Por Patricia Ongania
S.S. Francisco ha muerto…, ha dejado de morar entre nosotros; luego de más de una década en la conducción y al servicio de la Iglesia Católica, poniendo en primer plano siempre al Evangelio, con su sencillez y un corazón mariano y misionero. Su pontificado se inició en marzo de 2013 y fue como un nuevo inicio en la vida de la Iglesia Católica. Un llamado a la renovación de la fe, sin importarle la característica del creyente ni su condición, sólo la fuerza del amor a Dios…Un testigo de Cristo, un militante de la fe y del compromiso coherente de cada uno con ella. Un mariano de pura cepa; que nunca desconoció el lugar de María como Madre de Dios y como base fundacional de la Iglesia. Más de una vez reaccionó, con paz e hidalguía a los improperios, construyendo una posición clara, de guía para todos los creyentes en un mundo controversial, en el que se necesita una Iglesia que salga al encuentro, que llegue a los límites geográficos del orbe; pero siempre atento a las polémicas que se daban en su patria, la Argentina, siempre presente en su escritorio de trabajo, según nos cuentan: nunca faltaba la yerba y algún que otro alfajor Havanna… Tan humano que nos atraviesa…
Inició su misión poniendo el ojo en la renovación , en el acercamiento a todos y todas, pero en especial a los más humildes, a quienes hasta ahí no habían sido escuchados y ni tenidos en cuenta como Jesus hubiese querido.Francisco desde su bonhomía y sencillez, dio paso a una renovación gradual de la curia vaticana, a efectos de hacerla más eficiente, sinodal y transparente, impulsando medidas contra la corrupción y a favor de la transparencia en las cuentas de la Iglesia de Roma.
Era muy fuerte su convicción de devolver la Iglesia a sus legítimos dueños, así convocó al Sínodo de la Sinodalidad, y llamó a toda la comunidad a escuchar, dialogar, y discernir en comunión. Francisco supo abrir nuevos procesos consultivos que involucraron a laicos, religiosos católicos y al resto de quienes provenientes de otras culturas ayudarán a la comunión con Dios.
Al proclamar el Año Jubilar de la Misericordia (2015-2016), puso en el centro del mensaje cristiano la ternura de Dios Padre. El perdón fue el vehículo de la cercanía sacramental. Su encíclica Laudatio si’ se ha transformado en uno de los documentos más influyentes del s. XXI, dedica su atención al cuidado del medioambiente, la justicia climática y el respeto a la creación; pero,además llama al diálogo interreligioso, especialmente con el mundo musulmán y judío, impulsando momentos como el de Abu Dhabi, donde firmó el Documento sobre la Fraternidad Humana.
Su cercanía a los pobres, la caracterización del capitalismo como la cultura del descarte, del egoísmo y la indiferencia global, lo puso en controversia con los poderosos del mundo, sin embargo, hizo caso omiso a esto, promovió el Día Mundial de los Pobres, recordándonos que son “los pobres el corazón del Evangelio”. El tema que eligió ..”lo miró con misericordia y lo eligió”… presente desde siempre en sus homilías diarias hicieron que sea posible la vivencia del Evangelio, con pequeños gestos de amor y coherencia, siempre fiel a su primera adscripción como jesuita.
No menos importante es señalar su promoción del papel de la mujer en el seno de la Iglesia, nombrando mujeres en puestos importantes en la Santa Sede; así provocó la apertura de nuevos espacios de reflexión sobre su rol activo en la vida religiosa…Francisco nos deja un ejemplo… Nuevas olas de violencia y de aislamiento de las mujeres parecen estar apareciendo en el horizonte, no podemos dejar caer en saco roto su mensaje de integración de los desclasados e ignorados.
