Visión Regional 8 | Llamas en Colombia

Por Ángel Saldomando
(Desde Chile para CEDIAL)

En llamas

El estallido social, esta vez ocurrido en Colombia, me ha recordado el título de la novela de Juan Rulfo; El llano en llamas. Quizá porque la metáfora incendiaria se aplica a los estallidos sociales en Nicaragua, Chile, Perú, Ecuador, Paraguay, Colombia, casi en orden cronológico de 2018 a 2021. Ellos construyen una secuencia que expresa el malestar acumulado y lo convierte en un poderoso movimiento que pretende rechazar, cambiar y sacrificar un orden cuestionado. Un acceso telúrico que remece todo. En otros casos es una dramática descomposición, en cámara lenta, como ocurre en Honduras, Guatemala o Brasil, el tamaño geográfico aquí no importa.Causas y contextos son por supuesto diferentes y, para nada se pretende aquí una amalgama, pero esta coincidencia en el tiempo sorprende. La pandemia fragilizó aún más sociedades al límite, sin duda, pero el límite era anterior y profundo. Ello habla de las sabidas brechas sociales de todo tipo, de sociedades que se debaten entre la sobrevivencia y una arrogancia exasperante de minorías usurpadoras y generalmente enriquecidas a la sombra del poder. Pero, es claro que nada de ello es combustible permanente, también engendra exclusión, emigración y fatalismo. Solo a veces las circunstancias hacen la mezcla explosiva. No es menor que Chile y Colombia dos vitrinas de las derechas, aunque por razones distintas se hayan venido abajo. La de Chile hecha de oligopolios, asistencia social y control político, la de Colombia de militarización y elecciones cerradas en bipartidismo. Ningún dato duro avalaba estas alquimias, pero eran cuidadosamente filtrados o evacuados del debate para justificar las vitrinas. En otros casos la realidad estaba más crudamente expuesta y solo faltaba la ignición. Gobiernos absolutamente ciegos y sordos al estado de sus sociedades y a la exasperación creciente frente al autismo oligárquico, generaron los estallidos. Pero también es sintomático que ellos hayan sido más contestarios que capaces de sustituir una realidad por otra, ni siquiera sabemos si en algunos casos es el comienzo de algo. Cambios en la correlación de fuerzas, al menos representativas, auguran en algunos casos posibilidades de mejoría, pero es aún muy poco. En general en la región, la política parece encerrada en sus formalidades ajenas al estado de la sociedad y esta última librada a una reacción de saturación explosiva cuando ya no se aguanta más. Es la vieja política de la edad media, cuando el campesinado incendiaba el castillo o amenazaba con hacerlo, si no disminuía el impuesto y la parte confiscada de las cosechas. Que otra cosa sino desató el estallido en Colombia, un impuesto sobre los que menos tienen sin tocar a los que más tienen. Que otra cosa hizo sino reventar a Chile, la indignación popular de ser los eternos pavos de la fiesta de los poderosos. Hay por allí unos teóricos de derecha que hablan de la “difusión de la revolución molecular”, una suerte de virus que contaminaría el buen orden con ánimos subversivos. De allí que, en todos los casos, la primera reacción del poder haya sido criminalizar las protestas, buscar conspiraciones extranjeras, golpes de estado ficticios y reprimir. Inevitable deriva del poder amenazado, esta vez sin distingo de banderas. Parecemos condenados a una suerte de “política del pueblo” empírica y brutal, sin mediaciones, en que este debe cada cierto tiempo incendiar el castillo para limitar o reducir la expoliación. La contradicción entre computadoras del siglo XXI y sociedades del siglo XIX o apenas del XX, es cada vez más flagrante, ello me lleva otra vez al Llano en llamas. “Esas voces trágicas y desarraigadas del pasado seducen porque son un eco poderoso en el presente: estos personajes rulfianos, como nosotros, viven en un mundo que, más que nunca, engendra desposeídos. El espejismo de la modernidad convirtió al mundo en un llano en extensión y clausura que, cada vez, se incendia más.

