Por Ángel Saldomando
(Desde Chile para CEDIAL)
Se ha abierto un debate global sobre la evolución de las grandes corrientes políticas internacionales y como se expresan en las realidades nacionales, según haya correspondencia o no. Básicamente, a riesgo de simplificar por restricción de espacio, se identifican las siguientes tendencias.La derecha globalizante y neoliberal, hegemónica en los últimos 40 años, está perdiendo terreno. Producto de las sucesivas crisis financieras, la crisis climática, el agotamiento del modelo productivo y especulativo en que se basa y por la creciente diferenciación social que produce entre regiones y al interior de las sociedades, Los perdedores son ahora socialmente mayoritarios y más visibles.
La subordinación de la socialdemocracia a la corriente anterior los transformó en social liberales y progresivamente perdieron base social y electores. Con el cambio de tendencia aparecen particularmente desprovistos de políticas y proyectos. La crisis de los partidos socialistas, en algunos casos, su desaparición como en Francia, Italia etc. evidencia está dinámica. En otros casos se expresa en pérdidas de mayorías y gobiernos, Suecia, Dinamarca, Austria.
Las izquierdas perdieron capacidad de representación política y movilización social en el transcurso de la globalización neoliberal. Los cambios en las estructuras de producción, la deslocalización y fragmentación de las cadenas de valor y en muchos casos, la re-primarización de las economías nacionales, disolvieron las clases obreras, redujeron las organizaciones, crecieron los espacios de marginalidad, anomia social y lumpenización de amplias categorías populares.
Como paliativo de los retrocesos de la socialdemocracia y la izquierda clásica, apareció el progresismo como una definición amplia capaz de reagrupar a los sectores populares en torno a la recuperación y/o extensión de derechos sociales, la defensa de la democracia y la mejora de la redistribución del ingreso, mediante la recuperación del mercado interno, los programas sociales públicos y aumentos salariales en la medida de lo posible. Esto es lo que se ha llamado post neoliberalismo y que se ha expresado en varios gobiernos de América Latina desde 2005, con alternancias según los países.
En paralelo en el marco del descontento con la globalización neoliberal se identifica un crecimiento de los movimientos de extrema derecha, en torno a un discurso de afirmación nacional y defensa de valores conservadores como refugio frente a la amenaza extranjerizante. Una mezcla de rechazo a la globalización, la integración regional, la inmigración y un largo etc. pues recuperan todo lo que sea malestar difuso, incluido contra el establishment político tradicional, identificado como corrupto, casta política etc. En algunos casos han llegado al gobierno, Suecia, Italia, Austria, Brasil, Estados Unidos, o han crecido regionalmente, Francia, España, Alemania.
La concurrencia entre las grandes potencias, China, Rusia, Estados Unidos, generan alianzas, alinean países y buscan dominar regiones, pero a diferencia del pasado, esto no se traduce automáticamente en influencia política, aun si persisten en alguna medida. Las zonas de control geopolítico tienen ahora fronteras porosas y más difusas, tanto en términos de control como de hegemonía política.
Este contexto global de cambios, en los últimos 40 años, de las estructuras y categorías construidas durante el siglo veinte es el que ha generado el estado de anomia ideológica a nivel global, la sensación de licuefacción de las sociedades y la perdida de proyectos de sociedad que posean algún grado de confianza en su viabilidad.
La construcción de nuevos paradigmas que oriente la política y la acción colectiva es aún muy incipiente y es imposible predecir a que costos se desarrollarán y si ello será posible, en un marco de incertidumbre global, que incluye eventuales evoluciones catastróficas. Por lo pronto solo hay grandes enunciados que requieren ser llenados con contenidos susceptibles de convertirse en políticas e inspirar la acción. No es casual que en este contexto estallidos sociales inorgánicos sean la expresión de súbitas manifestaciones del descontento acumulado. La principal característica es que no son portadores de alternativas y proyectos. Es decir, no están estructurados por propuestas superadores que canalicen las energías destructivas que contienen. Los liderazgos tradicionales aparecen desbordados y débiles aferrados a una institucionalidad tambaleante y a una legitimidad de la política que representa cada vez menos.
