El líder perverso y la atracción por el abismo. Cuando el dolor colectivo busca un verdugo

Por Gabriela Dueñas/
Dra. en Psicología.

¿Por qué sectores importantes de la población apoyan con fervor a líderes cuyas políticas los perjudican y cuya falta de empatía o ética es evidente?
La respuesta no parece estar en la “estupidez colectiva”, sino en una compleja trama de dolor social, mecanismos psicológicos y relatos distorsionados producidos por una ingeniería previa del desencanto asociada a poderes globales concentrados.

-La atracción inicial: el líder como espejo de nuestra sombra.
Cuando el pacto social se quiebra, cuando el Estado, la educación o el sistema de salud fallan, surge una herida narcisista colectiva. La gente se siente traicionada, humillada y abandonada. Ese dolor busca desesperadamente un culpable.
Ahí aparece el líder perverso. No es un político tradicional. Es alguien que encarna y verbaliza sin culpa los impulsos más oscuros de un sector de la sociedad: el resentimiento, la rabia y el deseo de venganza.
– Funciona como un “objeto condensador”. Es decir, actúa como válvula de escape para una angustia que no se puede gestionar. La gente proyecta en él su “sombra” —sus impulsos agresivos— y él los ejecuta.
– Ejerce una suerte de “justicia vicaria”. Sus seguidores no sienten repulsión por su violencia; la celebran en secreto. Él hace lo que ellos no se atreven: insultar al periodista, prometer expulsar al inmigrante, destruir la “casta política”.
– Habilita la liberación de la culpa. El líder, al carecer de superyó (conciencia moral), permite descargar su rabia sin sentirse responsables. “Él es el malo, yo solo lo apoyo”.
-El goce perverso de la destrucción
Pero el fenómeno no termina ahí. El líder no solo ataca a chivos expiatorios; también destruye las instituciones —salud, educación, obra pública— que antes defraudaron a la gente.
Paradójicamente, esta destrucción puede ser vivida con un goce perverso, una lógica análoga a la distorsionada posesión del femicida: “si no puedes ser mía, no serás de nadie”. Prefieren destruir por completo la fuente de su decepción antes que tolerar la humillación de seguir necesitándola.
El mensaje del líder es: “El sistema es una estafa, yo te libero de la mentira”. Y en ese relato, muchos encuentran un alivio amargo: la certeza de que no hay salvación, pero tampoco más decepción.
-La dependencia patológica: el líder como único refugio
El líder debilita sistemáticamente todo lo que da autonomía. Los lazos comunitarios, los sindicatos, la educación crítica, el empleo digno, la seguridad social. La sociedad, así fragmentada, se convierte en una “horda” dependiente, que solo puede aferrarse verticalmente a la figura del “padre fuerte”.
Su falta de empatía y su impulsividad dejan de ser defectos para convertirse en prueba de autenticidad. Él es el “hombre necesario” para un mundo que él mismo ha vuelto más caótico. Sin embargo, esta construcción se sostiene sobre una base frágil: la negación de la realidad
-La caída: cuando el ídolo muestra los pies de barro
Como se sabe, toda defensa psíquica basada en la negación de la realidad termina colapsando.
La corrupción, el caos económico o los vínculos con el narcotráfico acaban por resquebrajar el relato del “salvador”.
Es entonces cuando sus seguidores enfrentan una crisis narcisista terminal: ¿cómo sostener la lealtad a quien los llevó al abismo?
Frente a esta disonancia, surgen mecanismos de defensa patológicos:
– Negación y teorías conspirativas: “Es un montaje de la oposición”.
– Racionalización perversa: “Puede que haya corruptos alrededor, pero él es honesto”.
– Desplazamiento de la rabia: la culpa es de los K, los sindicatos, de la prensa, de los “traidores”.
– La ingeniería del desencanto y la instrumentalización global del malestar
Detrás de este ciclo hay una “ingeniería del desencanto”. En efecto, durante décadas, poderes económicos y mediáticos han promovido un relato que presenta al Estado como inherentemente corrupto e ineficiente. Este debilitamiento deliberado crea el caldo de cultivo para líderes anti-sistema que, en realidad, son “títeres útiles” para esos mismos poderes.
Mientras el líder distrae con su retórica revolucionaria, las élites a las que responde aprovechan para saquear recursos, desregular mercados y concentrar más poder. El caos no es un efecto no deseado: es el negocio.
A modo de respuesta a nuestra pregunta inicial
La clave para comprender entonces la emergencia de la figura del líder perverso parece responder a la acción simultáneamente de dos cosas:
1- Una respuesta defensiva y patológica a un dolor social no resuelto. No se trata de estupidez, sino de una lógica psicológica de supervivencia emocional que surge de un caldo de cultivo de angustia colectiva, heridas narcisistas y pactos sociales rotos que la sociedad no ha podido procesar saludablemente.
2. Un instrumento funcional para poderes globales. Las mismas élites que durante décadas promovieron la “ingeniería del desencanto” encuentran en estos líderes “títeres útiles”. Mientras estos encabezan el espectáculo anti-sistema, las estructuras de poder global aprovechan para profundizar el desmantelamiento del Estado, la desregulación y la concentración de riqueza haciendo sus negocios.
Esta dualidad parece explicar por qué el fenómeno es tan resistente. El líder perverso no es simplemente un monstruo impuesto desde fuera, pero tampoco es solo un emergente espontáneo del malestar social. Es el punto donde convergen la patología colectiva no resuelta y los intereses de poderes que se benefician del caos controlado que contribuyeron a producir.
Del abismo a la reconstrucción
La caída del líder perverso no es el fin, sino el inicio de una encrucijada:
– O bien se profundiza la dependencia patológica y se busca un nuevo salvador aún más radical,
– O bien la sociedad enfrenta por fin su dolor y reconstruye, desde los escombros, lazos horizontales, instituciones confiables y una esperanza basada en la verdad.
La tarea es monumental, pero necesaria. Se trata de hacer que la esperanza vuelva a ser una tentación más poderosa que el goce perverso de la destrucción.
Se trata de recuperar nuestro “Derecho al Futuro”.

Gabriela Dueñas
Dra. en Psicologia / Psicopedagoga/ Lic Ciencias de la Educacion

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