ACTUALIDAD | De tribus y sociedades

Partenón griego. FOTO: PIXABAY
Partenón griego. FOTO: PIXABAY
Por Alberto Carli
Con frecuencia escuchamos en nuestro país voces que se alzan contra lo que genéricamente llaman “la grieta” en el intento de mostrar que esa existencia nos diferencia de las “buenas” sociedades que se caracterizan por los acuerdos y los consensos que aseguran una convivencia tranquila y sin mayores agitaciones. Esa afirmación lo que muestra es la falta de conocimiento de la evolución histórica de Occidente.
En el Siglo VI aC. se produjeron varios cambios que marcarían nuestra civilización. Los pueblos de la región de Anatolia (actual Turquía) dejaron de lado las explicaciones míticas de los fenómenos naturales y se cambió por una visión “natural”. Asimismo se modificó la matriz económica de esas regiones: se abandonaron las duras tareas agrícolas y se expandieron las actividades artesanales y comerciales. Artesanos y comerciantes dedicaron su tiempo a la especulación intelectual y política. Esta, sociedad sin grandes compromisos religiosos, produjo un cambio jurídico-institucional, la creación del Estado. Ciudades-Estados en las cuales el centro del poder se desplazó del hogar (palacio, fortaleza) del monarca a la plaza pública (el ágora) en la cual los ciudadanos libres discutían los temas del destino común.
El Siglo VI aC. preparó al mundo para la aparición, en Grecia, de un pensamiento coherente y no contradictorio, el filosófico, pensamiento en el cual la condición de verdad está articulado con el de una capacidad que marcó el destino de Occidente: la Razón. El destino de los colectivos humanos fue enmarcado por una manera de resolver los problemas de la convivencia mediante la acción de individuos que actuaban como representantes de ese colectivo, poniendo en juego de manera permanente las contradicciones que hacían y hacen a la convivencia civilizada. Nuestro preámbulo constitucional lo recuerda con claridad: “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes”. Esta idea de la representación es propia de las sociedades estatalizadas.
Pero las sociedades estatalizadas han desarrollado, al tener como modo de funcionamiento la resolución de las contradicciones grupales, la capacidad de generar cosmovisiones diferentes a las de las que las precedieron. Los colectivos pre-estatalizados, comunitarios tenían y tienen visiones del mundo en el cual se abordan sus intereses sin des-centrarse. Miran el mundo a la luz de su propia mirada, sin reconocer a las diferentes. Es la mirada de las familias, de los clanes, de las tribus, de las hordas.
Escribir el presente artículo intenta llamar a la reflexión acerca de lo que significa “la sociedad organizada”, en tiempos en los que la discusión se exorciza como práctica social, el disenso es visto como muestra de disgregación, el otro diferente es estigmatizado y la discusión política se transforma en una discusión moral. Y bueno es recordar que la “moral” es la manera en que se sientan las bases para que las comunidades tengan cierto orden que permita la convivencia. Pero que la “ética”, una creación de la filosofía, es una manera de pensar al otro desde su visión, que me es ajena, pero que la respeto. Y que sólo las sociedades estatalizadas accedieron a la condición eticizante.
Pasaron muchos siglos hasta que se accedió a una forma de Estado en el que primaran el interés por la igualdad, la libertad y la fraternidad. Este logro fue de la Revolución Francesa, pero también de las de Estados Unidos (con su independencia) e Inglaterra (con su Guerra Civil del Siglo XVII) lo que hizo que el mundo occidental entendiera como irrenunciable el respeto de esas condiciones, obligatorias y necesarias, en las democracias contemporáneas.
Y sin embargo estamos en tiempos en que asistimos con frecuencia a un comportamiento de algunos grupos con características tribales, en donde de lo que se trata es de olvidar el bien común para favorecer a su propio grupo de pertenencia. Así se entiende a grupos que se creen sin obligaciones con el Estado. Llámese pagar impuestos, cumplir leyes o reglamentaciones, etc.
Es cierto que, en la Modernidad, el acceso al manejo de las riendas del Estado es la expresión de la hegemonía política. También es cierto que ese triunfo estará explicitado en la transformación de los intereses grupales en los del colectivo al que se dice representar. Pero este logro es el resultado de la superación de las contradicciones implícitas en toda sociedad organizada y su resolución la muestra, a manera de una síntesis superadora, de la totalización que ese grupo ha sido capaz de alcanzar en el libre juego democrático.
En nuestro país ha sido habitual en las últimas décadas la manifestación de incomodidad frente a lo que se debería considerar como el juego habitual de enfrentamiento de los diferentes grupos constitutivos de nuestra sociedad. Y sin embargo se ha puesto particular énfasis en lo que se ha dado en llamar “la grieta”. Una grieta, que así enunciada, es la expresión de una partición irresoluble de nuestra sociedad. Ese quiebre que quiere mostrarse como el resultado del uso de la violencia para la imposición de voluntades sobre los oponentes no hace más que acentuarse cuando su uso simbólico se repite como una de las formas en que algunos creen haber sido segregados del conjunto social cuando, lo que en realidad ha ocurrido, es que el peso específico de sus propios intereses (por otro lado, absolutamente respetables) no ha podido mostrarse como mejores que los del conjunto de la sociedad.
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