El Profesor Castillo es el nuevo Presidente de Perú.

Brechas

No cabe duda que las elecciones recientes en Perú y Chile han abierto brechas sorprendentes. Brechas casi de glaciares, provocando un deshielo de sociedades que por décadas estuvieron formateadas en un modelo social profundamente desigual y desregulado en favor de grupos económicos transnacionales. En 1990 llegaba Alberto Fujimori al gobierno en Perú por 10 años y Chile iniciaba una larguísima administración del modelo heredado de la dictadura. 31 años después ambos países han experimentado elecciones inéditas. Y, extraña coincidencia, pese a las diferencias entre ambos han llegado a los comicios con graves crisis sociales, un sistema político debilitado, con partidos tradicionales en franco retroceso y con derechas desarticuladas en su capacidad de intervención política, aunque conservan obviamente poder de facto, económico y social. En Chile, las brechas abiertas en el consenso pro modelo neoliberal desde el estallido de octubre 2019, se han venido confirmando en las elecciones de la Convención constitucional, de alcaldes y ahora de gobernadores. La derecha quedó reducida a su limite histórico 20%, solo superado en estos años por las artimañas de una ley electoral que favorecía una presencia desmedida. La denominada centro-izquierda, administradora del modelo, también redujo su presencia, aunque resistió mejor en la de gobernadores, 10 sobre 16 incluida la región metropolitana. Las fuerzas emergentes Frente Amplio o como el Partido Comunista por fuera de la colación centrista, no se convirtieron en mayorías de reemplazo, pero lograron importantes espacios políticos. 1 Gobernador del Frente Amplio y 4 aparentados a independientes. La derecha obtuvo sólo 1. Ahora quedan pendientes la presidencia y las parlamentarias en noviembre. Mientras se digieren resultados y se reconfiguran las fuerzas, poco a poco se dibuja una derecha casi fuera del sistema político, una centro-izquierda, social liberal, más conservadora y una tendencia más crítica por la izquierda del FA y el PC. En Perú las cosas han sido igualmente sorprendentes. La emergencia de Pedro Castillo asociado a la región, al sindicalismo y a la izquierda contra Keiko Fujimori asociada a la derecha y a la capital, en segunda vuelta. Hasta ahora todo indica el triunfo de castillo 50.17% contra 49.82 de Keiko, quien alega fraude para revertir el resultado y demora la investidura de su contendor. Pero ni uno ni otro campo eran frentes estructurados de izquierda y derecha, en la primera vuelta el voto se fragmentó entre muchos candidatos vario pinto. Solo en la segunda se concentraron toda la izquierda y el mundo social por Castillo, toda la derecha, clase media en ciertas regiones y el empresariado por Keiko. Es temprano para identificar las líneas de reconfiguración que se generarán. Lo que si es claro que el partidismo clásico está muerto. Castillo obtuvo sus mayorías en las zonas y regiones más pobres del Perú contra Keiko un voto de zonas con mejores ingresos y clases medias. Las diferencias regionales también fueron marcadas, algo importante en el país. En síntesis, fue un voto social, regional, y en última instancia político, en el sentido organizacional. Aparece aquí otra coincidencia, los territorios y regiones incidieron escapando a las negociaciones y a los arreglos capitalinos y centralizados. Los partidos tradicionales, más estructurados en Chile y en descomposición en Perú, cedieron lugar a figuras emergentes provenientes del mundo social. En Chile la derecha se reduce, el centro y las figuras emergentes amplían su espacio y Perú quedó partido en dos.
Todo esto va más allá de los comicios, abre una enorme brecha para replantear proyectos de sociedad en torno a los cuales, tal vez se configuren mayorías sociales consistentes. El abstencionismo dominante en Chile dejó muchas interrogantes sobre la profundidad y consistencia de los resultados electorales, en Perú correr la frontera social está por verse. Castillo prometió incluso una nueva constitución, en Chile ya hay una Convención Constitucional, apenas inicia el proceso.

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