Por Mgter Marta Martinangelo
Hoy experimenté el clivaje, esta sensación de desazón al sentir en lo profundo de mi estar que. reivindica como parte de mí estar al grupo de los “malos sucios y feos”, los desarrapados. Me viene la frase de Eva “mis cebollitas”. Salí a hacer mandados por el barrio y de pronto un fenómeno me impactó al observar que, hoy en medio del pico de la pandemia, circulaban niños conveniente ataviados con uniforme de escuela privada y mochilas por las calles acompañados de adultos. No vi padres adinerados, sino laburantes que portaban a sus niños con cara de “yo no fui”.
Qué pobreza y qué miseria se ciñe a un uniforme limpito impoluto una mochila importante. Me pregunto qué les enseñarán hoy en el selecto y exclusivo mundito de su escuela. Me pregunto, reflexiono con qué llenarán su conciencia. Su empatía por el otro se limitará a otros investidos con el mismo uniforme que los amucha y a su vez los deja fuera. Es el cómo de una buena educación, donde estudiamos memorizamos, pero no aprehendemos. Estudio la Revolución Francesa, pero ignoro quién era Juana Azurduy.
Esos seres pequeños están aprendiendo a vivir todos amuchados, todos igualitos, todos limpitos por fuera. Será que el fantasma del que habla Jorge Alemán nutre su sustrato, se expresa en una idea de seres excelsos que solo viven por ellos y para ellos. Tal vez por eso son seres que necesitan redactar y recordar normas de convivencia, para evitar, llegado el momento, no abandonar a su otro parecido.