PENSAR UNA SEÑAL | ¿Votamos nuestro destino?

Por Adriana Fernández Vecchi

La cultura del consumo ha promovido un hedonismo narcisista y egoísta. Sucumbe así, la relación con el otro y la conciencia política. Es el proceso de autoabsorción del narciso, como dice Lipovetsky: “permite una radicalización del abandono de la esfera Pública y por ello una adaptación funcional al aislamiento social (…). El narciso, nueva tecnología de control flexible y autogestionado, socialista desocializado, pone a los individuos de acuerdo con un sistema social pulverizado, mientras glorifica el reino de la expansión del Ego puro”.Es una sociedad polimorfa que pone a disposición de cada individuo todas las formas de vida. Constituye una mentalidad pragmática-operacional, una visión fragmentaria de la realidad, un antropocentrismo relativizado, un atomismo social hedonista y renuncia al compromiso y a lo institucional en todos los niveles: políticos, religiosos, etc.
Esta visión individualista considera lo privado como refugio eficaz del mundanal ruido de la política, y es sólo vivida en último término como un “delegar” en sus “voceros públicos”. Con ello se devalúa el Bien común.
De este modo, se entiende la obsolescencia del Estado-nación y su reemplazo por grandes corporaciones de intereses multinacionales impulsado por la necesidad de expansión de los mercados. Se expande la sociedad civil desvinculada del Estado y su función primordial es el resguardo de los intereses del sector privado, se mueve bajo el horizonte de la economía.
Si planteamos la crisis supone tener presente el tema de la representación y su incidencia en la sociedad civil, la esfera de lo público y lo privado en las políticas actuales y el ámbito de lo social.
Las instituciones permiten al miembro de la sociedad alcanzar su derecho y su deber. Los organismos se liberan de los intereses subjetivos porque oponen a ellos lo universal de la ley. Así entonces, el bien particular es mediado por el bien común a través de organización estatal. Si el horizonte del Estado rige la sociedad civil, se afianza la representación de lo público y la confianza en las instituciones civiles. En cuanto el derecho se determina y se centra en los intereses del Bien común, el egoísmo de la particularidad, el poder privado, se subsume a la positividad de la ley.
En el poder del Estado, la representación juega un rol importante en la constitución de un poder público. Su mediación hace que el derecho se satisfaga en la confianza particular subsumida en la ley, y también que el Bien Común sea contenido que determina lo político. Es decir, se genera un juego de relaciones de poderes públicos y privados que tenderían a un equilibrio de intereses. Lo público de las instituciones y de la ley de esta manera garantiza la confianza en el derecho.
La crisis o ausencia del Estado, en consecuencia, compromete el Poder Público y el Poder de las instituciones. La vida pública de la comunidad ética expresa las normas para la identidad de sus miembros y su participación y prácticas institucionales. En este sentido se concilia el principio de autonomía que configura lo privado con el criterio de unidad comunitaria que constituye lo público. La soberanía es entonces el objetivo principal de toda democracia. El Estado es la organización que garantiza el Bien común.
Votar el bien común o el desenfreno de los intereses privados es tirar los dados en la mesa del destino de una comunidad.

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