PENSAR UNA SEÑAL | EL ACOSO A LA PRESIDENTA CLAUDIA SHEINBAUM Y EL PODER DEL PATRIARCADO

Por Adriana Fernandez Vecchi.

EL CUERPO COMO TERRITORIO POLÍTICO

El reciente episodio en el que la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, fue víctima de acoso sexual callejero —cuando un individuo la manoseó e intentó besarla mientras saludaba a simpatizantes en el centro de la capital— revela con crudeza la persistencia del orden patriarcal que Rita Segato identifica como la base estructural del poder. Este hecho no puede reducirse a un hecho aislado de violencia o falta de respeto, sino que debe entenderse como una manifestación de un sistema que, históricamente, ha buscado disciplinar y subordinar los cuerpos femeninos, incluso cuando estos ocupan los lugares más altos de representación política. La agresión sufrida por Sheinbaum pone de manifiesto que, para el patriarcado, el cuerpo de una mujer nunca deja de ser territorio de apropiación, aunque ese cuerpo encarne la máxima autoridad del Estado. Desde la mirada de Segato, el patriarcado no es solo una relación desigual entre hombres y mujeres, sino un orden político fundado en la dominación masculina y en la naturalización de la violencia como forma de poder. El acoso a la presidenta se inscribe en esta lógica: el agresor, al irrumpir en su espacio físico y simbólico, busca restituir el mandato de masculinidad que no tolera que una mujer ejerza poder y autoridad pública. La acción no responde únicamente a un impulso sexual, sino a un gesto de control, a la reafirmación de que el cuerpo femenino sigue siendo un objeto disponible, incluso en el escenario de la política. De esta manera, el acoso se convierte en un mensaje social: aun en el poder, la mujer no está a salvo del disciplinamiento patriarcal.
Este hecho también evidencia cómo el poder del patriarcado se expresa a través de la violencia simbólica, normalizada en una cultura que trivializa el acoso y lo presenta como anécdota o provocación. Al mismo tiempo, expone la contradicción entre el avance de los derechos políticos de las mujeres y la persistencia de prácticas que las reducen a su condición de género. Que una presidenta sea agredida en público, frente a cámaras y simpatizantes, sin que la autoridad de su investidura frene el gesto violento, muestra que el patriarcado no distingue jerarquías institucionales: su lógica es transversal y se impone sobre cualquier estructura formal de poder.
La agresión a Sheinbaum se convierte, entonces, en un símbolo del conflicto entre el liderazgo femenino y las resistencias culturales que aún sostienen el dominio masculino. Frente a ello, la respuesta no puede limitarse a la condena moral o judicial, sino que requiere un cambio profundo de conciencia colectiva.
El acto contra la presidenta no afecta solo a una figura política, sino que interpela a toda la sociedad patriarcal: demuestra que la igualdad formal no basta mientras persista un orden simbólico que legitima la posesión del cuerpo de las mujeres como forma de reafirmar la virilidad. También hay otras manifestaciones de patriarcado expresado a través del orden jurídico, económico o político.

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