Por Daniel do Campo Spada.
Cuando Fernando Enrique Cardoso asumió su segundo período de gobierno el 1 de enero de 1999 la crisis económica ya estaba presente. El fuerte endeudamiento junto a la restricción de la emisión monetaria, fórmula que también empezaba a agotarse en los países que la aplicaban (como era el caso de Argentina) empezaba a crujir en aspectos sensibles como el freno de la economía. La apertura a las importaciones puso al mercado brasileño en competencia con los bajos salarios y la eficiencia productiva de los países asiáticos. Ello redundó en una desocupación que según datos extraoficiales orillaba el 9,7 %. En un país de las dimensiones de Brasil ello es una cifra considerable.
Cuando Cardoso, que se había destacado precisamente en el campo económico adoptó una medida heterodoxa se generó un halo de esperanza en la población. Por eso devaluó el Real un 40 % abaratando tanto los productos como los sueldos de los brasileños. Allí se invirtió la corriente y provocó un primer momento de euforia económica que redundó en la sustitución de importaciones ante lo difícil de las importaciones.
En la historia económica ello se conoció como el “efecto Capirinha” y provocó grandes problemas en la región y fundamentalmente en los países vecinos y principalmente en la Argentina, que desde el concepto de la división regional del trabajo ya eran grandes socios. Desde la profundización del Mercosur, con gran aliento de las corporaciones transnacionales se miraba a las dos naciones como un único mercado. Entre ambos países generaban una masa crítica que las convertía en tentadores. En un lugar secundario siempre quedaron Uruguay y Paraguay que al día de hoy reclaman su espacio porque quedaron condenados a la desindustrialización.
Mientras que Brasil se re-industrializaba y Argentina1 se quedaba en su letargo, se produjeron dos fenómenos con consecuencias graves. Los brasileños se convirtieron en una aspiradora de ventas al exterior (incluido el turismo) pero al tener servicios de deuda externa en dólares debía recurrir a endeudamientos cada vez más grandes. Los pagos al Fondo Monetario Internacional (FMI) se hacían con nuevos préstamos. El organismo, consciente del impacto de ese mercado, le garantizó un verdadero salvavidas de plomo que consistió en un “blindaje” de u$s 41.000 millones de dólares.
De todas formas, valiéndose de las características culturales del país, donde hablar de política o sindicalizarse no es tan habitual, excepto en sectores muy puntuales tanto de las clases trabajadoras como de las altas, Cardoso pudo surfear el final de su Gobierno dejando a casi el 60 % de su población en la pobreza. A ello ayudaron mucho las telenovelas2 de mayor rating en las que se idealizaban personas de sectores marginales. La vida en las favelas parecían las de grandes comunidades vecinales lindando la ternura, mientras que los ricos siempre tenían su costado honesto. Las desigualdades no eran visibilizadas ni siquiera en la música que los medios hegemónicos imponían. Por eso logró llegar sostenido al 2003 cuando el proceso ya estaba agotado en el 2000.
En el plano de la política internacional Brasil comenzó a reperfilarse como un actor imprescindible en la región al mediar por ejemplo entre Perú y Ecuador (1995)3 en un conflicto armado en la zona amazónica, que por la intervención del resto de los países sudamericanos no terminó tomando mayores dimensiones. Como si fuera un remedro de la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay (1932-1935), el petróleo fue el núcleo del conflicto. Argentina, uno de los países “amigos” terminó luego enredada en un tráfico ilegal de armas hacia uno de los contendientes4.
En ambos países se encontraban presidentes de extracción neoliberal como en casi todas la región. Jamil Mahuad (1949) por Ecuador y Alberto Fujimori (1938) dictador constitucional de Perú respondían a los mandatos del Consenso de Washington y por eso aceptaron los dictados del Presidente estadounidense Bill Clinton (1946). Un conflicto bélico espantaba las inversiones de los capitales multinacionales y por ello aceptaron la mediación internacional.
Cardoso también respaldó fuertemente al Gobierno del paraguayo Juan Carlos Wasmozy (1938) cuando en el año 2000 el General Lino César Oviedo (1943-2013) intentó dar un golpe de Estado. Intervino directamente en su captura al escapar a territorio brasileño.
Aunque el final del segundo período mostraba las fisuras de su régimen, Cardoso intentó una continuidad apoyando a José Serra (1942) en las elecciones en las que perdió en 2002 con Luis Inacio Lula Da Silva (1945). Allí comenzaba no solo el siglo XXI sino una nueva etapa en Brasil en lo que se conoció como “la década ganada”.