Por Daniel do Campo Spada.
Tras un gobierno del trinomio entre el Almirante Augusto Rademaker (1905-1985), el General Aurelio de Lira Travares (1905-1998) y el Mariscal Márcio Melo (1906-1991) que apenas duró entre el 31 de agosto y el 30 de octubre de 1969, le llegó el turno a Emilio Garrastazu Medici (1905-1985) quien era un militar de carrera. No queda claro si fue parte del Golpe de Estado de 1964 en donde se interrumpió la democracia en el gobierno de Joao Goulart. El haber sido nombrado como Jefe del Estado Mayor de la Tercera Región militar durante el régimen de Artur da Costa e Silva tampoco permite vislumbrar que tuvier un espíritu democrático, mas allá de que su primer ascenso importante, al grado de Capitán, se lo hubiera dado Getulio Vargas. Al frente de la Alianza Renovadora Nacional (ARENA) se convirtió en el tercer Jefe de Estado de la dictadura. Para asumir armó la pantomina de una supuesta reapertura del Congreso que había sido cerrado por su antecesor. Pero el armado ficticio no omitió prohibir a los partidos populares, fundamentalmente los de izquierda.
En lo que era un clima de época inspirado en la Revolución Cubana comenzó a operar una guerrilla urbana distribuida en células dispersas en las pincipales ciudades del país. Por eso el flamante dictador ordenó al General Orlando Geisel (1905-1979) la creación de un cuerpo especial que con los años adquirió una tenebrosa fama. El mencionado, quien luego ocupará el cargo de Presidente de facto, fue el responsable del asesinato del dirigente comunista Carlos Marighella (1911-4 de noviembre 1969).
Garrastazu Medici desató una feroz censura sobre la prensa escrita y radial. A nivel televisión se daban los primeros pasos en cadenas cercanas a los militares alimentadas con prebendas estatales y fuertes inyecciones de contenidos audiovisuales enviados por los gigantes estadounidenses del sector. Con el tiempo Brasil desarrollaría una considerable industria audiovisual sobre todo en el área de las telenovelas, que son todo un culto en la cultura brasileña.
La obtención del Campeonato Mundial de Fútbol en México en 1970 fue aprovechado por la dictadura que de esa manera buscaba asociarse a la idea colectiva de un país “o máis grande do mundo”. El principal jugador de ese popular deporte adquirió dimensiones mundiales que fueron muy importantes para la dictadura. Edson Arantes do Nascimento “Pelé” (1940-2022) cultivó desde joven una ideología en favor de los sectores poderosos, desconociendo sus propios orígenes humildes.
Alentar el nacionalismo brasileño en donde se hablaba del “milagro” asociaba los éxitos futbolísticos con la difusión internacional que el turismo le daba al Carnaval de Río de Janeiro (punta de lanza de la instalación de Brasil como destino turístico internacional) junto a los diez años de Brasilia, la capital futurista, todo buscaba darle legitimidad a la dictadura. La represión y la censura evitaban que las violaciones a los Derechos Humanos fuera un tema presente. Por el contrario, los golpistas buscaban “dibujar” un Brasil siempre feliz.
En la década del 60, hubo un importante y sostenido crecimiento de la economía mundial de la que Sudamérica no se había quedado afuera. Brasil también participó de la internacionalización de los mercados que en un primer momento se confundió con la consolidación del “estado de bienestar” que se desparramó en gran parte del primer mundo, del segundo y del tercero. Las clases medias urbanas disfrutaban de mayores posibilidades de consumo, tanto suntuoso como cultural, abonando de esta manera la ilusión de que las ideas socialistas solo pertenecían a alborotadores sin causa.
En 1973, junto a la dictadura paraguaya de Alfredo Stroessner (1912-2006) se dio comienzo a una de las mayores obras de infraestructura en el continente que fue la represa de Itaipú que le garantizaba energía accesible a la creciente industria brasileña. Esto permitió paliar la crisis del petróleo que en ese momento afectó a gran parte de la economía occidental. Petrobrás, que había sido fundada por Getulio Vargas en 1953 casi se frenó en forma violenta pero fue sostenida desde el Estado porque a esa altura ya era un símbolo de un país con aspiraciones de potencia.
De todas formas, la crisis global de la energía y la existencia de petrodólares de fácil acceso aumentó en forma considerable la deuda externa, en un proceso del que casi ningún país latinoamericano quedó afuera. Aumentó la brecha social y la fugaz clase media que parecía estar formándose se fue esfumando entre quienes ascendían y los que se derrumbaban en los suburbios de las ciudades que habían crecido sin ningún tipo de planificación. Las favelas (fundamentalmente las de Río de Janeiro) fueron el símbolo de lo que en ese momento fue el país más desigual del mundo. La música y la industria audiovisual intentaron darle una visión pintoresca a lo que era un triste cuadro de la miseria.
En cuanto a política exterior la dictadura de Garrastazu Medici apoyó al régimen estadounidense de Richard Nixon (1913-1999) que derrocó al Presidente chileno Salvador Allende (1908-1973) en el comienzo de una de las dictaduras más sangrientas del siglo XX. Los militares brasileños protegieron y sostuvieron al genocida Augusto César Pinochet (1915-2006). A pesar de la propia crisis el Gobierno de Brasilia le facilitó al de Santiago de Chile préstamos blandos a largo plazo, al tiempo que lo protegían de todas las denuncias y censura que llovían en casi todos los organismos internacionales. Las democracias de Argentina, Bolivia y Perú eran voceras de los exiliados que pudieron salir de la gran cárcel en que se convirtió el país del Pacífico.
Brasilia fue además importante en la formación de cuadros de la DINA (Dirección Nacional de Inteligencia de Chile) que Pinochet utilizó para perseguir y asesinar a todos aquellos que se oponían a la dictadura militar-empresaria. Las coincidencias entre ambos regímenes era manifiesta ya que se alineaban en forma incondicional detrás de Estados Unidos, reprimían a todos aquellos que pidieran el retorno a la democracia y eran fundamentalmente sostenidos por el empresariado de cada país.
Cuando en 1978 el régimen de la Casa Blanca pretendió despegarse de la sangrienta dictadura pinochetista, porque sus aliados europeos todavía tenían algún poder de presión, Garrastazu Medici redobló el apoyo en los planos económico y de inteligencia. El Plan Cóndor, en el que las dictaduras del sur de América coordinaban sus tareas represivas contra los exiliados ya estaba en plena ejecución.