Mainomai
Por Enzo Pierangeli
Se deslizaba, cual Sílfide, “à la nonchalance”.
Etérea.
Era una Gracia de Botticelli.
Era sólo un mundo onírico,
Nunca interrumpido por la vigilia.
En París, se paseaba frente a los Delacroix y los Géricault.
Subía y bajaba las escalinatas como una Victoria de Samotracia.
Era una Vénus en Florencia.
Escuchando a Brahms y a Lizt,
todo lo azulaba y todo lo verdeaba.
Su otoño lisérgico primavereaba un invierno estival cuando escuchaba a Vivaldi.
Dios se escondía en el inodoro.
El diablo, en cambio, se ocultaba en un foquito de luz.
Las baldosas le hablaban,
le pedían que no las pisara.
La virgen María era la dueña del prostíbulo
y las noches de tormenta, la Gioconda, la miraba desde una ventana.
Ketamina, Haschich y Mescalina.
La luna se recostó a su lado y durmieron juntas, de costado.
Rodeada de gasas y cubierta con velos,
en un mundo de sombras,
dejó caer el cigarrillo en la alfombra.
Unos corrieron hacia las puertas,
otros pudieron salir a la primavera por la ventana.
Ella, con su andar etéreo,
caminó hacia el lado del fuego.
Enzo Pierangeli (argentino, 1956)