CEDIAL – Opinión | Violencia y capitalismo

Por Alberto Carli
En estos tiempos asistimos en Argentina a una discusión instalada por el gobierno. La edad en que un delincuente puede ser imputable. Y así escuchamos análisis diversos que incluyen afirmaciones en las cuales la razón de verdad muchas veces está dada “porque en los países más avanzados está en los trece o catorce años”. La baja de la imputabilidad viene acompañada de la idea de que “se va ganar en seguridad”. Tratar el efecto sería lo buscado.
Es raro que no recordemos la condición esencial de la especie: todos “sabemos” que vamos a morir. No en vano las religiones (no me atrevo a decir “todas”) nos aseguran “la vida eterna”, también otras disciplinas culturales ( la Ciencia, el Arte, la Filosofía) son intentos de alcanzar una perpetuidad negada desde lo biológico.
Si sabemos que vamos a morir y eso nos diferencia del resto del reino animal, también es cierto que somos los únicos con angustia. Somos los únicos que deseamos. Y, portadores de Deseo y s Lenguaje hemos creado un mundo lleno de abstracciones sin existencia concreta. O sea que el problema es que tenemos un lóbulo frontal en nuestro cerebro y, en algún otro lado (que ignoro si tiene entidad anatómica) la sabiduría experiencial de la muerte de los otros y su consecuencia inconsciente, lo que nos provoca, la Angustia.
Si la especie tiene como condición esencial la Angustia, en lugar de pensar medidas punitivas por qué no pensamos en que la especie ha creado un mundo en el cual a diario se viola la inocencia de miles de jóvenes a los que se les presentan bienes inaccesibles (un automóvil, una lancha, una casa, una pareja) a los que nunca tendrán acceso con sus miserables ingresos. Es decir que se les provoca angustia. Una angustia que podría ser atenuada, mediatizada por la cultura pero el porcentaje de jóvenes con posibilidades de arribar a esa magnífica herramienta es escaso o bien se trata de evitar que tengan acceso a la misma (cierre de colegios secundarios nocturnos entre otras medidas ejemplares del compromiso con el destino de la Nación Argentina de nuestros gobernantes). Entonces, la respuesta a la angustia, a la desesperanza de los jóvenes arrasados por el alcohol, las drogas, el miserable hacinamiento, la desocupación es, matarlos.
Lo paradojal de todo esto es que esos mismos gobernantes con su desinterés por nuestro destino como nación se dedican a acrecentar sus fortunas en un comportamiento perverso negativo de su propia finitud, creyendo escapar a aquello que ineluctablemente los ha de encontrar: su propia muerte, la que se niegan a reconocer. Ellos también van a morir.
Incluidos en un sistema económico que en su versión ingenua seria la resultante del esfuerzo ahorrativo de algunos que así tendrían un excedente con el que iniciarse, nosotros preferimos un pensamiento con mayor rigor histórico que les mostraría que la “acumulación originaria” se ha hecho a sangre y fuego (campesinado del centro de Europa, la conquista de América, la globalización).
Esta lectura acrítica de la historia que manejan estos sujetos los hacen poseedores de algunas nociones sobre-simplificadas de la vida. Como no son lectores de otros temas, andan por el mundo con sus manuales de auto-ayuda en los que apoyan sus seguridades. Seguridades ficticias, como todo en la vida, aunque casi de manera psicótica se empeñan en mantener.
Por supuesto que no creemos que todo esto se haya dado en un contexto injustificado. Terminada la Segunda Guerra Mundial el mundo quedó dividido por lo que se llamó la Cortina de Hierro. Por un lado Estados Unidos y sus aliados (la OTAN, Organización del Atlántico Norte) y por el otro, la Unión Soviética y sus aliados (el Pacto de Varsovia). Eran los años de fines de los cuarenta. Los horrores de la guerra golpearon fuertemente en la conciencia humana. La pregunta instalada era cómo en un mundo en el cual la ciencia había alcanzado los niveles que se habían logrado, fueron posibles tales crímenes. Esto golpeó de manera decisiva en el prestigio de la Ciencia. Se abrieron las puertas al Posmodernismo, cayeron los Grandes Relatos de Occidente. Dios había muerto, nada ni nadie garantizaba la vida eterna. Por supuesto que no nos vamos a detener por razones que exceden este artículo en el papel que jugaron Heidegger, Adorno, Horkheimer. Sí, en lo que un pensador japonés-estadounidense publicó en 1989 (año además de la caída del muro de Berlin y la publicación del Consenso de Washington). En el verano de ese año apareció en The National Interest un artículo, luego libro, titulado “El fin de la historia”, en un intento del autor por replicar la experiencia de Hegel y la Revolución Francesa de 1789. Esto no nos llamaría la atención si se tratara solamente del esfuerzo de un filósofo contemporáneo de replicar la experiencia hegeliana frente a los cambios dramáticos a los que se asistía pero, como somos ciudadanos de un país periférico al fin y al cabo, lo que nos interesó de manera contundente era que este filósofo de California trabajaba, además, en el Departamento de Estado del país del norte.
