CEDIAL – América Latina | La dependencia cultural (II). De José Martí a Arturo Jauretche.

José Martí (Cuba, 1853-1895)
José Martí (Cuba, 1853-1895)
Por Daniel do Campo Spada.
En forma cotidiana vemos en Argentina (aunque el problema es regional y no solamente nacional) a nativos de estas tierras que ven con admiración todo lo que proviene de afuera, especialmente de Estados Unidos y Europa, elogiando desde la gastronomía hasta la arquitectura, sobrevalorada por el solo hecho de que “es de afuera”. Podríamos fundamentar este tema apelando desde la maldición de Malinche excelentemente explicada en una canción de la mexicana Amparo Ochoa en 1975 hasta el personaje Luis Solari del actor cómico argentino Peter Capusotto. Ese deslumbramiento se percibe en personas que se identifican (y lo peor es que lo hacen con orgullo) con raíces étnicas europeas, más allá de que llevan tres y hasta cuatro generaciones viviendo aquí. La raíz del problema tiene infinitas posibilidades de abordamiento, pero hemos optado por dos plumas significativas del campo patriótico latinoamericano. José Martí por el siglo XIX y Arturo Jauretche por el XX.
El sistema educativo argentino, basado en los loables ejes de gratuito, público y obligatorio tiene sin embargo matices que han sido condicionados por las ideas sarmientinas de razas superiores e inferiores y la cronología histórica marcada por el mitrismo. Desde allí, toda nuestra formación se traslada a nuestros discursos sociales con matices tan distintos que pueden hacer que no los percibamos en forma consciente. El Poder es más efectivo cuanto más invisible ya que de esa manera desalienta la resistencia. El cubano José Martí (1853-1895) y el argentino Arturo Jauretche (1901-1974) fueron apenas un par de las centenas de intelectuales de nuestra Patria Grande que han visto este extenso problema.
Martí nos dice en su obra “Nuestra América”, escrita en 1891 en su estadía en la ciudad de Nueva York que “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras” (1). Más de un siglo atrás, conviviendo en el centro del más acérrimo capitalismo (a esa altura ya imperial) y colaborando con el diario porteño La Nación de Bartolomé Mitre delineaba lo que hoy es muy claro y que podemos ver teorizado en distintas obras. Ciento veinte años después en una obra indiscutible en base a su documentación empírica Andhorain lo ratifica (2).
El patriota cubano insiste en que uno de los problemas centrales de nuestra región es nuestro propio desconocimiento. Los programas de estudio de su época, como los actuales (y aún a pesar de la década y media de gobiernos populares) tienen una clara visión eurocentrista, con una ausencia casi intolerable de contenidos latinoamericanos. “Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos” afirmaba Martí (3).
Desde el centro del imperio, con una actualidad que nos hace pensar en la velocidad lenta de los tiempos históricos, Martí afirmaba que muchos pedían a la América del Norte armas para luchar contra sus hermanos indios, junto a los cuales debieran haber encarado su liberación. Casi un siglo y medio de golpismo oligárquico con cobertura de la Casa Blanca convirtieron a la obra martiana casi en una profecía cumplida. La batalla no solo se daba en las armas, sino que en este texto nos proponemos hacer un análisis desde el punto de vista cultural, que retomando la frase citada algunos párrafos más arriba es más dura que los combates bélicos.
Aunque no aparecen textos de enfrentamientos directos, Martí parece oponerse claramente al espíritu elitista y extranjerizante de la obra de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) cuando dice que “no hay enfrentamiento entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza” (4). Incluso insiste, al revés del sanjuanino en que “la universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los Incas a acá, ha de enseñarle al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia”(5).
Aunque benevolentemente cita a Bernardino Rivadavia, a quien le asigna finura en tiempos crueles, algo que el revisionismo histórico se encargaría de desmentir (ver “Bernardino Rivadavia y el capital inglés” (6) de José María Rosa, 1906-1991) es muy crítico con el nacimiento de las repúblicas al decir que “éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norte América y la montera de España. (…) Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza” (7). Unos párrafos después agrega que “el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero”.
Arturo Jauretche (Argentina, 1901-1974)
Arturo Jauretche (Argentina, 1901-1974)
Arturo Jauretche en “La colonización pedagógica” (8) coincidía cuando expresó que en la Argentina de mitad del siglo veinte el intelectual veía cultura en lo nuevo, despreciando la tradición originaria:
“para este ´intelectual´ lo preexistente, la cultura que tenía en la raíz, fue ´incultura´ en cuanto no coincidía con lo nuevo. Ocurrió aquí lo inverso que entre los griegos, para los cuales lo bárbaro era lo exótico a la Hélade, y lo culto lo propio” (9).
