ARGENTINA | La Grieta

Por Enrique Meller

Cuando hizo su aparición la grieta supongo que en el 2013 de la mano del Sr. Lanata, mi primera reflexión fue: El periodismo acaba de descubrir la lucha de clases. Craso error y análisis fallido de mi parte. La lucha de clases es un instrumento dinámico que contiene una proletarización robusta y floreciente. La metáfora de la grieta demostró sin embargo, tener una penetración extraordinaria. Su verdadero poder y originalidad tiene relación justamente con la ausencia casi absoluta de proletarización en la sociedad argentina. Tenemos pobres y ricos por supuesto, y todo tipo de contrastes, pero la tarea del peronismo de inventar una clase media virtual que quizás reemplazara con éxito la ausencia manifiesta de una burguesía nacional, hubo finalmente dado sus frutos. La sindicalización argenta había sido diseñada para marcar el territorio, para definir la frontera del mundo del trabajo, pero esta autoconciencia social impedía por principio avanzar más allá, avanzar al mundo desconocido e idealizado del capital. La experiencia caricaturesca de las fábricas recuperadas en nuestro tiempo, nos muestra que poner el capital al servicio del trabajo es una inversión poco feliz, que lleva indudablemente a un callejón sin salida. Esta reflexión seguramente resultará enérgicamente rechazada. La verán como un intento vano de revalorizar la figura oscura y repugnante del Sr. Lanata, nada de eso. Un personaje oscuro es perfectamente capaz de tener una intuición acertada y poderosa. Todas las ironías, las propias inclusive, que trataron de desvalorizar esa intuición, fracasaron y la sociedad no tuvo más remedio que aceptarla, porque fue sumamente productiva y representa una gran síntesis en la percepción del escenario político.
El ejercicio del capital tiene como destino la plusvalía, no se trata de la experiencia cultural de la dignidad. Esta convicción ha sido una bandera peronista que desde la primera época pretende diseñar la sociedad argentina a la espera de un acuerdo que únicamente ha tornado evidente que el antagonismo material se convertirá ineludiblemente en antagonismo social.
La industria nacional ha crecido a la sombra de la esperanza peronista, exitosa en aquel tiempo en el cual todo estaba por hacerse, y debimos construir una política, tal vez un tanto grotesca y excesiva de sustitución de importaciones, a fin de paliar los naturales faltantes a causa del colapso de las economías de postguerra en los países centrales. Esto determinó la política social del peronismo y finalmente cierta perversión insanable de las leyes de la competencia. La humillación presente muestra la iniquidad y la miseria final de esta idea ¿Debemos volver y mantener un capitalismo salvaje como nos proponen Macri, Broda y tantos otros a fin de salir de lo que ellos llaman, la máquina de la decadencia? Es imposible ¿Debemos avanzar hacia un socialismo a la manera cubana? O hacia un sistema “colectivista” como expresaba con gesto condescendiente el inefable ingeniero Álvaro Alsogaray. Es un camino de aislamiento, guerra y destrucción.
He aquí la tensión de la hora. Hallar un camino de soberanía dentro de la razón colonial. Una contradicción en los términos. El así llamado populismo o pensamiento nacional, ha recogido el guante y a causa de ello busca ser maniatado por los enemigos de siempre.
La grieta es la visión de un paisaje congelado. Una forma muerta de lo social. Todo siempre ha sido igual allí. Sin embargo, acabo de describir un despropósito. No es posible semejante cosa ¿Por qué mantiene entonces su alto poder predictivo? La grieta contiene la verdad de la desproletarización de nuestra sociedad. Su incidencia es la balcanización que esa mirada produce. Se actúa a favor de la grieta o se milita en contra de ella, y nunca se deja de actuar. La grieta se alimenta de la derrota que continuamente socava la victoria popular en la Argentina. Hoy pensamos que todas nuestras victorias han sido aparentes, por eso gobierna Macri, pero esta convicción de las clases populares, también es un espejismo.
