Por Daniel do Campo Spada
México es un país exuberante, que como los mexicanos dicen ha quedado “tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Su revolución fue quizás la primera que sacudió el siglo XX en el continente latinoamericano, casi al mismo tiempo que el mundo empezaba a vivir su primera guerra mundial y en Rusia surgía el primer gobierno de obreros y campesinos.
La dictadura de Porfirio Díaz había logrado establecer algunas líneas de ferrocarriles y un precario sistema de comunicaciones ligados precisamente a la telegrafía, pero no había avanzado en un problema latente que era la posesión de la tierra. Allí estaba el germen de lo que terminaría siendo una revuelta que escaló a revolución. En el Censo de 1910 en una población de 15,1 millones de personas solo había 840 hacendados que tenían el 97 % de la superficie productiva (1).Los latifundistas fueron barriendo a los pequeños propietarios, a los que les emitían préstamos premeditadamente impagables para que perdieran sus tierras. De esa manera se iba aumentando el tamaño de los grandes productores que terminaban absorbiendo a los pequeños arrendatarios que disponían de una baja productividad.
Mientras eran expulsados de las tareas campesinas, el país iba sufriendo una migración hacia los centros urbanos donde los trabajadores se convertían en obreros, generalmente empleados por empresas extranjeras que utilizaban mano de obra de bajo coste en una economía que empezaba a internacionalizarse. Los operarios de pequeñas y medianas industrias llegaron a ser 9,3 millones en 1910 impulsando también la formación de 300 mil artesanos. Estos no tenían casi ningún derecho social a pesar de sufrir jornadas laborales de 12 horas de corrido con salarios magros que no alcanzaban para la supervivencia de las familias pobres. En el campo quedaban apenas 700 mil campesinos (2).
Protestar en el primer decenio del siglo XX era causal para ir a prisión, pero aun así el descontento de la naciente clase obrera empieza a ser considerable en las ciudades de México, Monterrey, Puebla y Veracruz.
El Partido Liberal Mexicano.
En 1900 se crea el partido Liberal Mexicano como consecuencia de grupos de análisis de la realidad nacional. Los hermanos Ricardo, Enrique y Jesús Flores Magón crean en 1903 el Círculo Liberal de México de donde surge en 1906 el Programa del Partido publicado en Missouri, Estados Unidos. Allí se encontraban muchos exiliados que pedían el final de la dictadura porfirista. Según el Departamento de Historia del Colegio Nacional Buenos Aires allí se dió el germen de la revolución que estaba a punto de comenzar (3).
En 1908 Francisco Madero (1873-1913) publica un documento llamado “La sucesión presidencial de 1910”. El autor era un millonario del norte del país que había fundado el Club Democrático Benito Juárez desde donde buscó organizar la polisémica oposición al régimen. Para evitar el continuismo participa en la creación del Club Antirreleccionista de México. Esta última agrupación tenía además la participación del Partido Nacionalista Democrático que tenía una importante base en los obreros industriales que de a poco se iba convirtiendo en un actor esencial de la vida económica.
La oposición se encolumna detrás de la fórmula Francisco Madero y Vázquez Gómez. Aunque no conforma a todos los sectores y el origen aristocrático de los mismos despierta desconfianza, pero el objetivo común de desplazar a Porfirio Díaz permite canalizar esa débil unión. El candidato presidencial no solo era de extracción burguesa sino que tenía pocas conexiones con las incipientes organizaciones de base.
Al dictador lo apoyaban la oligarquía terrateniente que con la complicidad del régimen se quedaban con las tierras de los campesinos más pobres y los capitales extranjeros, fundamentalmente estadounidenses, que empezaban a ver a México como una tierra fértil para explotar las riquezas naturales que su territorio brindaba generosamente. El petróleo empezaba a ser un bien escaso y codiciado por el imperio yanqui.
Díaz, imaginando el peligro que representaba la unión de la oposición aprovechó una manifestación en junio de 1910 para detener a Madero acusándolo de organizar una revuelta armada. Aunque en el interior campesino las personas llevaban atrasadas armas de fuego para combatir a lobos y otros depredadores, estaban muy lejos de poder combatir con el ejército regular. Sin embargo, con esa maniobra unos días después el dictador ganó unos comicios sospechados de corrupción y manipulación.
Plan de San Antonio de San Luis.
Inmediatamente después de su triunfo electoral Porfirio Díaz libera bajo fianza a Madero y este se escapa a Texas en Estados Unidos. Allí retomaría la organización de la resistencia a la dictadura. El Documento rector es el Plan de San Luis de Potosí.