De la misma manera que la economía feudal necesitó del respaldo de la “resignación” católica y el capitalismo naciente la “predestinación” calvinista (Weber dixit) , el capitalismo contemporáneo (financiero, bancario, multinacional) tiene su correlato ideológico-espiritual en las iglesias del “pare de sufrir” evangélico universal, donde está todo bien en la búsqueda de la salvación individual, de la ganancia económica. Dios (y sus pastores) está felices con las ganancias de sus fieles (y su consiguiente diezmo).
Así asistimos al festival del “sálvese el que pueda” en el que se prioriza lo individual por sobre lo colectivo, donde fracasar es la expresión de la falta de suficiente esfuerzo, donde el mérito debe buscárselo en lo individual (“uno es patrón de sí mismo”). El otro será mi rival en la búsqueda de la excelencia. Reemplazamos en nuestros billetes monetarios las figuras de quienes, con errores y aciertos nos hicieron una Nación , por figuras de animales que “nos identifican”. Como nos sentimos, o nos quieren hacer sentir, partícipes de un espacio, nos transformamos en “vecinos”, dejando de lado nuestra contemporaneidad histórica que nos hace “ciudadanos”.
Siempre nos preguntamos las razones que han determinado el triunfo del capitalismo y concluimos que, entre otras razones, permite “lo peor de la especie”. Es el triunfo del “yo” por sobre el “nosotros”, se ha instalado la idea darwiniana de la supervivencia del más apto (e más desalmado, el más cruel en este contexto), se ha exaltado el éxito, la competencia por sobre la emulación.
¿Quiénes son los más aptos?. Los capaces de ejercer la violencia sobre los más débiles. Los que son capaces de matar en nombre del progreso, de la eficiencia. Los amorales.
Asistimos a cambios que no analizó Marx en el siglo XIX, no pudo anticipar que el enfrentamiento no se daría entre los obreros y los poseedores del capital. Estos ya no son identificables, escondidos en las sociedades anónimas multinacionales. Todos los dólares que tiene guardados nuestro Banco Central no alcanzarían ( si hubiera esa intención) para comprar Monsanto, por ejemplo. Los patrones no tienen identidad concreta, con fortunas escondidas en cuevas ignotas, en países que en su pequeñez ni siquiera tienen trascendencia territorial, paraísos fiscales los llaman.
Y a todo esto se debe sumar la apropiación de la subjetividad ciudadana. La gente (esa denominación genérica impersonal para hablar de los ciudadanos) está aturdida por los medios de comunicación y el manejo “en tiempo real” de las redes sociales. En las calles, en los bares, vemos a individuos sumergidos en sus teléfonos celulares, sin que caigan en la cuenta de que los están manipulando haciéndoles ver una ficción informativa creada por los dueños del mundo.
Estamos, y es bueno que lo tengamos claro, frente a un quiebre no sólo epistemológico sino antropológico. El capitalismo ha estructurado una realidad que debe ser analizada. Las computadoras no sólo sirven para guardar información sino que toman decisiones en función de la información almacenada. En Estados Unidos tres cuartas partes de las transacciones en acciones son ejecutadas por computadoras. Cualquiera que utilice una computadora en su casa se asombra de las propuestas de hoteles que le llegan de ciudades acerca de las que ha realizado alguna consulta vacacional, por ejemplo. Todo lo mencionado constituye el modo en que se ve favorecida la instalación de un mundo en el que la actividad financiera pasó a ser el centro del capitalismo contemporáneo.
Todo este cambio se inició en la década de los sesenta. La violencia implícita en la invasión de nuestras vidas por el progreso computacional ha llevado a nuevas formas de realización y frustraciones humanas, a la aparición de nuevas entidades psicopatológicas. No se sale indemne de la invasión de nuestras subjetividades.
El comportamiento cool , descontracturado y hasta informal de empresarios devenidos funcionarios no oculta la frecuencia con que se comportan, cual psicópatas casi de libro sin ningún asomo de culpa, como burladores de las leyes que nos constituyen como colectivo humano y como Nación.
Es evidente a la luz de lo hasta aquí dicho que estamos en manos de gente sin el menor compromiso con el Estado, en una actitud de un individualismo exacerbado apoyados en consideraciones de orden falsamente eficientistas con un olvido de la tradición humanista de nuestro país, remitiéndose a dogmas adornados con una jerga pseudo-científica que les permite andar por el mundo con una actitud de falso progresismo enrotrándonos a quienes sostenemos posiciones antagónicas estar fijados a ideas superadas.
No señores. No se ha superado el compromiso ético con el otro, un compromiso que llevó centurias lograr. La especie es lo que es porque ha superado su lucha por la supervivencia. Se me dirá que esto tiene un tufillo judeo-cristiano. Y sí, somos parte de un mundo occidental que ha recorrido un largo camino desde la condición de primate con el desarrollo de lenguaje y su consecuencia: el logro de la abstracción que estos sujetos parecen ser incapaces de utilizar salvo en el manejo de las acciones de las sociedades anónimas, nos hemos constituidos en estados nacionales y llegamos a ideas que nos permiten pensar el mundo en el que vivimos a la luz de ideologías donde el amor hacia el otro ocupa un papel central.
El Dr. Alberto Carli es Miembro Fundador del Centro de Investigación Académico Latinoamericano (CEDIAL). Dr. en Medicina; Magister Scientiae; Prof Consulto Adjunto (UBA); Prof Consulto Asociado (UNLU)
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