Su muerte, nos deja con una enorme sensación de orfandad, porque aún cuando lo vimos en la víspera de su partida entre la gente, después de tanto tiempo de internación, con su sonrisa bonachona y su afabilidad sencilla, no pensamos que ese sería su último acercamiento. Francisco fue, para quien escribe, el símbolo vivo de la esperanza en la redención, con un mensaje sencillo, haciendo pie en Jesús como el verdadero pastor que,en momentos de gran tribulación, trae la luz para que no sólo los católicos sino todos los hombres y mujeres de bien, encontramos, una guía de acción y de esperanza en nuestras vidas, tan pequeñas, tan insignificantes que a su luz encontraron una trascendencia inédita. Se puso de pie como un hito frente al miserable mensaje del individualismo. Francisco predicó la justicia social, el acompañamiento a los pobres, a los enfermos, a los ancianos, a los niños y niñas desamparados como parte esencial de la vida amorosa del cristianismo.
El mundo que deja Francisco es uno lleno de violencia, sufrimiento, pobreza, miserabilidad y egoísmo. Asistimos impávidos y cotidianamente a la muerte de millones de niños y niñas y a nadie se le cae una lágrima, con la incidencia tan nociva y cada vez más consistente de la antipolítica, que Francisco denunció una y otra vez. No hay dudas frente a la coyuntura que ya es manifiesto el fracaso de la política y la diplomacia; los mercaderes de la muerte, como los llamaba él, en cualquier sector del planeta asisten con una cínica sonrisa a la posibilidad de que se acalle el mensaje de denuncia de la Iglesia y de Francisco sobre la guerra y sus consecuencias. Pero somos nosotros los que tenemos que levantar la antorcha de la luz amorosa de Dios, frente al odio y al oportunismo de estos comerciantes de tanto dolor. Lo tenemos de ejemplo…
Francisco denunció con fuerza a quienes no asumen su responsabilidad en la construcción de la paz. No sólo le inquietaban temas de geopolítica internacional, sino que como pastor con olor a oveja que era, tampoco descuidó a la ancianidad. Su negativa a temerle al tránsito hacia esa edad tan difícil, porque la veía como lo natural, dado que toda vida tiene su fin, y con mucha inteligencia decía que ese punto límite no debe ocultarse ni edulcorarse. Decir “viejo”, afirmaba Francisco en el prefacio de un texto de Angelo Scola sobre la vejez, no significaba “tirar a la basura” a nuestros mayores, como lleva a pensar una cultura basada en el descarte, del usar y tirar. Para nuestro jesuita “lo viejo”, o mejor dicho, decir viejo implicaba llenar esa alocución de conceptos como experiencia, sabiduría, conocimiento, escucha, lentitud,tiempo … No hay duda que hacia allí transitamos, y cada vez tenemos más años, menos habilidades, menos discernimiento; pero el problema real para Francisco es cómo transmitimos esa metamorfosis. Este cambio, decía Francisco si se vive acompañado de la gracia y no con resentimiento, si se es capaz de asumirlo con gratitud, a pesar de la disminución de la fuerza física, de la agilidad mental, del mayor cansancio físico que nos atraviesa, es sólo una edad más de la vida, que siempre es fecunda y capaz de hacer el bien; aun en medio del sufrimiento físico. No está demás recordar que la muerte para la grey católica y cristiana no se trata del fin sino del inicio de la verdadera vida.
Ya no nos pertenece más; pero su legado es eterno, pero esta vez, las sandalias del pescador son muy grandes …el espacio que deja Francisco es enorme no importa cuantas canalladas hayan dicho de él, todas mentiras miserables de quienes se sentían en una situación tal de inferioridad que sólo les quedaba mentir para empequeñecerlo. Se fue con el Padre un hombre misericordioso cuya misión en el pueblo de Jesús, fue transmitir amor, esperanza y caridad: por eso se llamó Francisco, como el pobre de Asís.
Gracias Patricia. Tu texto está atravesado por una visión que conjuga sabiduría amor y discernimiento. Lo guardo y replico