El plan enumeraba una serie de decisiones políticas para tratar de impulsar un avance sobre el oscuro presente del país. Entre los primeros postulados estaban: respetar la libertad de expresión, de prensa, de reunión y fundamentalmente la restitución de las tierras a los pequeños propietarios esquilmados por los grandes terratenientes con préstamos leoninos e impagables.
Madero y los dirigentes opositores llamaron a una insurrección general desde las últimas horas del 20 de noviembre de 1910. Atento a esto Díaz lanzó una caza de brujas con detenciones masivas en los principales centros urbanos, pero no contaba con el problema de las deserciones. Parte de su tropa estaba disconforme con los pagos y por eso fueron a menos. Esto permitió incluso que en algunos lugares hasta abandonaran las armas “como por casualidad”.
Aunque reconocían como dirigente central a Madero, los levantamientos populares tuvieron una fuerte impronta de caudillos locales. No todos eran de la clase trabajadora ya que incluso había varios hacendados pero que de una u otra forma también estaban desplazados del poder económico central.
Enumerando las regiones se pueden reconocer a los siguientes dirigentes: En Morelos fue Emiliano Zapata mientras que en Chihuahua se destacaron Pancho Villa, Abraham González y Pascual Orozco. De estas dos regiones saldrían los futuros grandes dirigentes revolucionarios. En Sonora la conducción era de José María Maytorena, de Coahuila se debe mencionar a Eulalio y Luis Gutiérrez, en Baja California Luis Leyva, en Guerrero los hermanos Figueroa y en Zacatecas el liberal Luis Moya.
Paros obreros y clima de inestabilidad política.
En los primeros meses de 1911, la naciente clase obrera mexicana comenzó a reflejar una primera toma de consciencia y empezaron a reclamar por las condiciones laborales de explotación a la que eran sometidos. El accionar de algunos grupos anarquistas con amplia presencia desde México hasta Argentina, se empezó a notar en la difusión de publicaciones de lucha y en la formación de algunas comisiones de fábrica en la que los trabajadores discutían punto por punto ante la falta de leyes que los protegieran.
En ese contexto Orozco y Pancho Villa tomaron la ciudad de Juárez, desde donde Francisco Madero estableció un Gobierno provisional, creando una situación de fuerte debilidad para Porfirio Díaz quien decidió presentar allí su renuncia el 21 de mayo de ese año. A cambio de ello se firmó un acuerdo en el que se pactó que ambos jefes renunciaran para permitir una negociación de transición. Como forma de crear una situación intermedia asumió Francisco León de la Barra, quien se había desempeñado como ex ministro de Relaciones Exteriores del dictador renunciante y con una importante llegada a la Casa Blanca estadounidense, que a esta altura de los acontecimientos era un amenaza real.
La “pax” duró muy poco. Como los rebeldes no desarmaban sus ejércitos, de la Barra tomó la decisión de arrojarles encima al Ejército nacional al mando del sanguinario General Victoriano Huerta (1845-1916). Estados Unidos, interesado en sostener a los conservadores en el poder comenzó a equipar a las fuerzas armadas oficiales.
La reacción provino de Zapata, quien comenzó a incorporar a grupos de obreros armados y no solo a su base social campesina. A las semanas de los ataques de Huerta volvió a ocupar ciudades. La tregua estaba definitivamente rota. A pesar de ello, en medio de escaramuzas focales se realizaron las elecciones presidenciales de octubre de 1911.
Madero gana las elecciones presidenciales.
En octubre de 1911, se realizan las elecciones que arrojan a Francisco Madero y José María Pino Suárez como presidente y Vice de la República. Aunque obtiene el Poder Ejecutivo, el nuevo mandatario, de origen opositor a Porfirio Díaz se encontró en una situación de amplia debilidad institucional. El Poder Legislativo, el Judicial y la oficialidad del Ejército eran mayoritariamente porfiristas y ese no era un detalle menor.
La economía tampoco quedaba en manos del presidente electo ya que ante un Estado todavía débil se plantaba la oligarquía extranjerizante que controlaba la propiedad de los trenes, los bancos, las industrias y los diarios. Madero debía surfear en aguas profundas con el viento en contra y con muy poco apoyo institucional fuera de los que podrían darle Morelos o Zapata.
El intento de ganar tiempo hacía que el mandatario no ejecutara el plan revolucionario, por lo que Emiliano Zapata no tardó en reaccionar con claros reclamos que iban desde: pedir la devolución de las tierras a los campesinos estafados, cursos de agua para los sembradíos y la propiedad productiva de los montes. Los lineamientos estaban en el Plan de Ayala fechado el 28 de noviembre de 1911. Entre sus títulos estaba un claro reclamo que indicaba que “Madero no completó la revolución del pueblo”.
