PENSAR UNA SEÑAL | EL PODER SIMBÓLICO DEL BALCÓN: ESPERANZA COLECTIVA

Por Adriana Fernandez Vecchi

El poder del Balcón es parte del imaginario social de la creencia histórica. Creencia, aun cuando todo parece lleno de vacío, es un acto profundamente humano que desafía la lógica de lo visible. Es sostener una llama en medio de la intemperie, confiar en un sentido que no se muestra, pero que se intuye en la profundidad del silencio Creer se convierte en una forma de resistencia: una afirmación vital frente al desencanto. No es ingenuidad, sino coraje; no es evasión, sino una apuesta por lo que aún no es pero puede ser. Cristina en el balcón es en estos momentos de crisis, persecución o estigmatización política, reafirma su liderazgo y ha encarnado esa fe resistente que se niega a ceder ante el desencanto.Las implicancias políticas de este fenómeno son múltiples. Por un lado, refuerza la idea del liderazgo carismático en el peronismo, donde la figura de la lideresa no es simplemente delegable. Por otro, tensiona las formas tradicionales de representación democrática, colocando en el centro la dimensión emocional del vínculo político. Finalmente, permite sostener una narrativa histórica que recupera lo mejor del legado peronista, resignificándolo en un contexto neoliberal y de crisis de representación.
En la historia política argentina, pocas figuras han suscitado una devoción afectiva y una fidelidad militante tan intensa como Cristina Fernández de Kirchner. Más allá de su rol institucional como presidenta de la Nación en dos períodos consecutivos (2007-2015) y posteriormente como vicepresidenta, Cristina ha encarnado un liderazgo que traspasa los límites de la política convencional. Su figura, cargada de simbolismo, se ha convertido en emblema de lucha, resistencia y representación de amplios sectores populares, principalmente dentro del movimiento peronista.
El “amor a Cristina” no puede entenderse simplemente como adhesión política. Se trata de un fenómeno afectivo, identitario y profundamente simbólico. Su liderazgo interpela subjetividades atravesadas por la memoria histórica del peronismo, en particular aquella que reivindica los derechos sociales, la justicia distributiva y la soberanía política como banderas fundacionales. En este marco, el seguimiento a Cristina se construye desde una ética del reconocimiento, donde las emociones se articulan con un sentido de pertenencia colectivo que confiere identidad, dignidad y sentido histórico a las luchas del pueblo.
Reconstruir un lenguaje político capaz de conectar con las aspiraciones populares, resignificando conceptos como “pueblo”, “Estado” o “patria”, y vinculándolos con una narrativa de inclusión y justicia social. Esa capacidad de interpelación no solo tiene implicancias culturales, sino también políticas: permite organizar, movilizar y consolidar una base militante que no se limita a la defensa de un programa de gobierno, sino que se reconoce en una memoria común de conquistas, resistencias y heridas compartidas.
Desde el punto de vista simbólico, Cristina representa la continuidad de un linaje político que incluye a Evita, a Perón y a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Su figura funciona como condensadora de sentido para un peronismo que se disputa permanentemente entre sus diversas corrientes internas. Así, Cristina se convierte en un núcleo aglutinador, capaz de dotar de dirección y horizonte político a un movimiento que se mueve entre la gestión institucional y la pulsión transformadora.
Cristina simboliza esa esperanza que persiste incluso cuando el escenario parece hostil, cuando las estructuras tiemblan y el porvenir se vuelve incierto. En ella, el pueblo ha depositado no solo expectativas de justicia y redistribución, sino también el anhelo de sentido en medio del vacío que deja el avance del neoliberalismo. Su figura opera como anclaje simbólico: es presencia en la ausencia, palabra en el silencio, memoria en el olvido. Por eso, creer en Cristina no es un acto irracional; es una afirmación de historia, una lealtad que se vuelve cultura, y una convicción de que incluso desde el abismo puede renacer el proyecto colectivo. En este aparente vacío coyuntural, se gestan las semillas de lo posible, lo que aún no tiene forma, pero pulsa. Creer, entonces, es crear espacio, tal vez desde el balcón, para que algo nuevo emerja, incluso desde la ausencia.

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