Por Mario Della Rocca *
(desde La Habana)
El extenso discurso del presidente demócrata Joe Biden en el inicio de las sesiones de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos en muchos de los tópicos abordados y las medidas propuestas evidenció la crisis estructural que padece el “capitalismo real norteamericano”, sin solución de continuidad desde que se desatara el colapso del sistema financiero en el año 2009 durante la administración de Barack Obama, ahora extendida a casi todos los órdenes de la vida nacional. La retórica de Biden respondió a este crudo diagnóstico, sorprendentemente, con promesas de implementación de políticas de Estado de neto corte “populista”, modelo de gestión de variadas naciones, en especial en nuestra América Latina, que EE.UU. y sus aliados internacionales han denostado permanentemente y juzgado como promotoras del decrecimiento económico de las naciones y la pobreza generalizada de las sociedades. Paradójicamente, el presidente norteamericano basó su discurso y justificó políticas urgentes a desarrollar tales como el auxilio a los sectores pobres y excluidos de los beneficios del “american way of life”, una millonaria inversión estatal especialmente en el sector de infraestructura, fomento del empleo nacional para enfrentar la competencia externa -en especial con China-, el aliento a las pequeñas y medianas empresas y el aumento de las cargas impositivas, primordialmente a las grandes riquezas y corporaciones, en su mayoría trasnacionales.
Para sorpresa de muchos, parecíamos estar en presencia de un “líder populista latinoamericano” en lugar de un antiguo político profesional del establishment del Partido Demócrata, especialmente cuando enfatizó, para justificar sus propuestas de activa participación estatal en la economía y la sociedad: “Hay buena gente en Wall Street, pero Wall Street no construyó este país. La clase media construyó este país. Y los sindicatos ayudaron a construir la clase media”.
En primer lugar, el presidente presentó a los congresistas el “Plan de Familias Estadounidenses”, una propuesta para atacar el crecimiento exponencial de los sectores socialmente vulnerables en un país rico y poderoso militarmente. Con un costo fiscal de aproximadamente u$s 1,8 billones, el plan incluye entre otras medidas: una asignación familiar extra de u$s 250 por mes por hijo hasta el año 2025, ayuda a las familias para abonar el cuidado infantil (que incluye el preescolar gratuito para personas de bajos ingresos), colegios comunitarios gratuitos en sus primeros dos años, mejorar el sistema de becas para estudiantes de bajos ingresos, proporcionar licencia familiar y médica pagada y extender hasta 2025 un crédito tributario por hijos que se amplió durante la pandemia. Biden expresó que el crédito fiscal “ayudaría a más de 65 millones de niños y a reducir la pobreza infantil a la mitad este año”.
En relación a la inversión estatal en obras de infraestructura nacional1, para con ello promover el empleo de calidad y la sustitución de importaciones, Biden elevó al Congreso un programa al que denominó “Plan de Empleo Estadounidense”, que prevé una inversión de u$s 2,25 billones, y que se propone aumentar la producción industrial en Estados Unidos. Con él se espera mejorar aeropuertos y carreteras hasta invertir en escuelas, calidad del agua o acceso a internet.
El citado programa, para cuya vigencia Biden propuso la aprobación de un aumento del salario mínimo a u$s 15 la hora de trabajo, también aboga por que los estadounidenses compren productos locales y que las empresas locales que produzcan bienes lo hagan en el país. “No hay razón para que las aspas de las turbinas eólicas no se puedan construir en Pittsburgh en lugar de Pekín”, sostuvo, en una frase que en boca de un primer mandatario latinoamericano sería catalogada de antiliberal, populista y de un nacionalismo anacrónico en tiempos de globalización.
Para financiar ambos planes, el presidente demócrata estimó estrictamente necesario elevar las tasas de impuestos a las grandes empresas corporativas y a las grandes fortunas, en este último caso a los que ganen más de u$s 400.000 al año. El mandatario se refirió a un estudio que señaló que el 55% de las grandes empresas estadounidenses pagó “cero” impuestos federales el año pasado y que han logrado 40.000 millones de dólares en beneficios, mientras que muchas han evadido tributar y se acogieron a beneficios y deducciones por emplear a sus trabajadores en otros países. “Eso no está bien”, señaló Biden.