En ese Plan se proponía como jefes del Ejército del sur a Zapata y del norte al General Pascual Orozco. De hecho se organizaron de esa forma, pero en el campo de batalla, mayoritariamente urbano se imponen los sangrientos métodos del General Huerta. La incidencia de las provisión de armas desde Washington al ejército oficial ya eran inocultables.
La intromisión de Washington.
Una frase muy extendida dice que el destino de México es trágico. “Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, en referencia a la proximidad geográfica con el Imperio y la difícil relación que el país siempre tuvo con el Estado Vaticano de los católicos romanos. En medio de los acontecimientos revolucionarios se hace presente el Embajador yanqui Henry Lane Wilson (1857-1932) que llega a México DF para coordinar una estrategia de presión sobre el Gobierno de Madero.
El diplomático declaró a los medios que la Casa Blanca estaba preocupada por los intereses de sus empresarios ante las indecisiones del primer mandatario, quien se encontraba bloqueado y con poco poder. Por otro lado, el sistema financiero internacional dejó expresamente sin crédito al Estado mexicano, que para sostenerse tras los gastos propios de la inestabilidad institucional había decidido poner un impuesto de $ 0,20 ctvs. por tonelada de petróleo extraído en su territorio. Las empresas yanquis consideraron eso como una afrenta, a pesar de que apenas representaban u$s 0,015 dólares por barril. El tema era la excusa política que necesitaban y no un tema económico.
Cercado internamente por los otros dos poderes y el ejército en manos de los porfiristas, con el crédito internacional cerrado por Wall Street y con un Embajador estadounidense que se había convertido en el líder de la oposición, Madero estaba en una debilidad extrema. Lane Wilson estructura lo que se llamó el Pacto de la Ciudadela en donde se diseñaban los pasos para derrocar al presidente constitucional.
La Decena Trágica y el asesinato de Madero.
Termina el primer tramo de la Revolución.
En un gobierno en soledad solo quedaba la acción de sus originales aliados repeliendo a las fuerzas de la oligarquía que controlaban casi toda la vida política y económica del país. Por eso se inició una revuelta en la Capital en la que los rebeldes (supuestamente la base oficialista pero que había sido abandonada por Madero) liberaron a los Generales Bernardo Reyes (1849-1913) y Féliz Díaz que se oponían a la tibieza del primer mandatario.
Durante diez días se dieron combates en cada calle. Las fuerzas del Gobierno al mando de Huerta fueron impiadosas y ello generó una violencia equivalente con un saldo de dos mil muertos y seis mil heridos según las cifras oficiales. En las barriadas se calcula que las cifras podrían ser casi del doble. A esa semana y media se la conoció como la “Decena Trágica”.
Tras el desastre, el General Reyes, liberado por la pueblada y el represor Huerta pactaron junto al Embajador yanqui Henry Lane Wilson terminar con los enfrentamientos y derrocar al presidente Madero. La revolución tocaba fondo y la oligarquía extranjerizante tomaba el poder.
El General Huerta tomó el poder con el apoyo de la Casa Blanca e hizo una alianza con Reyes y los católicos romanos, defensores del orden oligárquico establecido. Los sacerdotes eran apadrinados por las familias acomodadas que les pagaban sus estudios en los Seminarios Mayores y hasta en Roma. Eso generaba una alianza que devolvían en favores cuando ocupaban cargos importantes en las jerarquías eclesiales.
Con Huerta, Estados Unidos consolidaba la política que en el siglo XX se haría muy frecuente: Elegían un militar de poco vuelo intelectual, manejable por el dinero y el servilismo pero que garantizara la mayor crueldad posible y fundamentalmente que no dudara en disparar y masacrar a su propio pueblo si así se lo exigía la Casa Blanca. Ello se repetiría luego con Anastasio Somoza (Nicaragua, 1896-1956), Fulgencio Batista (Cuba, 1901-1973) Alfredo Stroessner (Paraguay, 1912-2006), Augusto Pinochet (Chile, 1915-2006) y Jorge Rafael Videla (1915-2013) en una lista acotadísima que nos llevaría toda esta página.
