“La oligarquía vitalizada reflorecía en todos los resquicios de la vida argentina. Los judas disfrazados de caballeros asomaban sus fisonomías blanduzcas de hongos de antesala y extendían sus manos pringadas de avaricia y de falsía. Todo parecía perdido y terminado. Los hombres adictos al coronel Perón estaban presos o fugitivos. El pueblo permanecía quieto en una resignación sin brío, muy semejante a una agonía.
Raúl Scalabrini Ortiz
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Por Enrique Meller
Este no parece un 17 para imaginar lo que falta recibir, sino para imaginar aquello de lo que carecimos siempre. Desde la izquierda se le imputa al gobierno que ha fallado políticamente en crearse una base popular, que fue la lección número uno de la práctica política justicialista. ¿Quiénes conformarían esta base popular?. ¿Los pobres?, ¿los sindicatos?, ¿El progresismo?, ¿la izquierda con sus distintas banderas dentro del campo popular?, La desazón y el desconcierto provienen de que todos sospechamos que la crisis de representación que sufren los intereses populares, no proviene de estos lugares.
La izquierda que sin haberlo votado aparece hoy como un soporte desesperado y desesperante de una situación epigonal que seguramente se prolongará sostenida por intereses inconfesables, reclama participación, lucha. Pero no ignora que la resistencia política proviene de la organización y no de cierta energía mística propia del pueblo. Hemos pensado que el menemismo fue el último acto público del sueño peronista, obligado por quienes lo derrotaron al suicidio en medio de la escena pública. Escuchamos a un presidente electo decir que si hubiera confesado su verdadero plan de gobierno, nadie lo hubiera votado. Un verdadero ejercicio canibalístico. La política abandonaba todo quehacer para refugiarse en una existencia mediática. Los matices ideológicos de una existencia mediática carecen completamente de interés. Entonces debemos recuperar un ámbito donde algún quehacer aunque pusilánime y limitado pueda iniciarse. Parece imprescindible que nosotros como clase media urbana abandonemos nuestra pretensión de salvar lo que queda. Antes bien debemos perderlo rápidamente.
Estamos lanzados a un desierto previo a la constitución de la sociedad civil. El nuestro es un país donde transitan sombras de brillo fosfórico, vagando por una pampa vacía.
El último enemigo que tenemos es nuestra propia memoria.
¿Cómo se puede fundar un quehacer sobre la base de la destrucción de nuestra propia memoria?. La destrucción de la memoria en la que pienso no es un mero olvido como siempre nos propuso la Iglesia, ni un indulto. Pero lo cierto es que no hay ya una patria contra la cual vengar a nuestros compañeros caídos. El lenguaje de la madres ha sido insuficiente. ¿Por qué?. Porque nosotros tampoco hemos querido salvar a la República subvertida por el terrorismo de estado cuya restitución clamamos con escándalo. Lo cívico del enfrentamiento fue el límite de nuestras capacidades militares. Y finalmente la derrota de lo cívico, representó la miseria de nuestra utopía.
Se impone una cruda reflexión sobre el sentido del 83.
Se ha dicho del 83 que fue el recupero de protagonismo político por parte de una mayoría silenciosa acallada por dos demonios anticívicos. Hemos protestado largamente contra esto. Sin embargo el límite de lo cívico terminó dándole la razón a los epígonos. La ambición no nos dio para más. Entonces: ¿qué recuperamos en el 83?. Hubo sin duda un cambio en la seguridad social, y el 83 comenzó con un fuerte dinamismo cultural. Tuvimos asimismo la esperanza de nuevos bailarines y nuevas danzas. No obstante la antigua solidaridad del peronismo, aquella que logró emocionarnos, porque nos daba un lugar genuino a todos nosotros, fue abandonada en su silla como una novia deforme cuyo destino era envejecer entre tías solteronas, escuchando trivialidades en las tertulias.
En general podemos decir que el 83 nos tiño de modernismo progresista. Se levantaron todas las banderas conocidas de la reacción mitrista pertenecientes a la vieja República de Alem. Pero quedaron bajo el ala de la clase media urbana, de edad intermedia, que deseaba por la persuación poner en caja , a una juventud díscola y equivocada. ¿Qué decía el manual?. Que la libertad se apoyaba en la diferencia y la desigualdad, porque la desigualdad era el motor de la evolución. Que las fuerzas dañinas que pregonaban el fascio nacionalista y la izquierda, eran fantasmales, espantapájaros destinados a distraer y ocultar la propia incapacidad y la corrupción. De la mano del progreso y la revolución tecnológica surgiría un nuevo crisol sustentable de las diferencias que promoverían las verdaderas libertades del preámbulo:
Cruzo la plaza y me alejo de la gente como un pájaro muerto. Escucho, y luego, otra vez, escucho. La libertad se llama de otra forma y eso ha empañado todos mis espejos
Eso lo escribí el mismo día de asunción de Alfonsín como prólogo de libro que llamé Lomo Negro y jamás quise publicar. Mi mujer de entonces había decidido ir a a no se qué plaza con mi hijo de cinco años, creo que era el parque Lezama, para participar de la fiesta. Sufrimos un grave autoritarismo cultural. Quienes nacieron en esa época lo identificaron con la Argentina en estado puro. Soñaban con la dominación gorila del peronismo, la intervención de sus victorias culturales, el silencio de su testimonio. El alfonsinismo fue la Argentina soñada por Europa. Resultó como es obvio una nueva pesadilla. Los conservadores mitristas por lo menos, supieron que defendían intereses de clase.
Más que en este o en aquel 17 prefiero pensar en la fuente. La gente llegó a la fuente, sin nada, completamente vacía. Creo que ni siquiera esperaban a Perón como dice Scalabrini. Vinieron para estar. Ya no soportaron que se continuara sin ellos. Lavaron sus pies en la fuente, como quien lo hace en un lugar desconocido y largamente prohibido. Se ganaron con justicia el epíteto del escándalo. Oscuramente todos supimos que la fuente era la verdadera metáfora del 17. El mito nació porque en aquella fecha nos tocó ganar. Sospecho que nunca más volvimos a hacerlo.
La fuente resultó una figura religiosa, pero en lugar de lavar los pies del príncipe, lavamos los pies del peregrino, que terminaron siendo nuestros propios pies.
Sueño con aquella fuente, que al final, denodada Euménides, lave los pecados propios y los pecados ajenos.
Buenos Aires
17/10/09