Por Ángel Saldomando
(Desde Chile para CEDIAL)
BRASIL EN OTRO PLANETA
Es siempre difícil intentar aprehender lo que ocurre en Brasil, país continente como se suele decir. Como me dijo un asesor en política exterior de Lula en una conferencia: “Si alguien cree que el gobierno, gobierna todo Brasil, se equivoca. Hay regiones donde no sabemos ni que pasa”. Su dimensión, diversidad y trayectorias lo han hecho estar dentro y fuera a la vez del contexto regional, tal vez es el país más auto referido que cualquiera de esta zona.
Con los sucesivos gobiernos del PT se marcó quizá la época de mayor acercamiento en las relaciones vecinales, aunque hubo también sus contra tendencias. Aunque había acuerdo en promover la integración regional, practicar la solidaridad con los países de la región, hubo diferencias que marcaron bloqueos. La cuestión del gas con Bolivia, el Banco sur, la integración filtrada por el diseño de ser potencia regional integrada a los BRICS como principal escenario, que al final no funcionó, son ejemplos de los límites de los acuerdos. La llegada de Bolsonaro en un clima de descomposición institucional eyectó a Brasil a un planeta desconocido. Dejó de ser un país que proyectaba un potencial internacional para convertirse en una “zona” de esas que se asocian a la calamidad. Violencia, ecocidio, pandemia, delirium tremens político, pasaron a ser las imágenes difundidas. La radiografía que nos comunica el periodista Eric Nepuceno es brutal. “La economía está hundida, el desempleo alcanza a unos 14 millones de brasileños, el país volvió al mapa mundial del hambre del que había sido sacado por Lula da Silva, la pandemia corre suelta y crece sin control, la imagen del país se derrite como una paleta al sol, pero no hay cómo pararle la mano al genocida” (página 12.com.ar 12/2/21)
Sin embargo, el fenómeno Bolsonaro parece no encontrar una lectura suficiente y esclarecedora en sus causas y en sus efectos, para Brasil y la región. Se ha abundado más sobre los medios que permitieron llegar a Bolsonaro a la presidencia y menos, sobre las tendencias en la sociedad que lo posibilitaron. Que Lula fuera excluido fraudulentamente de las elecciones y que Dilma fuera víctima del lawfare no explica todo, esto es algo que nuestros amigos brasileños podrán aportarnos. Desde un punto de vista más regional sin duda que el “efecto Bolsonaro” se ha decantado.
Las elecciones presidenciales brasileñas de 2018 constituyeron un cataclismo político, no solo para la derecha clásica y la izquierda de ese país, trascendió las fronteras y la geopolítica regional. Se temió que se abriera una caja de Pandora. Los sectores más conservadores, adictos a la represión y partidarios de gobiernos dictatoriales podían verse reconfortados. Luego de años de sentirse disminuidos por la ola democrática y los gobiernos progresistas Bolsonaro podía desinhibirlos. Bolsonaro y quienes lo han sostenido en la sombra, empresarios, militares y una derecha ultra e inorgánica, al plantear una política de eliminación del enemigo intentaban establecer un antes y un después. No más recambio, no más alternancia, no más ciudanía política para el progresismo. Una suerte de golpe salido de las urnas. Con ello arrinconaba también a los centristas, en su propio país y sonaba la alarma para todos los otros.
La brutalidad de su discurso abofetea por igual a los que se consideraban demócratas contra la izquierda, como a aquellos que se asumían como izquierda moderna: social-liberal e institucionalista. El movimiento de opinión que levantó a Bolsonaro expresó ira y exasperación acumulada, en clave reaccionaria, contra la inseguridad, la corrupción y la incertidumbre frente al cambio. Ello lo hace aún más peligroso, proponiendo siempre un chivo expiatorio, la masa puede inclinarse por pedir cabezas de turco e incendiar el castillo. No más política y más guillotina. Bolsonaro, como otros en su momento, ha usado el descontento para crear una amalgama social y atacar a las organizaciones sociales, la cultura y la política que le puedan impedir usar a la masa para los objetivos conservadores. Pero esa tendencia parece comenzar a revertirse (¿en qué proporción?) en las protestas contra su papel en la pandemia, la corrupción en su entorno más cercano, el conflicto en torno a las pensiones, los impuestos y las prebendas. La reciente nominación de un militar, como en casi todo, a la cabeza de Petrobas la hundió en la bolsa con una caída de 20%. Señal inequívoca.