Protección a la producción y al trabajo nacional, propuestas de un “Estado empresario”, asignaciones de dinero a los sectores más perjudicados por un modelo neoliberal injusto e ineficaz ejecutado por décadas, impuesto cada vez más alto a las grandes riquezas y corporaciones, medidas que se encuentran en las antípodas de aquellas que los EE.UU. promueven y ejecutan a través de sus satélites financieros, como el FMI, en el resto del mundo y especialmente en América Latina, tanto a través de sus gobiernos títeres como enfrentando de manera intervencionista a aquellos gobiernos a los que acusan de populistas.
Aunque no es para asombrarse, todos son planteos similares a las políticas proteccionistas que siempre aplicó el país del norte cuando lo necesitó, y hoy más en su duro enfrentamiento comercial con el gigante chino, que lo supera día tras día, mientras para su “patio trasero” postuló siempre la apertura total de las economías y la desregulación de todas las actividades, bajo el lema de que deben imperar las políticas de mercado sin mediaciones estatales. Muy claro, “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”.
¿Podrá Biden llevar a la práctica sus tan ambiciosas propuestas de desarrollo productivo, apoyo al mercado interno y equidad social? Al respecto cabe aclarar dos puntos esenciales que nos enseña la dinámica política de los EE.UU. desde hace décadas, a fin de prever con realismo la posibilidad de recomposición de la profunda crisis del país del norte.
En primer lugar, como muestra brillantemente la película documental “Nixon”, del cineasta Oliver Stone, el poder real en los EE.UU. no reside ni en su presidente ni en su clase política, sino fundamentalmente en el Pentágono -la política militar, la tesis de la “guerra eterna”, es parte central del desarrollo económico del país-, en Wall Street -ya que el campo de las finanzas es determinante en las decisiones económicas- y en la CIA y todos sus satélites, agencia que desde hace décadas es un poder paralelo en el país con su propia lógica de funcionamiento. En estos tres poderes, además, recae el diseño de la política exterior de la nación, que muestra tanto a republicanos como demócratas como gerentes en la ejecución de las guerras globales que EE.UU. promueve en todo el planeta.
En segundo lugar, la relación a veces tensa -como ocurrió durante la presidencia de Donald Trump- pero siempre finalmente conviviente y acuerdista entre la mayoría de los demócratas y la mayoría de los republicanos, nos hace pensar en los fuertes límites de las propuestas de Biden elevadas al Congreso pese al carácter de extrema necesidad que planteó. Y ello a pesar que el Partido Demócrata, luego de las elecciones pasadas, ostenta la mayoría de representantes en ambas Cámaras, con una diferencia notable en la Cámara de Representantes y con la posibilidad en el Senado que su presidenta, Kamala Harris, desempate en caso de una apretada votación, teniendo en cuenta que ambos partidos cuentan con 50 representantes cada uno.
Sin duda son tiempos complejos para el gigante del norte. A la problemática interna, acuciada por los resultados altamente negativos en el combate a la pandemia del Covid-19, alentada dramáticamente por una violencia política y social que no se conocía con tal magnitud en otros tiempos, se unen los avances de sus enemigos en el campo externo, frente a los cuales las autoridades del país parecen actuar como un león herido.
Se avecinan tiempos decisivos en un orden mundial aquejado por la cruda pandemia y con crisis sistémicas en varias zonas del planeta, y los EE.UU. siempre, con base en el “destino manifiesto” de actuar como los gendarmes de ese orden, son un actor geopolítico de gran importancia.
(*) Mario Della Rocca es Lic. En Ciencias Sociales e Historia, escritor y periodista. Autor de los libros “Gramsci en la Argentina. Los desafíos del kirchnerismo”, “La Cámpora sin obsecuencias. Una mirada kirchnerista” y “Macri & Durán Barba. Globos, negocios, círculo rojo y guerras sucias” y participante en “América Latina en los ’90: Gramsci y la Teología de la Liberación”. Miembro de la Fundación Acción para la Comunidad (FAPC) y del Centro de Investigación Académico Latinoamericano (CEDIAL). Colaborador de diversas publicaciones argentinas y latinoamericanas, conductor del programa “Política con ideas” en IBAP TV y corresponsal de prensa de Radio Caput Argentina en La Habana, Cuba.
Buenas, es tal cual dice el artículo, EEUU ejecuta una política para su país y promete e interviene en el extranjero para que todos los países jueguen para sus intereses. Saludos.
En Argentina el impuesto a la riqueza de más de 2000000de dólares muchos recurren a la justicia para no pagarlo.Deberian ver estas medidas que al menos en lo interno ayudan a su país.De su política internacional prefiero no hablar.Muy buen análisis.