Por Enzo Pierangeli
Adela lloraba,
sin consuelo,
Y aún sin respuesta,
le hablaba.
¿Qué le diría?
tal vez no importe nada eso,
le hablaba como le hablamos todos,
a los que no responden,
a los que ya nunca responderán,
a los hablados definitivamente,
a los enmudecidos.
Adela lloraba con sus ojos verde esmeralda,
cada vez,
de rodillas ante el silencio cruel,
ante el silencio inexorable,
con el sol radiante, con la lluvia torrencial,
todos los domingos del tedio y la tristeza,
en medio de tantos silencios,
en medio de monólogos desesperados,
en ese lugar
de tanto silencio y de voces absurdas,
pertinaces, esperando una respuesta.
Sus ojos verdes, sus bellos ojos verdes y esas lágrimas y ese pelo negro que llegaba hasta sus hombros.
Hermosa de toda hermosura, lloraba.
Aquel hombre,
que cuidaba el lugar del silencio,
le dijo que allí no había nada,
que no volviera.
Las palabras de aquel hombre
que cuidaba el lugar del silencio
fueron una respuesta para esos
ojos verdes.
Nunca más regresó,
nunca más, a llorar al silencio.
He visto a Adela,
todos los años de su hermosa vida,
besar, todas las noches
antes del sueño,
la foto de su padre amado,
guardada en su mesa de noche.
Enzo Pierangeli (argentino, 1956)