Mientras el Gabinete de Madero estaba reunido en el Palacio de Gobierno el 18 de febrero de 1913, el Teniente Coronel Teodoro Jiménez Riveroll se presentó y le dijo al Presidente que estaba detenido. Su custodia personal conducida por el coronel Gustavo Garmedia salió inmediatamente a defenderlo y se desató un tiroteo en pleno despacho donde cayó muerto el sublevado y otros soldados. El jefe de Estado pidió calma y se detuvieron los disparos. Inmediatamente junto al Vicepresidente José María Pino Suárez se dirigieron a la planta baja para revisar las tropas allí acantonadas que deberían defender al Poder Ejecutivo. Para su sorpresa, cuando vio a la tropa en formación notó que esta no le respondía a sus órdenes. Muchos de esos soldados pertenecían a sectores bajos cuyas familias siempre habían sido explotadas por las oligarquías y las empresas de capitales nacionales.
En ese momento, con el arma en la mano ingresó al patio el General Aureliano Blanquet (que había sido ascendido por el gobierno en ejercicio) y les dijo a Madero y Pino Suárez que eran sus prisioneros. La traición comenzaba a dar forma al golpe de Estado diagramado por la Embajada en el Pacto de la Ciudadela.
En condición de detenidos, los dos políticos son trasladados en una noche oscura el 22 de febrero de 1913 hacia el Palacio Lecumberri en dos vehículos con custodia. Cuando llegan les indican que deben entrar por la puerta trasera, ubicada en una calle lateral y poco transitada. Madero sospecha que algo no anda bien porque sabía fehacientemente que esa entrada no existía.
Cuando llegan a la calle, el Mayor Francisco Cárdenas (que había detenido y asesinado a Gustavo Madero) les ordena a ambos que desciendan de los vehículos. En un intento de resistencia el expresidente forcejea y se cae a la calle, donde le disparan a la cabeza asesinándolo.
Testigo involuntario del asesinato, Pino Suárez empieza a reclamar ayuda tras lo que con un disparo en el pecho también le dan muerte a él. En este caso el asesino fue el teniente Rafael Pimienta (4).
Con la renuncia obtenida por la fuerza, el Congreso acepta la situación y por solo cuarenta y cinco minutos asume Pedro Lascurain (1856-1952). El mencionado venía desarrollando el cargo de secretario de Relaciones Exteriores y por eso habitualmente interlocutaba con el Embajador yanqui. En menos de una hora tomaba el poder el dictador Huerta ya que Lascurain renunció en su favor.
Mientras recibía la noticia del ajusticiamiento del Presidente Madero y su Vice, Huerta había invitado a cenar a Gustavo Madero (1875-1913), Diputado elegido por el voto popular, hermano del Jefe de Estado y fundador del Partido Constitucional Progresista, aliado del mandatario. Con el correr de los minutos el Legislador sospechó que algo estaba mal. Los militares celebraban las matanzas que se estaban ejecutando en las calles.
En un momento, el golpista, sin decirle qué pasaba le pide prestada su arma personal a Gustavo Madero alegando que se había olvidado la suya. Sin sospechar del todo que algo estaba por ocurrir el Diputado se la entrega sin mayores trámites. Salió de la habitación y acto seguido el flamante Mayor Cárdenas con la pistola desenfundada le dice que está detenido. Allí se desató un hecho inncesariamente cruel ya que lo sacan al patio del cuartel y con una bayoneta le sacan un ojo, dejándolo ciego porque no tenía visión en el otro. Allí, comenzaron a darle golpes en todo el cuerpo hasta que lo asesinan definitivamente tras una larga tortura en la que los uniformados se divertían de su desorientación y desamparo5.
Esta forma de matar se fue convirtiendo en muy habitual en los dictadores al servicio de Estados Unidos cuando enfrente tenían líderes populares. Lo espeluznante es que muchos de esos sicarios provenían de los sectores que las oligarquías, a las que servían dócilmente, se encargaban de humillar por generaciones.
De esta forma terminaba trágicamente el primer momento de lo que fue la Revolución Mexicana, pero daba comienzo a una nueva y sangrienta guerra civil en la que la injerencia estadounidense aceitaba sus procesos. Washington consolidaba su despliegue global con los territorios que le robó a México, la conquista de Cuba y Filipinas en las puertas de la Gran Guerra.
EL ASESINATO DE MADERO.
BIBLIOGRAFÍA.
1.- V.A. Historia de América Latina. Desde los orígenes a la globalización. Buenos Aires. Colegio Nacional de Buenos Aires. 2002. Pág. 436
2.- Ídem.
3.- V.A. Historia de América Latina. Desde los orígenes a la globalización. Buenos Aires. Colegio Nacional de Buenos Aires. 2002. Pág. 437