En el periodo transcurrido desde la elección de Bolsonaro, un lento y difícil reacomodo de fuerzas se está operando sin definir aún contornos claros. En la izquierda pro petista el concierto de opiniones, nacional y regional, ha sido devastador en su lamento. Nada se había anticipado o intuido siquiera. Destacados intelectuales latinoamericanos pro PT, señalaron la manipulación, a los medios, a las noticias falsas, a la “idiotización” de las masas y un largo etcétera para explicar la derrota. Sea, faltó la explicación política. Hay que hacerse cargo de ella. Obnubilados por el tamaño del partido, la continuidad en el gobierno del PT y el liderazgo de Lula, con apreciaciones complacientes, no percibieron las fallas sísmicas bajo la mole. Los que las señalaban eran descalificados, como siempre, viejo mal de la izquierda.
El PT pese a su enorme base social, estaba anquilosado en lo programático, en la renovación de personal político, empantanado en la institucionalidad y en las trampas corruptas del sistema. La cabeza pesaba más que el cuerpo. El PT fue una combinación exitosa de movilización social propia a la izquierda con realismo de gobierno. Pero en ello también hay que señalar las contradicciones con los movimientos sociales, las tensiones en torno a la política económica, la relación con el sector privado, las políticas ambientales negativas, la postergada reforma agraria y la creciente corrupción. La estrategia del PT para promover una izquierda regional responsable, coincidente con su propia visión, y como parte de un escenario donde podía desplegar su modelo de país influyente tenía sus puntos críticos. La relación partido-gobierno, se degradó en una simbiosis en que la real politik de país y de partido se volvieron una misma cosa, con consecuencias restrictivas sobre la innovación de las políticas públicas. La estrategia de la modernización capitalista en la que se insertó nacional e internacionalmente, con inclusión social y democracia, fue tal vez lo más progresista en su momento, pero luego no pudo respaldar la elaboración de nuevas políticas que promoviera otro modelo económico, las cuestiones ambientales, la selectividad de las inversiones con criterios de sostenibilidad. Pero también problemas de sociedad vinculados con la inseguridad, la corrupción, la marginalidad urbana etc.
El PT no logró transformar sus éxitos en un nuevo impulso, el partido transformado en “sombra de gobierno” no pudo ejercer el papel crítico y corrector necesario. El pragmatismo convertido en doctrina dominó los liderazgos y la renovación programática. También su política exterior, muy celebrada en términos de nuevo regionalismo, fue desdibujándose cada vez más en dirección de una hegemonía regional de base nacional. De hecho, las relaciones con China y la reticencia a hacer avanzar instituciones como el Banco del Sur fueron sintomáticas. El puente desde el foro de Sao Paulo hasta Davos era muy largo para ser recorrido, pasando por los Brics.
El PT se ha debilitado electoralmente y aunque tiene recursos propios para replantearse una renovación, la cuestión será en qué dirección y a qué precio. “Hoy el PT es un partido del interior del nordeste que ha vuelto al tamaño que tenía en los noventa (antes de las presidencias de Lula)”, explica el historiador Lincoln Secco, autor del libro Historia del PT. “No gobierna ninguna capital por primera vez, no tiene nuevos líderes ni nuevas ideas. Aun así, sigue siendo el partido de izquierdas más grande y sólidamente capilarizado en la sociedad brasileña, hasta el punto de que aguantó durante años una campaña de aniquilamiento por parte de la prensa brasileña”. Y, aunque el grupo parlamentario del PT es el segundo mayor del Congreso, carece de protagonismo en un debate político que prácticamente monopoliza Bolsonaro. (El país 30/11/2020).
En las elecciones municipales de noviembre 2020 parecieron retroceder tanto el PT como el efecto Bolsonaro. Los candidatos apadrinados por ambos no consiguieron triunfos importantes. De hecho, el PT no gobernará ninguna capital regional importante. El electorado se fragmentó en una constelación de centro derecha, evangelistas, offsiders, partidos de centro y algunas corrientes de izquierda; que parecen emerger en la disputa de la hegemonía del PT. Como nunca antes el PT aparece desgastado en su liderazgo y en su dinámica como partido. Y, si bien su figura más emblemática Lula conserva en parte su aura, es claro que no alcanza para una recomposición política. Las elecciones municipales con sus dinámicas locales no permiten quizá, dibujar una tendencia que sea determinante a nivel nacional, pero tampoco se puede ignorar la señal emitida. Por lo pronto, el efecto Bolsonaro, pese a su cercanía discursiva con Trump, su reivindicación del pinochetismo y de la dictadura brasileña, no ha calado en el resto de la región. En relación a Venezuela han sido más desplantes que hechos, en las relaciones con Perú, Ecuador y Bolivia no ha pesado, tampoco en Argentina y los derechistas chilenos han intentado ocultar sus tempranas simpatías con el esperpento. Al final todo parece ser mas de uso interno que un intento de obtener influencia política, algo que el PT logró con creces en su momento. Bolsonaro, el instrumento usado por la derecha recalcitrante y los militares, puede ser descartado si se configura su debacle. En cualquier caso, ha sido hasta ahora un instrumento sobre todo nacional, en el exterior está sin proyección y aislado. En 2022 hay elecciones presidenciales, Bolsonaro en su afán de sobrevivir tal vez siga la política de Nerón: no importa que arda Roma mientras siga en el gobierno.
