Por Ricardo Ferrari
(Fragmento del texto de la ponencia “Los Vínculos Laborales: placer y sufrimiento. Una mirada desde la teoría psicoanalítica”. X Jornadas de Sociología, Carrera de Sociología – Facultad de Ciencias Sociales – UBA, julio 2013)
Muchas veces prejuzgamos como “vagos” a quienes no trabajan. El término “vago”, es un término “vago”, que sólo sirve para estigmatizar, para coagular a una persona y condenarla al exilio. Al decir de Simone de Beauvoir: “Capables de comprendre nous préférons ravaler” (Capaces de comprender preferimos despreciar) (de Beauvoir, 1986: 492).
¿Quienes son los “vagos” entonces, los que no trabajan o los que no hacemos el esfuerzo intelectual para poder penetrar en esa problemática? Alguien que no trabaja, muchas veces, es alguien que ha quedado por fuera del sistema, que ha sido arrojado, expulsado; que tiene una historia de frustraciones y de carencias. Que está por fuera de la ley porque la ley nunca lo ha incluido en su seno. No se trata de “vagos” sino de excluidos. Los olvidados del sistema. Aquellos para quienes el trabajo no significó nunca la posibilidad de desarrollo personal, de garantía de progreso y seguridad. Para quienes la restricción del narcisismo no significa nada, ya sea porque nunca hubo suministro narcisista o porque su vida se inscribe en una cadena generacional en dónde no existió ni la inclusión ni la recompensa económica o emocional como beneficio narcisista.
El trabajo es, al mismo tiempo, una obligación (como dijimos más arriba, según la opinión de Freud, pareciera que no hay una proclividad sino más bien una natural aversión del hombre hacia el trabajo) y un derecho. Para cumplir con las obligaciones hay que estar incluido en los derechos.
Pensemos también en las crisis sociales, por ejemplo, durante la revolución industrial, hubo muchas personas que, habituadas al trabajo en pequeños grupos, con vínculos basados en la familiaridad y dónde el producto del trabajo llevaba el sello personal, acostumbrados al trabajo al aire libre, a los abundantes días de fiesta y a sus propios ritmos, abandonaron las fábricas y prefirieron vivir de la caridad, de la limosna, antes que soportar el ritmo de un trabajo que les era totalmente extraño y que les generaba un enorme sufrimiento. Es así como aparecen los vagabundos y los pobres del mundo moderno (Fernández Enguita, 1990: 39/41)
Gracias por el artículo, Ricardo.
Ahora puedo sentirme sin tanta culpa de haber trabajado hasta los 52 años en todo lo que no me gustaba y, desde entonces, dedicarme a la literatura, que es donde puedo expresarme, más que como comerciante detrás de un mostrador (sin por ésto faltarle el respeto a los honestos comerciantes que así se ganan el diario vivir).
Desde que decidí ponerme a escribir, teniendo los medios económicos (ni siquiera poseo jubilación) acumulados durante el trabajo “sucio”, porque no querido, empecé a ser considerado por mi familia y por algunos amigos, como un parásito, un vago, un pobre tipo que sólo servía para escribir y estar panza al aire. Nadie te comprende lo del ocio creativo, nadie ve las diez o doce horas de sentado en una silla, de gastarte la vista buscando datos, estudiando, escribiendo, en fin, porque sólo así se escribe: leyendo, y trabajando sobre cientos de libros (hoy ayudado bastante por internet, no siempre tan confiable como un escritor serio quisiera).
Claro, conciso y determinante tu definición de vago, aún cuando yo entre de refilón, pero a mucha honra. Un abrazo.
Muchas gracias por tu comentario!!!
Este artículo describe con profundidad, el concepto estigmatizador que hoy emana del propio gobierno. Se ha logrado instalar con cierto éxito, esta idea de la meritocracia, que se contrapone al excluido del sistema… que por lo general, viene de historias y situaciones de pobreza desde la cuna y el medio jamás lo favoreció para salir de ella, lo cual indica que la igualdad de oportunidades, con este modelo, está cada vez mas lejos. Excelente el artículo…!
Gracias!!! Abrazo!!!