Por Daniel do Campo Spada
(TV Mundus para CEDIAL)
Con la Presidencia Pro-Témpore de Argentina se cumplieron los primeros 30 años del original Mercado Común del Sur. En estas tres décadas pasó de ser una unión con fines comerciales a un bloque político de dignidad hasta un presente en el que la fractura es el verdadero diagnóstico. En un espacio en el que los regímenes de derecha expulsaron a Venezuela (y aún no se la reintegra) ahora invitan como observadores a un Chile en decadencia y a una Bolivia que empieza a recuperar su democracia. Mientras el Gobierno de Alberto Fernández habla de una integración, los posdemocráticos Mario Abdo Benítez de Paraguay, Luis Lacalle Pou de Uruguay y el nazi Jair Bolsonaro de Brasil solo piensan en el rendimiento de los empresarios olvidando la cultura, la educación y el bienestar de los pueblos.A finales de los 80 y durante los 90 el neoliberalismo económico dominaba el bloque. No fue difícil que todos se encolumnaran buscando el mayor rendimiento empresario. Estados Unidos y la Comunidad Europea veían con agrado la apertura de los mercados de la región para negociar directamente en bloque para maximizar sus ganancias.
En el siglo XXI un manto de dignidad latinoamericana llegó a Argentina, Brasil y Uruguay. Paraguay no tuvo otra opción que sustraerse a la mayoría ya que el período de Fernando Lugo (momento democrático popular) fue muy escaso. Allí se quiso incorporar a la cuarta economía latinoamericana y principal potencia petrolera del continente. La Venezuela de Hugo Chávez le daba aire fresco y empuje. La falta de definición de Paraguay fue el freno ante decisiones que deben ser tomadas por unanimidad. Ese fue el período más fructífero porque no se habló solo de integración económica sino también de ciudadanía, educación, salud y todo lo que atañe a la vida de las personas.
En 2016 hasta casi 2020 los gobiernos de las oligarquías volvieron a hacer sintonía. La izquierda uruguaya siempre fue muy tierna y aún en los momentos de coincidencia ideológica siempre se prestó como la puerta de entrada de Washington. Con la excusa de ser un chico entre dos grandes (Argentina y Brasil) el Gobierno de Montevideo siempre quiso cortarse solo. Allí expulsaron vergonzosamente a Venezuela y el bloque ya dejó de pensar en los pueblos. Solo fue un momento para negocios empresarios y alineamiento automático con el régimen de Estados Unidos.
Desde 2020, el bloque se presenta fracturado. Mientras Brasil, Paraguay y Uruguay tienen más ganas de abrirse a los grandes capitales transnacionales aunque ello implique un gran daño a la vida de los ciudadanos, Argentina quiere recuperar (aunque tibiamente porque ni habla de Venezuela) “algo” del segundo momento, que fue el de la dignidad, pero todo parece quedar lejos.
Alberto Fernández pidió crear un Observatorio para la calidad de la democracia y otro del medio ambiente. Al mismo tiempo atender políticas transnacionales de protección de género. Además rescató las tareas del Parlasur, parlamento regional que los otros tres países desprecian y boicotean permanentemente. Además abogó por un sanitarismo solidario en la región ante el avance de la pandemia de COVID que afecta a todos los países miembros.
Jair Bolsonaro y Luis Lacalle Pou (“esto es un lastre”), por el contrario, pidieron abrir los mercados, dejar entrar con beneficios las inversiones de capitales extranjeros. Hablaron de inversiones y consumo, pero nunca de la suerte de los trabajadores que serían los más perjudicados. Por algunos años, hasta que no haya una posición digna, el Mercosur se está convirtiendo en una alianza incómoda aun sabiendo que los 300 millones de habitantes lo convierten en la quinta economía del mundo.
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