La grieta diseña la sociedad, aunque se trata de un diseño, solapado y peligroso igual que un bólido lanzado en la oscuridad, una fuerza de la naturaleza ¿Qué empuja el dinamismo de la grieta? Nuestra vocación de totalidad. Nuestra socialdemocracia colonial nos habla de tolerancia y de disenso, pero sus afirmaciones se encuentran desmentidas por los hechos ¿Qué quiere decir desproletarización? Es cuando se corre el mundo del trabajo como vector principal de la sociedad. Informalidad del empleo. Organizaciones sociales que aparecen como clasistas, pero que se unifican alrededor del eje del relegamiento social: barrios de pie, corriente clasista y combativa, uniones de desempleados crónicos y definitivos, millones de personas caídas del mapa social de la República, cuando el eje principal era el movimiento obrero organizado. Pretendemos restaurarlo y aparece la quimera. Los supuestos clasistas abandonan toda lealtad de clase, clientes de la limosna social, abandonada la exigencia del trabajo como un derecho. Sin embargo hasta los relegados generan valor en la sociedad post moderna. La única condición para la entrega de la dádiva es el rechazo del trabajo como eje organizador de la sociedad. La señora vice presidenta, una pensadora PRO enseña: “ahora el trabajo te lo que inventar vos, no es más como antes”. Así la ministra Stanley organiza sus claques inclinadas ante la droga y su infausto comercio que reina, que exige el diezmo de los desesperados.
Pasemos ahora a pensar la grieta alrededor de la idea de la inflación. Propongo pensarla libre de la angustia por la disolución de nuestro patrimonio. Un asunto puramente social. Todo el mundo tiene su teoría sobre el origen de la inflación. Finalmente afirman que se trata de un fenómeno muy complejo que obedece a causas múltiples. Una forma de esconder que no tienen ni puta idea. También nosotros participamos de la perplejidad general. Cuando leemos a Shumpeter encontramos que la inflación aparece como un súbito desequilibrio en los precios. Con esto Shumpeter quiere decir que se trata de un fenómeno que nace en la economía virtual, en la economía monetaria para trasladarse a la economía real cuando se cambia el valor de la producción de bienes materiales, cuando afecta el mundo del trabajo asalariado. Tiene sentido. Los análisis conspiranoicos de los economistas marxistas, nos resultan totalmente desechables, obvios de toda obviedad. No los tenemos en cuenta.
Cuando el mundo piensa la inflación utiliza mucho el episodio de los así llamados petrodólares de 1973. El petróleo aumentó cuatro veces su valor 400%. Un episodio común a lo que ocurre en la Argentina cada diez años, pero completamente novedoso y sorprendente para las economías europeas y sobre todo para la economía japonesa.. Esto arrastró todos los precios relativos de la sociedad. Se cuadruplicó la fortuna personal de los principes árabes, especialmente los que gobernaban los principados. Pero las compañías dedicadas a la extracción aumentaron tan exponencialmente sus capitales que se produjo un cambio cualitativo en la economía mundial, una diferencia que las colocó por sobre cualquier otra actividad económica, incluso la incipiente industria informática de Silicón Valley. Adquirieron capacidad para comprar y vender países, adueñarse de gobiernos, pero principalmente para trabajar a pérdida por tiempo indeterminado. Fue una revolución que cambió la naturaleza del capitalismo mundial y de ella podemos aprender que cosa es la inflación.
La inflación es un proceso de tal magnitud que liberado a su verdadera fuerza, tiene la capacidad de cambiar por sí mismo las leyes del crecimiento de la acumulación conocidas y aceptadas hasta la fecha.
La inflación se presenta como un instrumento de resistencia a la acumulación. En efecto la: “súbita inestabilidad de los precios”, de la cual nos habla Shumpeter pretende ser explicada como una defensa del capital intermedio en la cadena de distribución. Sin embargo esta resistencia está destinada a fracasar, pero no por la lógica debilidad del capital como generalmente se supone, sino por algo intrínseco a su concepto. Es completamente otra cosa.