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EL DEBATE SOBRE LA REACTIVACION POST PANDEMIA
Con la vacuna en el horizonte comienza a avizorarse la esperada recuperación económica, sin embargo, es prematuro determinar su alcance y sobre todo si implicará cambios en el modelo dominante. La actualidad nos permite poner en perspectiva este tema.
Aunque está reconocida la debacle del consenso de Washington, la pérdida de hegemonía neoliberal al menos en las ideas, y la apertura de una discusión en nuevos términos acerca de la recuperación económica regional y mundial, la batalla continua. El modelo primario exportador es dominante y durante el boom de materias primas copó los espacios de decisión a su favor.
El cambio ha sido lento y traumático, comenzó en un lejano 2002. En el mundo oficial dos documentos elaborados para el BID y CEPAL respectivamente lo reconocieron cada uno a su manera en: Structural reforms in latin america under scrutiny (1) y Concertación nacional y planificación estratégica: elementos para un nuevo consenso en A.L (2) Ambos documentos se ubicaron en la línea de viraje hacia un reconocimiento crítico del impacto de las reformas económicas, neoliberales. El Banco Interamericano, El Banco Mundial hicieron su propia mea culpa y el FMI desapareció prácticamente del debate, desde el 2005 en adelante. El BID, reconoció en 2002, explícitamente que en América Latina la opinión negativa sobre la privatización y la liberalización del mercado se había generalizado. Por su parte la CEPAL, alejándose también de su subordinación al consenso de Washington, afirmaba que había un enorme desgaste por el deterioro de la situación social y por el costo de reformas económicas que no mostraban frutos. Los países latinoamericanos habían sido duramente alineados en este modelo durante parte de los 80 y los 90 del siglo pasado, con la condicionalidad externa y por una mezcla de cooptación-corrupción que descompuso a las sociedades. De los 19 países latinoamericanos todos sin excepción, aplicaron programas en los que campeaban la privatización, la liberalización financiera y comercial, sin aprobación democrática.
Las consecuencias fueron tasas record de pobreza, concentración del ingreso, destrucción del tejido social y productivo, vaciamiento y descomposición de la democracia; y penetración del capital transnacional. Los años 80 y 90 fueron funestos al punto que se les denominó “la década perdida” por la comisión económica para América Latina, en un súbito arranque de franqueza. El balance es que el neoliberalismo en América Latina ha sido una verdadera guerra social interna a favor de las elites internacionalizadas que dejó exhaustas a las sociedades. Sin duda que este debate tuvo sus principales estimulantes en la crisis argentina del 2001, las de Bolivia y Ecuador y el rechazo del Alca en 2005. Este contexto parece lejano, pero no lo es, a la luz de la experiencia vivida en Argentina con el gobierno de Macri, las protestas contra el FMI en Ecuador en 2020 y el reciente estallido social en Chile en 2019, el modelo otrora considerado el más exitoso.
En un comunicado oficial en 2017, la Cepal citó el siguiente comentario de su secretaria general Alicia Bárcena: “América Latina y el Caribe necesita avanzar hacia un nuevo paradigma de desarrollo basado en la igualdad y sostenibilidad ambiental como motores del crecimiento. El actual modelo, el capitalismo, no funciona”. Es sabido que, en los vericuetos en que funcionan estos organismos, no es habitual hacer afirmaciones tan contundentes y sistémicas. Lo normal son posturas generales, buenas intenciones y principios elevados. Llama entonces la atención una postura de este tipo.
Sería interesante que se apoyara la elaboración de parámetros de cambio del “modelo” que no funciona. No existen, en la región, grandes centros de investigación especializados en estos temas. La cuestión es urgente. América Latina ni ninguna región del mundo podrán ingresar, de manera masiva, al sistema de producción y consumo que se convirtió en modelo de desarrollo universal en los dos siglos pasados. Esto hace parte del diagnóstico básico. No es casual que, en la cumbre climática de diciembre 2017 en Berlín, el llamado de la comunidad científica internacional sobre el deterioro de los parámetros del estado del ambiente y la publicación de recientes trabajos sobre alternativas de evolución y de transición de sistema, señalen la necesidad de urgentes cambios.
En América Latina el énfasis está generalmente en la papelería. Varios países de la región solo gesticulan en estos temas, en los hechos aplican estrategias económicas más próximas del suicidio o de la lenta agonía. Algunos confunden todavía “modernización” con adherir tardíamente a un sistema en descomposición.
