Por Daniel do Campo Spada.
El 15 de marzo de 1974, propuesto por su antecesor Emilio Garrastazu Médici, el Congreso corporativo elegido con proscripciones eligió como Presidente a Ernesto Geisel (1907-1996) en representación del partido oficialista (ARENA). La dictadura comenzaba a atrevezar el desgaste propio de poco más de una década en el poder. Para peor, a nivel mundial se desplegó la crisis del petróleo, dando comienzo a una nueva estructura no solo energética sino también financiera. Los petrodólares ayudaban a aumentar la disponibilidad de dinero fresco que iba cimentando el problema de la deuda externa que desde la década de 1980 pasó a ser la cabeza de la agenda de los países del tercer mundo.
La fatiga del poder militar empezaba a ser visible en muchos aspectos, a punto tal que el miedo a la represión no parecía ser suficientemente útil. Por eso, sin levantar la persecución y prohibición a la izquierda, Geisel intentó crear la pantomina de una democracia “controlada”. Por eso buscó tener con limitación al “opositor” (y cómplice al mismo tiempo) Movimiento Democrático Brasileño (MDB) que tibiamente comenzaba a canalizar el cansancio latente. La preocupación comenzó cuando estos ganaron las elecciones legislativas y amenazaron con poner en peligro la preeminencia del partido de los militares.
La necesidad de recuperar la iniciativa hizo que la dictadura reforzara la censura en la prensa y en la política. Además, a los dirigentes opositores no se les permitía de ahí en más dar discursos o reportajes. Solo podían poner su nombre y el número de lista en caso de alguna elección, al tiempo que a los oficialistas se les abrían todas las posibilidades. La Presidencia de Jimmy Carter (1924) desde 1977 hasta 1981 fue un ligero freno para regímenes abiertamente dictatoriales. La “primavera” estadounidense duró muy poco, pero en el mientras tanto “invitaron” a que los militares brasileños dieran de baja el Acta Constitucional n° 5 que era profundamente represiva.
Aunque en política exterior abrió el abanico de Brasil, con clara intención exportadora, aún en plena guerra fría el dictador estableció relaciones comerciales estrechas con China y Angola. Estas naciones, de orientación socialista no eran sin embargo un impedimento para su alineamiento incondicional con el régimen de Estados Unidos. Su carácter anticomunista dejaba tranquila a la Casa Blanca que seguía viendo a Brasilia como un Gobierno aliado en un conjunto de países a los que consideraba su “patio trasero”.
El impulso exportador estaba impulsado por los barones de la industria paulista que se convirtieron en un nuevo actor político con fuerte presión sobre los gobiernos que se dieron a partir de allí. A ellos se les agregaban los bancos y el poderoso segmento mediático, que concentrado en pocas manos empezaba a ser determinante en la política por medio del control de la opinión pública.
Tras una gestión pálida se propuso trasladar el Gobierno a uno de sus principales colaboradores. El elegido fue nada más y nada menos que el Jefe de los servicios de inteligencia Joao Baptista de Oliveiro Figueiredo. Mientras que con su propuesta al Congreso parecía retirarse, en 1985 Beckmann Geisel retornaría al candelero al apoyar abiertamente al futuro Presidente Tancredo Neves el último elegido en forma indirecta por el Congreso con la modalidad de Colegio Electoral.