La inflación es el principal instrumento de la acumulación, porque para lograrla utiliza la fuerza de quienes se le resisten.
El secreto de semejante poder destructivo, se debe a que cuando pensamos haber pasado del ciclo monetario al ciclo productivo, continuamos en realidad dentro del ciclo monetario y no tenemos manera de superar este espejismo que nosotros mismos hemos producido.
Se escribirán seguramente muchos libros sobre este asunto, a nosotros no nos interesa abundar en ello aquí.
Seguimos la doctrina clásica del peronismo de concientizar sobre el origen proletario de la clase media. Cristina la sigue, nosotros la seguimos. Sin embargo, el clasismo del Sr. Grabois, de los barrios de pie, de la corriente clasista y combativa, no es un clasismo como el que pensamos. La clase ya no da cuenta del origen proletario, no refiere al movimiento obrero organizado. Se ha lumpenizado, y vive su lumpenización como un ejercicio de soberbia social. Los nuevos clasistas se sienten depredadores: de dinero sí, pero principalmente de diversas formas de inclusión cultural y social. De alguna manera se pretende que el estado reemplace la falta absoluta de una conciencia colectiva. Se han convertido también en depredadores de nuestro sistema jurídico, que no los contempla en absoluto ¿Cómo es esto en la teoría? En la literatura leemos que el proletariado será la última clase, después de ella vendrá una sociedad sin clases. Esto sucede porque el proletariado no lucha por alcanzar su totalidad, sino que pretende alcanzar la liberación de toda la sociedad. Lo leemos en Carlos Marx, lo leemos en Lenin. Sin embargo ya en el inicio hay alguna prevención, cierta irremediable astucia; se expresa en conceptos como la dictadura del proletariado en Carlos Marx, o con el centralismo democrático en Lenin. Parece que la libertad tan anhelada no podrá ser alcanzada sin un hombre nuevo, no podrá ser alcanzada en este periodo de lucha. Esta grieta dentro de la clase es atendida, pero nunca suficientemente desarrollada, porque se encuentra teñida de contradicción. La clase ya muestra su insuficiencia en la Rusia de Octubre, en el inicio de la experiencia política e histórica. Heredamos el problema. Denunciamos que la clase media desea incluirse dentro de una aristocracia que idealiza, en lugar de reconocer sus orígenes históricos y materiales y como tal se convierte en enemiga de sí misma. Completamos este diagnóstico antojadizo y alocado, con la idea de que hay un blindaje de los medios masivos de comunicación que propicia cierto lavado de cerebro en la población semiculta de nuestro país. Efectivamente existe ese blindaje, pero sus efectos resultan completamente secundarios. Lo que seduce de nuestro diagnóstico ridículo es que la cura depende exclusivamente de nuestra voluntad, la trascendencia se encuentra al alcance de la mano, basta con despertar ¿Y si estuviéramos ya despiertos?, ¿y si nuestros intereses materiales no fueran los que el diagnóstico describe? Pongamos a prueba nuestra descripción frente al fenómeno de la inflación, que fue diseñado especialmente para nosotros.
Hay ingresos fijos cuyos aumentos deben otorgarse en una negociación paritaria. La antigua paritaria que protegía la inmediata institucionalización del aumento del salario, -fue pensada para eso- se ha convertido en la práctica en una rémora que le permite tanto a la patronal como al estado, acumular ganancias durante el lago lapso de la negociación. Mientras tanto la moneda se licúa y los aumentos se convierten en pérdidas. Esa es más o menos la estructura social de la inflación argenta.