“Queremos avanzar hacia un Estado de bienestar que garantice derechos y construya capacidades” dijo recientemente Bárcena de la Cepal. El debate que comienza, si habrá cambios o no, cuáles y en que dimensión, nos pone frente a exigencias nuevas de reflexión, entre ellas la de las herramientas disponibles.
“Como nunca en los últimos 30 años, hoy está abierto a discusión el modelo dominante de inserción de la región en la economía internacional, basado en la especialización en materias primas, manufacturas de ensamblaje y turismo de sol y playa. En efecto, la disrupción de diversas cadenas globales de valor ha mostrado los riesgos que supone la elevada dependencia regional de las manufacturas importadas. Esto ha quedado particularmente de manifiesto con las severas limitaciones a la disponibilidad de productos esenciales para el combate al COVID-19 a raíz de las restricciones impuestas por la mayoría de sus principales proveedores” (cepal informe No2 especial covid 19). Los datos proyectados de cierre de 2020, por su parte, son todos negativos. La evolución del PIB regional sería de -5.3% y el de América del sur de -5.2. Con indicadores nacionales de -5.3 para Argentina, -5.2 Brasil y -4% para Chile como muestra; en un contexto internacional depresivo en todas las macro regiones. El aumento de la pobreza, del desempleo se agregan al cuadro general, con aumento de endeudamiento y restricciones de inversión, solo los estados compensan con políticas activas y recursos fiscales. Las diferencias entre países, sus capacidades, políticas y potencial mostrarán las evoluciones posibles. Pero la oportunidad de la catástrofe depende de fuerzas y actores con la voluntad de ir hacia el cambio. ¿Cambiará la cultura dominante? Un analista de la gran distribución en Francia explicaba doctamente que ahora lo importante es el paquete de fideos y no las doscientas marcas que normalmente se ofertan.
Las fuerzas que sostienen el modelo neoliberal y de globalización son más heterogéneas que lo que algunos analistas simplifican, no son solo los viejos imperialistas, los sectores trasnacionales y financieros en alianza con sectores conservadores y tecnocracias funcionales. Las fuerzas otrora asociadas al estado de bienestar en Europa y en otras regiones, incluida la nuestra, se adaptaron al viejo dicho: si no puedes con el enemigo únete a él; se transformaron así en social-liberales. Por su lado, la esperanza de modelos alternativos, que algunos soñaron con los BRICS, tuvo que desencantar. Ni China ni Brasil ni India ni Sudáfrica encarnaron algo distinto, transformaron la lucha entre modelos de sociedad en pulseadas geopolíticas entre potencias globales o subregionales. A lo que habría que agregar, a nuestra más modesta escala, la pobreza estratégica del Mercosur y de Unasur, si dejamos de lado los discursos altisonantes. Ahora a la vista del rumbo catastrófico del modelo de sociedad dominante se replantean como posibles acciones que hasta hace poco se consideraban imposibles.
La necesidad de producir bienes públicos universales, construir sectores estratégicos para los países para mejorar su sostenibilidad, regular, disciplinar la tecnología en torno a la transición ecológica, descentralizar, crear entornos locales sostenibles, y un largo etc. En el plano más global se abre un espacio para torcer la globalización gobernada por el mercado transnacional y crear una nueva internacionalización. Es decir, coordinaciones entre estados nacionales, el que vuelve a cobrar centralidad y legitimidad como el actor capaz de regular, coordinar y orientar los recursos.
Los servicios públicos, se han vuelto otra vez indispensables y valorizados, hasta hace poco los gobiernos solo hablaban de reducción de efectivos y de presupuestos. Los sectores estratégicos se consideraban inútiles (salvo el militar) hasta que se dieron cuentan que el 80% de los componentes de ciertos medicamentos vienen de China, que construir respiradores en el país es posible y que la simple fábrica de botellas de oxígeno médico a punto de cerrar debía nuevamente ser recuperada. Esto sin duda cuestiona otro aspecto esencial: quienes y como toman las decisiones. La necesidad de diversificar y equilibrar la deliberación política ha nuevamente cobrado importancia.
Algunos plantean que hay un tratamiento y una salida de izquierda y otra de derecha de la crisis. Otros que esto es un problema generacional y de civilización: o aprendemos algo como especie o perecemos. El siglo veinte nos dejó sin referentes que mantuvieran legitimidad como para constituirse en grandes denominadores políticos e ideológicos, apenas se rescata algo de esto o de lo otro. Quizá ahora lo único que una es la percepción de lo que no va más y la necesidad imperiosa de construir otro modelo, o al menos de ensayar y aprender.
FUENTES.
1.- Bid 2002 Eduardo Lara y Ugo Panizza
2.- Ariela Ruiz Caro Ilpes CEPAL 2002