Por Clelia Volonteri
Walter fuma. Asomado en la ventana, Walter fuma. Y es la única presencia en el edificio de departamentos de enfrente.
Gloria lo mira. No perdió la mirada en estos meses de pandemia. Desde su pequeño balcón, mira a Walter en su ventana, la única que permanece abierta. Todas las demás con las persianas bajas. Siempre.Sólo el paisaje de ese edificio para la mirada de Gloria. Aunque también los techos grises del gran supermercado. Los otros edificios, lejanos y anónimos. Imposible saber si hay vida en ellos. La avenida casi vacía aúlla varias veces al día el sonido urgente de las ambulancias. Y solamente se oye un eco con sordina de la gran ciudad, desde marzo aletargada.
Tampoco se podía oler el perfume de los parques ni de la primavera. Aunque se dio cuenta, de golpe, que ya estaba avanzado el verano. Desde hacía once meses el único olor era el de los sahumerios que ella misma encendía, ritual cotidiano para alejar los fantasmas. Nunca se sabe.
Pero el gusto estaba allí, fiel y presente. En especial en el vino tibio y cotidiano, para aligerar el paso de las horas, de los días. De los meses.
Gloria suspiró. Quizás estaba tomando demasiado, las botellas vacías la delataban. Es que lo más difícil había sido acostumbrarse a no tocar. Tabú. Distancia. Peligro.
Podía recordar aún los abrazos. Pero los besos, ¿cómo eran? La realidad era ahora la inutilidad de la piel y de los labios.
Mientras tanto, Walter fuma. Varias veces al día asoma su cabeza y fuma. Alguna vez intentó saludarlo con la mano, pero él no respondió. Intuía los ojos vacíos del muchacho, el encargado del edificio de Gloria le había contado que Walter estaba medio loco. O deprimido. No sabía bien. Lo que era seguro era que Walter estaba medicado. Confidencia entre encargados, que cada mañana temprano baldeaban la vereda.
Al despertarse esa mañana –una de tantas y todas iguales- Gloria notó que su piel se había endurecido como un cuero paquidérmico. Atrofiada, seguro, por la falta de contacto.
Esta vez empezó a tomar desde la mañana y el vino tibio adormeció toda la jornada. A la noche, se decidió. Ya no soportaba más la vecindad de Walter, el intangible. Era imperioso tocarlo, de alguna manera.
Tomó entonces el arma heredada de su marido cazador, apuntó bien y disparó.
A Walter se le cayó el cigarrillo de su mano, mientras se derrumbaba.
Gloria, por fin, había tocado un cuerpo. Y su piel, ahora, estaba suave.
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Un final sorpresivo y simbólico, que nos remite a la orfandad de los cuerpos abandonados, sin contacto humano, como consecuencia de la pandemia.
Excelente!!!! Irene Marks
Un final sorpresivo que remite a la orfandad de los cuerpos, alejados entre sí por la pandemia. Excelente!!!
Atrapante y fuerte relato breve bien enmarcado en estos tiempos de pandemia. Felicitaciones, Clelia!
Realmente atrapante, algo posible de suceder en estos tiempos tan difíciles. Me llevó con intriga hasta el final completamente inesperado.
Muy bueno!!! Ese final Clelia!!!
Relato Impresionante!!!
Conmovedor! Gracias, Clelia Volonteri
Excelente !! Sentir que somos Gloria o Walter !! Profundo final, felicitaciones Clelia❤
Me gustó, así quedamos medio locos al final jaja