Por los actos los conoceréis (autoconciencia y totalidad.) Del dicho al hecho hay mucho trecho
Se me aparece a continuación la figura imaginaria del capitán de empresa que cree en la unión nacional, que ha comprado el mensaje que promueve la tradición peronista con la mano izquierda, mientras que con la mano derecha guarda sus excedentes en dólares y los retira del circuito económico para proteger el futuro de sus hijos. El hombre es en verdad un idealista, un humanista, está despierto, es un crítico de toda injusticia, sueña con un mundo mejor, cree en la política social, pero vende en negro para abaratar costos y mantenerse competitivo, los demás lo hacen, está obligado si es que quiere salvarse de la lógica hecatombe, salvarse del apocalipsis que la inflación le muestra con lúcida capacidad profética. Recibimos esta tragedia con una sonrisa, la consideramos una picardía más o menos aceptable. El personaje que dibujamos en realidad obedece a relaciones objetivas de clase.
La otra figura que quiero traer a colación, es la de una muchacha, madre joven de siete hijos que realizaba tareas de limpieza en mi casa. Este es un ejemplo real. Durante años vivieron todos en un auto que de día era utilizado como remis por su pareja, hasta que logró obtener una vivienda del municipio del conurbano donde vivía. La mudanza le dio a la vida familiar cierto equilibrio, cierta estabilidad que tranquilizaba mi conciencia. A veces cuando conversábamos, me permitía deslizar comentarios en el sentido de que no se dejara tentar por la asignación como destino final y que tratara que los hijos, cuando llegara el momento, tuvieran algún trabajo. Mi argumento consistía en que traer hijos al mundo era muy complejo y que el dinero recibido, no iba a cubrir los gastos, ni satisfacer la necesidad que eso representaba. Ella estaba de acuerdo. Sin embargo llegada la hora sus cuatro hijas mujeres se embarazaron con lapsos muy cortos de tiempo, entre los 14 y los 17 años, con y sin pareja. Yo observaba el espectáculo con una sensación de fatalidad, no sin secreta ironía, mientras recordaba la película Padre Padrone de los Taviani. Allí también cuando sonaba la campana todo el mundo se reproducía con una fuerza irresistible. Mis argumentos habían sido mucho menos que pretenciosos, pertenecían a otro mundo, la fractura, la grieta irremediable hacía acto de presencia con una condición trágica ¿Mis consejos eran errados? No, pero insisto, pertenecían a otro mundo. Aquella chica, los escuchaba con paciencia porque sabía que había rincones de la humillación y del sufrimiento a los cuales yo estaba impedido de acceder. Relaciones objetivas de clase. Mi cultura y mi penetración en lo real no habían alcanzado para detenerme y mostrar respeto frente al abismo.
Vemos entonces que la inflación no es cualquier ejemplo. Es el instrumento destinado a poner en marcha la maquinaria infernal del capitalismo. Aquel capitán de empresa puede tener clara conciencia de su origen proletario, sin embargo eso no le impide defender su relativa capitalización de la disolución. La inflación le demuestra que se encuentra en otro barco, pero nosotros le exigimos que: “tome conciencia”, ¿conciencia de qué? Y esta resistencia del capital en el ciclo de la distribución es la que está destinada a alimentar, a poner en marcha un proceso de la acumulación que terminará destruyéndolo, un proceso iniciado por los señores con la capacidad económica suficiente como para haber provocado aquella: súbita inestabilidad de los precios.
La virtud de la grieta está en cambiar el orden de la percepción, en mostrar el mapa de la fractura, su geografía íntima. No se trata de que pensar en el mundo del trabajo como antagónico del mundo del capital, se hubiera tornado falso. Pero como diagnóstico es totalmente insuficiente y entonces equivocamos el remedio. Nuestro cuchillo ha perdido filo. Lo más difícil será siempre averiguar cuál es el papel que nos toca en el escenario que describimos.
La grieta pone a la contradicción en el lugar que tiene, que no es el lugar que nosotros decimos: ese es su valor. Debemos aprender de ella, en lugar de repetir fórmulas ya gastadas y equivocadas.

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