Por Angel Saldomando
(Desde Chile, para CEDIAL)
Es difícil poner en unas cuantas líneas la enorme carga simbólica y política que tiene el triunfo de Gabriel Boric a la presidencia de Chile. El país está marcado a fuego por una historia truncada, finalmente manipulada, para asentar un modelo social impuesto por la violencia clasista de la derecha y al que la centro izquierda se subordinó, primero políticamente, en un tímido social liberalismo y luego socialmente con su propio acomodo arribista. Se construyó así una vitrina de país, democrático “en la medida de lo posible”. Exitoso en lo económico siempre que no se mirara la desigualdad y la combinación de oligopolios con asistencia social que generaba una alta rotación social entre pobreza y subsistencia. Satisfecho y autocomplaciente, siempre y cuando no se expresara el sufrimiento, el malestar social y el relato hegemónico no tuviera respuesta critica. Hasta 2009 era imposible levantar el pesado velo que cubría la realidad, como me lo confesó una de las responsables de la política social del primer gobierno de Bachelet. Las élites vivían en su burbuja de acomodo y altos ingresos, creían vivir en Suecia porque tenían un volvo en el garaje. La mayoría estaba atrapada por el usurero consumo a crédito, desde medio kilo de carne molida hasta el ansiado televisor último modelo. Las tasas de depresión en la población, el alto consumo de tranquilizantes, la anomia social, la lumpenización de amplios sectores urbanos populares, el creciente desapego de las instituciones y la política, los datos duros de la corrupción y la colusión entre política y empresarios, las estadísticas adormecedoras de crecimiento y baja pobreza, el nivel de endeudamiento de los hogares, entre el 60 y 70% de los ingresos y la estabilidad económica basada en bajos salarios, precios altos y precariedad laboral, no existían en el relato exitoso. Muy pocos, me incluyo, comenzamos a observar que a partir de 2010 el velo se desgarraba. A partir de 2011 hasta 2019, se generaron conflictos estudiantiles, laborales, ambientales y territoriales que poco a poco se generalizaron configurando la expresión de un malestar profundo. Los sucesivos gobiernos: Bachelet, Piñera, Bachelet, Piñera, electos con baja votación y alto abstencionismo fueron las ultima representaciones impotentes del pacto, centro derecha – centro izquierda, para salvar el modelo. El malestar, ahora inocultable, se interpretó desde arriba “como una crisis de expectativas”. El país era tan exitoso que la gente quería consumir más y ascender socialmente y que la lentitud en ello generaba frustración.
El estallido social de 2019 dijo otra cosa. Fue una síntesis de la ruptura con la historia manipulada, con el relato exitista, del hartazgo con el descaro de las elites impermeables a la precariedad de la mayoría, sobreviviendo en un modelo mercantilista ultra-liberal respaldado por una constitución salida de la dictadura. El ciclo político iniciado en 1990, entró en agonía en 2019. El estallido social derrumbó el pacto centrista, arrinconó a toda la generación política que administró el modelo, la derecha entró en pánico. Piñera, jefe de un gobierno moribundo, declaró que “el país estaba en guerra” ¿contra quién? No lo dijo, pero era obvio, contra las reivindicaciones de cambio. La centro izquierda de la vieja concertación daba manotazos de ahogado y también había oscilado entre subordinarse a la represión o apoyar la demanda de cambios. En la crisis se desataron fuerzas centrifugas, las alianzas se disolvieron y se liberaron núcleos duros pro cambios y anti cambios, pero no había nada alternativo, no existía una fuerza política con un programa que fuera alternativo. La izquierda por fuera del centrismo no había podido recomponerse en todos estos años, el partido comunista es una pequeña fuerza consistente y el moviendo estudiantil había generado una organización política, el frente amplio, también pequeña, discursiva y en torno a la nueva generación, que había logrado penetrar en el parlamento y en algunos municipios, mucho mas no había. Por la derecha, los intentos de generar una corriente política centrista más social y en distanciamiento de la herencia de la dictadura, calificada como una derecha popular, estalló. El pánico liberó a un sector duro, sin complejos en asumirse como continuador de la herencia pinochetista, el partido republicano de extrema derecha de Kast y marginalizó a los centristas. El país estaba en medio del vado, en la incertidumbre. La convención constituyente, salida del estallido, y la proximidad de las elecciones de fin de mandato, en todas las instancias institucionales, abrieron la oportunidad única de buscar una salida. Si el estallido se hubiera producido al inicio del mandato de Piñera, la crisis hubiera tenido costos y tiempos incalculables.
El periodo que se abrió en 2019 abrió la posibilidad que el cuestionamiento del modelo se convirtiera en un proyecto político, pero no estaba claro quién y cómo lo construiría. La convención constituyente mostró que el sector pro cambios era mayoritario en ella, la pandemia congeló la dinámica social y las primarias en las viejas coaliciones centristas fueron cercanas al suicidio en medio del descrédito. Ello dejó el espacio para que el sector pro cambios se agrupara en apruebo dignidad que finalmente optó en la primaria por Boric como su representante. La derecha se atrincheró por descarte detrás de Kast cuando ganó la primaria en medio de rechinar de dientes y puñales ocultos. Las elecciones en frio, en medio de la pandemia, arrojaron un parlamento fragmentado, sin mayoría clara y un senado partido en dos. La primera vuelta presidencial dejó a Kast en primer lugar y a Boric en segundo. Un resultado casi incomprensible. En las municipales y de gobernadores el centro izquierda y los pro cambios eran mayoritarios y en las nacionales parlamentarias y presidenciales la derecha resistía con buenos resultados en el nuevo contexto, con un discurso de orden duro y de conservadurismo social disfrazado de anticomunismo primario. El resultado de la primaria presidencial creo pánico, esta vez en el sector pro cambios y en el centro izquierda. Todo lo que había de reservas se movilizó, las discrepancias se aminoraron en un esfuerzo más unitario, el programa se abrió considerablemente a otros temas, la participación electoral aumentó y Boric fue electo con una histórica mayoría, 55,87% contra 44,13 de Kast.
El estallido social, el descontento y las ansias de cambios encontraron un canal político para expresarse. Es la buena noticia, las incógnitas y desafíos son múltiples. Hasta donde y en que se podrá avanzar, la agenda en salud, educación, ambiente, pensiones, economía es amplia, en un país tan corrido a la derecha. Está por verse si la mayoría política lograda se convierte en una alianza consistente. La cancha está lejos de estar despejada, la configuración de las dos cámaras, la capacidad de veto de la derecha y el poder económico, constituyen obstáculos de peso. Además, la vieja política buscará como reciclarse. Gabriel Boric Font, curiosa coincidencia con otro apellido, el de José Font líder de las huelgas de peones en la Patagonia, salido del extremo sur, de un movimiento social telúrico, con treinta y cinco años, presidente más votado del ciclo que se acaba, promete el relevo generacional y un nuevo país.
Excelente análisis! Una alegría que compartimos desde aquí. La ilusión de que otra América sea posible.
Excelente Saldomando, como siempre. Se abre una esperanza de la mano de los más jóvenes.
La derecha no cederá . Dificil camino presidencial crisis económica seguridad ciudadana, zona araucanía. La unidad de la izquierda será fundamental. La extrema derecha estará al acecho esperando para el zarpaso