Lo nuestro parece ser extraño a las élites culturales y hasta es despreciado por ese solo hecho de ser nuestro. El personaje de Capusotto (“Solari, el que nunca viajó pero le contaron”) es un verdadero arquetipo del argentino medio, donde muchas veces se identifican como “españoles”, “italianos”, “franceses” o “alemanes” cuando ya llevan tres generaciones en Argentina. Con ese criterio, según los últimos descubrimientos de la arqueología somos todos “africanos” porque de allí data el humano más antiguo que se haya encontrado en la faz de la tierra. Son los mismos que desprecian a los inmigrantes latinoamericanos, desconociendo que por cercanía tienen más derecho que los inmigrantes de antaño (sus abuelos) que vinieron de tierras lejanas y ajenas.
Ahora la pregunta es ¿de dónde ha provenido esa dependencia cultural hacia Europa y Estados Unidos? Evidentemente la formación de un individuo no proviene solamente de las enseñanzas familiares sino de una superestructura cultural compuesta de “… periódicos, libros, radio, televisión, academias, universidades, enseñanza primaria y secundaria, estatuas, nomenclaturas de lugares, calles y plazas, almanaque de efemérides y celebraciones, y así…” (10).
¿Quién no reconoce en la siguiente cita hecha hace siete décadas a muchos de nuestros coterráneos? “…conozco quién vivió tres meses en París y el resto de su vida ha sido un desterrado de Montmartre”, expresaba Jauretche. Esa dependencia tiene un origen en lo que el mismo autor llamó la “intelligentzia” y que con un claro recorte conceptual en este trabajo llamamos “élite cultural”.
Esa formación, que no consiste solamente en los contenidos escolares sino también en los discursos sociales son formativos y pre-formativos, entendiendo este último término como las reglas que marcan el campo de debate o dicho de otra forma establecen “el sentido común social”. Muchos de estos intelectuales se mueven en círculos de pertenencia tales como barrios céntricos, centros culturales, instituciones académicas, etc., al mejor estilo de la superestructura denunciada por Jauretche y terminan siendo reproductores de visiones ajenas a la de los pueblos. Torcuato Di Tella (11) llegó incluso a decir que esas “circulaciones” terminaban enajenando a las burocracias sindicales de los problemas de sus bases, algo que es muy transparente en la película “Los traidores” de Raymundo Gleyser (12). Pero quedándonos en los autores que elegimos para este apartado, volviendo a Martí este esgrime que “… el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero” (13).
Con casi sesenta años de diferencia y de una punta a la otra del continente, tomando dos obras que son la colección de otras (como era propio de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX) José Martí y Arturo Jauretche ven en esos connacionales que disponen de lugares de privilegio una visión hacia afuera connivente, mientras que para adentro son críticos y despreciativos. De la misma forma que es casi humillante que en un país que se destaca por su historia futbolística los niños caminen por las calles con casacas tan ajenas a nuestra realidad como las del Barcelona o el Real Madrid, hemos visto acalorados debates sobre las elecciones norteamericanas incluso en aquellos que se presentan indiferentes ante similares monstruos locales.
Ver primera parte.CEDIAL – América Latina | La dependencia cultural (I). “De Martinángelo a Carli”.
CITAS.
1.- Martí, José. Nuestra América. Buenos Aires. Losada. 1980. Pág. 9
2.- Aharonian, Aram. La internacional del terror mediático. Buenos Aires. Punto de Encuentro. 2015.
3.- Martí, José. Nuestra América. Buenos Aires. Losada. 1980. Pág. 9
4.- Martí, José. Nuestra América. Buenos Aires. Losada. 1980. Pág. 11
5.- Martí, José. Nuestra América. Buenos Aires. Losada. 1980. Pág. 12
6.- Rosa, José María. Bernardino Rivadavia y el capital inglés. 1964
7.- Martí, José. Nuestra América. Buenos Aires. Losada. 1980. Pág. 14-15
8.- Jauretche, Arturo. “La colonización pedagógica” y otros ensayos. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina. Colección Capítulo. 1982.
9.- Jauretche, Arturo. “La colonización pedagógica” y otros ensayos. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina. Colección Capítulo. 1982. Pág. 45
10.- Jauretche, Arturo. “La colonización pedagógica” y otros ensayos. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina. Colección Capítulo. 1982. Pág. 65
11.- Di Tella, Torcuato. Sindicato y comunidad. Dos tipos de estructura sindical latinoamericana. Buenos Aires. Editorial del Instituto Torcuato Di Tella. 1967
12.- Gleyser Raymundo fue el autor y director de la Película “Los traidores” filmada en 1973.
13.- Martí, José. Nuestra América. Buenos Aires. Losada. 1980. Pág. 16
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