital en la investigación científica, asociada, entre otros rubros, a la salud pública. Una nación que ha sido reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) por la continuidad de 30 años en producir sus propias vacunas, casi el 80% de las que constituyen el programa nacional de inmunización del país.

Entre tantas razones, hay que mencionar primariamente, la estratégica idea de Fidel Castro, a poco de iniciarse la revolución, de concebir el futuro de Cuba como un futuro de hombres de ciencia.3 Este proceso se solidificó con la creación, en 1986, del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), hoy base institucional de la investigación asociada a la salud para combatir el Covid-19 y las nuevas cepas emergentes.

Ello se complementó con un robusto sistema de salud pública, universal y gratuita, esencialmente basado en el concepto de prevención antes que en el de tratamiento de la enfermedad, concepto que caracteriza a la medicina con fines lucrativos. Con la figura central, expandido en todo el país, del médico de familia, profesionales altamente capacitados, emergentes de la excelencia educativa cubana en general y fundamentalmente de la universitaria, con casas de altos estudios como la reconocida Universidad de La Habana y otras de alto nivel esparcidas en las 16 provincias de la geografía nacional. En el mismo sentido, no hay que olvidar el papel central de la enfermería en el sistema de salud cubano, vital si pensamos en la necesidad de asistencia y acompañamiento que necesita todo paciente en convalecencia.

Con estas bases, en décadas se fueron sucediendo decisiones políticas que fueron fortaleciendo a Cuba, como las políticas de solidaridad y cooperación con diversos países de África y otros del mundo subdesarrollado, por ejemplo, en el combate al virus del ébola en el continente negro. Así se generaron las llamadas “batas blancas”, brigadas de médicos internacionalistas que recorrieron, con su saber y práctica, diversas zonas del planeta. Una parte de ellos se especializó en situaciones de desastre y graves epidemias, el Contingente Internacional de Médicos Especializados “Henry Reeve”, que durante la pandemia fueron requeridos en 40 naciones con crítica situación en el combate a la pandemia. Hoy, la brigada “Henry Reeve”, es candidata al Premio Nobel de la Paz del presente año luego de ser laureada en la 70° Asamblea de la OMS.

Podemos afirmar que lo expuesto es un producto de una relación armoniosa y eficaz entre el Estado y la sociedad cubana, no sin imperfecciones, por ejemplo burocráticas, aunque sí continua y sostenible. Un Estado activo, regulador y planificador y una sociedad que ha demostrado ponderables niveles de cultura y conciencia ciudadana frente a la pandemia, con la libertad ejercida como un valor colectivo y no individual, cuestión que se ha revelado crítica en otras sociedades durante la crisis pandémica. Colaborando en esta relación productiva, el rol de los medios de comunicación de masas, incluidos los basados en las nuevas tecnologías, fue y es esencial para la comunicación responsable entre el gobierno y su pueblo.

Para finalizar, como señalamos, Cuba está avanzando en la producción de 100 millones de vacunas contra el Covid-19. El primer objetivo, como corresponde a una nación en la que impera la igualdad social y la salud pública, es inmunizar a toda su población. Posteriormente, el objetivo es ejercer la cooperación internacional que ha caracterizado a la isla, y ya existen naciones interesadas en el inyectable Soberana 02 como Bolivia, Venezuela, Vietnam, Irán, Pakistán y la India.

Mientras la ONU, la OMS y diversas naciones mantienen una cruzada para denunciar el “fracaso moral” que significa la concentración del reparto de las vacunas contra el virus entre los países más ricos, y rectificar este rumbo desigual, la estrategia de Cuba de comercializar la vacuna tiene una combinación de humanidad y de impacto en la salud mundial, no exclusivamente lucrativo como caracteriza a los laboratorios trasnacionales.

Soberanía nacional, desarrollo de la ciencia y la salud públicas, Estado activo, regulador y planificador, cultura y conciencia ciudadana, solidaridad y cooperación internacional, conceptos que parecen olvidados de ejercerse en gran parte del mundo, han sido y son sólidos cimientos que están convirtiendo a Cuba en una de las naciones líderes en el combate a la cruda pandemia que hoy azota a la humanidad.

(*) Mario Della Rocca es historiador, escritor y periodista. Autor de los libros “Gramsci en la Argentina. Los desafíos del kirchnerismo”, “La Cámpora sin obsecuencias. Una mirada kirchnerista” y “Macri & Durán Barba. Globos, negocios, círculo rojo y guerras sucias” y participante en “América Latina en los ’90: Gramsci y la Teología de la Liberación”. Miembro de la Fundación Acción para la Comunidad (FAPC) y del Centro de Investigación Académico Latinoamericano (CEDIAL). Colaborador de diversas publicaciones argentinas y latinoamericanas y corresponsal de prensa de Radio Caput en La Habana.

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