En esta realidad las derechas e izquierdas clásicas han perdido pie. Las derechas se tensionan entre continuar defendiendo una globalización liberal que ha perdido apoyo, con resultados lejos del sueño prometido y la adaptación que implica seguir los vientos del enojo y el malestar, lo que ha impulsado a grupos más radicales. La cuestión es que ninguna tiene otro modelo. Las izquierdas y progresismos penan en articular nuevos temas en algo coherente. Reivindicaciones identitarias, la cuestión ambiental y ecológica no se articulan de manera consistente con temas clásicos en la economía y la sociedad. El todo genera mucha confusión y fragmentación en ese campo, según se privilegie una u otra cosa. Las situaciones nacionales en el mundo occidental, claro está, expresan diversas combinaciones de estas características. En Europa la división es clara entre las derechas pro unión europea y globalización y las derechas antiglobalistas, coinciden en los temas conservadores clásicos, mercado, propiedad, represión etc. pero hay una fractura. Esto ya ocurrió en las crisis de los años 20 y 30 del siglo veinte, los grupos económicos esperaron en esas crisis para apostar al mejor posicionado. Las derechas más radicales y también las menos, como lo ha demostrado la guerra en Ucrania, están dispuestas a instrumentalizar todo y manipular lo que sea necesario, frente al doble desafío de responder a sociedades descontentas y a la perdida de posiciones hegemónicas, con las que justificaron la globalización: mercados globales, competitividad, deslocalización.
Las izquierdas y progresismos diversos, intentan ubicarse sobre temas de igualdad, redistribución y en menor medida el cambio climático, la cuestión de fondo es que nada de eso puede avanzar estructuralmente sin procesos coincidentes en los modos de producción, consumo y distribución. No se puede redistribuir sobre una base concentrada monopólica, ya sea moderna u oligárquica terrateniente. De hecho, la distribución del ingreso a empeorado en todo el mundo. La igualdad no avanza sin modificación de los sistemas tributarios y una matriz productiva equilibrada y territorializada nacionalmente en grado importante. (En muchos países se habla de “repatriar procesos productivos”) El sueño desarrollista via integración al mercado mundial (soja, litio, petróleo, gas, minería etc) solo favorece a los grupos internacionalizados, arrastra poco a las economías nacionales y fractura la sociedad entre los internacionalizados y los locales. No hay ninguna posibilidad de equilibrar la inserción externa y la economía nacional si no hay una base productiva integrada. Lo están redescubriendo, los europeos, Estados Unidos y Rusia, cada cual a su manera. Más aun, en una época de transición, en que lo que se produce y como se produce está en sus límites sistémicos e inevitablemente vendrán procesos sustitutivos y de cambio. Los círculos viciosos de inserción externa, dependencia de divisas y endeudamiento son connaturales a la falta de anclaje del modelo productivo en las condiciones locales. En otras palabras, cada cadena productiva y de valor debe hacer el balance de los niveles de equilibrio y/o dependencia que establece. Ello incluye la inversión externa, nacional y publica. De hecho, muchos países han sufrido graves procesos de desindustrialización y dislocación de procesos productivos y del empleo. Las estrategias de los grandes grupos económicos en busca de mayores ganancias y ventajas competitivas han rastrillado el planeta fragmentando los procesos productivos y han reciclado en el sector financiero y su alta volatilidad especulativa la rotación del capital. Todo esto hace que las estrategias progresistas están en extrema inferioridad de condiciones. Por último, en el plano social y político las izquierdas se volvieron “clase medieras” en su intento de hacer estrategias electorales centristas, apostando más a un imaginario promovido por el modelo neoliberal que a una realidad. El abandono de las posiciones que representan las diferencias de clase y los conflictos que provocan, hicieron de las izquierdas y el progresismo una adaptación a la miríada de reivindicaciones desagregadas, identitarias, legitimas en su medida, pero desligadas de las estructuras de poder y las correlaciones de fuerza en la economía y el trabajo. Esto sigue siendo el núcleo duro del problema que requiere un reposicionamiento fundamental.
En palabras de Boris Kagarlistsky (Between Class and Discourse: Left Intellectuals in Defense of Capitalism (Routledge, Londres 2020). que hace una “crítica radical del estado actual de la izquierda occidental que pone el discurso por encima del interés de clase y la política de la diversidad por encima de la política del cambio social. El alejamiento de la política de clases hacia el feminismo, los derechos de las minorías y la coalición de coaliciones condujo a la destrucción de los pilares estratégicos básicos del movimiento. Algunos elementos de esta amplia agenda progresista se generalizaron, pero de hecho esto profundizó aún más la crisis de la izquierda y contribuyó a la desintegración de la identidad de la izquierda”. El autor demuestra que no es posible un simple retorno a “los buenos viejos tiempos” de la política socialista clásica de la era industrial, y sugiere que la política de clase debe redefinirse y reinventarse a través de la experiencia del nuevo populismo radical. Se puede discutir, pero al menos plantea el problema. Detrás está el problema de cómo construir una fuerza social con proyecto político de cambio en las nuevas condiciones.