Por Ángel Saldomando
(Desde Chile para CEDIAL)
Faltan algunas semanas para el plebiscito (4 de septiembre) que debe aprobar o rechazar el proyecto de nueva constitución. Está abierto el periodo de campaña por una u otra opción, en torno a él no solo emerge lo nuevo, lo viejo se defiende con dientes y uñas, también se devela el estado de animo de la sociedad y las tendencias que la influencian. Mientras unos ven el plebiscito como “un evento histórico” otros como una batalla contra el posible cambio de modelo, una cuantos nos ubicamos en una visión más ponderada. Vemos un capítulo más del lento desmontaje del modelo social, instalado a sangre y fuego por la dictadura cívico militar, continuado por los sucesivos gobiernos del social liberalismo. (neoliberales atenuados por políticas sociales focalizadas) La situación que se abrió con el estallido social generó tres visiones sobre que estaba pasando y cuál sería su desarrollo. Ellas han marcado el proceso de elaboración de la constitución y el contexto previo al plebiscito.
La primera fue una visión de catástrofe, los equilibrios construidos sobre el modelo y su gestión se caían, la derecha y el social liberalismo aliados objetivos, entraron en pánico y se dividieron en el camino a seguir: reprimir sin concesiones políticas o contener y soltar lastre. Al final se soltó uno de envergadura, contra la exigencia de paz social se acordó permitir el cambio de constitución mediante un proceso constituyente acotado.
La segunda visión se inscribió en la dinámica del estallido, se pensó que habría suficiente fuerza para tumbar el modelo y forzar una ruptura con una asamblea constituyente soberana que terminara sepultando las alianzas que controlaban la institucionalidad y protegían el modelo. El acuerdo partidario de noviembre 2018, que enmarcó el llamado a la paz social y al cambio de constitución, fue considerado como una traición y cuando menos como el fracaso del objetivo de una constituyente soberana.
La tercera más cauta, constató que el estallido había roto los límites del debate político sobre los cambios, se habló claramente de cambiar en profundidad, rompió definitivamente el relato hegemónico sobre el éxito del modelo chileno. La posibilidad de cambio de constitución de alguna manera sintetizó esa expectativa. Pero también se constató que el estallido que federó el enorme malestar acumulado, no logró generar una movimiento político y social articulado que direccionara la energía, estableciera una correlación de fuerzas sostenida en el tiempo para iniciar la agenda de cambios emergente. La coalición, frente amplio más partido comunista, que llevó a Boric al gobierno, no es más que eso, una coalición electoral limitada. El estallido fue un terremoto, convulsionó el país, el modelo quedó fisurado, pero en pie. En ese contexto lo importante era la dinámica del proceso que se abría, en dirección de abrir la cancha, más que los cambios efectivos que pudieran lograrse, a todas luces difíciles de alcanzar en la coyuntura. Y, de alguna manera, la convención con sus limitaciones, mantuvo la llama encendida.
Las elecciones que siguieron, para la convención constitucional, para gobernadores, alcaldes, y luego para presidente, senadores y diputados mostraron esa debilidad estratégica de los sectores pro cambios. La mayoría electa en la convención fue expresión del malestar y de las minorías contestarias emergentes que consiguieron suficiente eco social para llegar ahí.
Las de gobernadores y alcaldes siguieron ese patrón, la mayoría está en manos de sensibilidades pro cambios. El presidente Boric llegó igualmente en la cresta de la ola de la opinión crítica. Pero, senadores y diputados mostraron una cierta resistencia de los partidos establecidos, aunque tuvieron retrocesos significativos. La cuestión de fondo es que el humor de las urnas no se asentó en una fuerza política a escala nacional y de las demandas planteadas, eso dejó a la convención, al ejecutivo y a gobernadores y alcaldes electos pro cambios con una base aun por construir.
Una vez finalizado el proyecto de constitución y que se abriera el debate sobre su contenido, las posiciones siguieron las sendas ya trazadas. La derecha y el social liberalismo bajo diversos pretextos, mantuvieron la línea de rechazar el texto y, en consecuencia, llaman a votar rechazo. Los sectores que vieron frustradas sus expectativas de cambio, oscilan entre un eventual rechazo o una abstención protesta, lo que en ambos casos juega por el rechazo, lo que dejaría vigente la constitución heredada. Para la visión más cauta, dadas las condiciones del contexto, lo importante sigue siendo la dinámica del proceso, ampliar espacios, profundizar la agenda y si posible lograr la construcción de una fuerza social y política consistente con ella. Desde este punto de vista se considera que ahora no solo está en juego la eventual aprobación de una nueva constitución, que es de por si un triunfo político importante. Es la subjetividad pro cambios y el capital simbólico acumulado, que le muestra a la sociedad que algo es posible hacer, lo que está en juego. No es menor. Un triunfo del rechazo no solo sería una victoria política de los sectores conservadores, además, sería un triunfo moral y simbólico de la derecha que golpearía la conciencia media de la sociedad, sobre las posibilidades de cambiar algo. Además, la derecha obtendría una base para intentar recomponerse.
El debate sobre la aprobación o el rechazo muestra por un lado una expectativa amplia, aunque difusa y por otro, un feroz ataque conservador al proyecto en nombre de la defensa del país como sinónimo del modelo dominante y de una eventual futura constitución mejor que la propuesta. Es obvio que el proyecto no es ni lo mejor ni lo peor, es fruto de la emergencia de sensibilidades de una sociedad fragmentada y ampliamente silenciada, en un contexto en que circunstancialmente pudo expresarse. Su contenido no tiene nada que pueda considerarse tan negativo como para rechazarla. En mucho de sus artículos abre pistas para redefinir el país. Sus ambigüedades son propias de una confección sin hegemonías claras y preparativos previos. Sin duda que de aprobarse habrá una ardua tarea por delante para implementarla. De hecho, los partidos social liberales buscan amarrar al sector pro cambios a un acuerdo anticipado de que reformar si se aprueba. Un despropósito monumental para una constitución apenas salida del horno, pero que han intentado naturalizar dadas las propias debilidades del ejecutivo. Y estas no son pocas. La fundamental e inevitable tal vez, es su inconsistencia, que se cubre con una plasticidad negociadora que desfigura las veleidades reformadoras con que llegó Boric al ejecutivo. De allí que poco a poco cediera a negociaciones previas a la aprobación para eventuales reformas a posteriori. Tampoco se le puede pedir mucho a una generación con poca experiencia social y política, el ascensor los elevó demasiado rápido. Una derrota del apruebo lo dejaría herido, por ser la eventual nueva constitución el mascarón de proa del gobierno.
No hay nada definido en el rumbo del país, se siente la incertidumbre. Las encuestas sobre el eventual triunfo de uno u otro campo no la despejan. Y mientras nada cambie todo sigue igual, si gana el rechazo el país quedará en un impase si se considera el 80% con que ganó el plebiscito que aprobó cambiar la constitución y el discurso conservador que intentará borrarlo. Además, ello dejaría vigente la constitución actual sin que haya nada previsto para relanzar un eventual proceso constituyente. Si gana el apruebo al menos la cancha sigue abierta, con más legitimidad aún. En cualquier caso, gane uno u otro campo, la agenda se abrió, el relato hegemónico está quebrado y cuando menos, se sabe que algo tiene que cambiar.