Por Daniel Raúl do Campo Spada
Aunque el tramo revolucionario que encabezó Francisco Madero dejó muy disconforme a los propios, el cruel asesinato del primer mandatario y su vicepresidente José María Pino Suárez aceleró los tiempos siguientes. El México profundo entendió que la oligarquía solo iba a ceder sus privilegios si se aplicaba la fuerza. Por eso la guerra civil duraría cuatro años con miles de muertos, desplazados y desocupados.
En 1913 se emite el Plan de Ayala, que reconocía a Emiliano Zapata como el líder de los revolucionarios. Al mismo tiempo desconocía como autoridad real a la dictadura de Victoriano Huerta, al que consideraban un usurpador del poder del Estado y declaraba traidor a Pascual Orozco, a quien en un primer momento habían propuesto como jefe del Ejército del Norte, pero que luego se puso del lado de la oligarquía.
Los ejércitos dirigidos por Zapata iban tomando pueblo a pueblo y en cada lugar una de las primeras acciones era devolverles los terrenos a los campesinos. De esa forma no solo iban creciendo los voluntarios en armas, sino que además iba consolidando la retaguardia y la logística. Lo que no disponían en armamentos sofisticados como los que los Estados Unidos le daba a la dictadura, lo compensaban con un despliegue y presencia territorial superior. Incluso los hombres de los ejércitos revolucionarios eran gente de campo abierto y a caballo, mientras que los militares se habían vuelto urbanos y cuarteleros por lo que no tenían la práctica necesaria para sus despliegues.
Bajo el lema de “¡Tierra y Libertad!” los zapatistas no solo recuperaban las tierras usurpadas por los engañosos préstamos dados por la oligarquía y se expropiaba a los porfiristas que al calor de la dictadura de Porfirio Díaz habían sembrado la corrupción para enriquecerse.
El 26 de marzo de 1913, Venustiano Carranza, Gobernador de Coahuila, crea el Ejército Constitucionalista al que inmediatamente se une desde el norte el líder popular Pancho Villa. Este último asume rápidamente la conducción de los ejércitos de esa región ocupando el espacio del que había desplazado el traidor Orozco. El aspecto pintoresco del conductor norteño empieza a ser utilizado por la prensa burguesa para desprestigiar el lado popular de la revolución.
En el terreno de combate el Ejército Constitucionalista empezó a ganar territorio al Ejército Federal que a pesar de estar mejor armado se encontraba desmoralizado. Los triunfos revolucionarios empezaron a sucederse. Mientras Pancho Villa ocupaba Chihuahua y Durango, Obregó lograba lo propio en Sonora, Sinaloa y Jalisco con el Ejército del Noroeste.
Estados Unidos invade territorio mexicano debilitando a su aliado.
El flamante presidente estadounidense Woodrow Wilson (1856-1924) ordena la invasión de la zona petrolera de Tampico, área petrolera de Veracruz y confisca las rentas petroleras. Al dominar el espacio geográfico de las perforaciones de crudo dejó de tributar al Gobierno federal y dejó sin financiamiento a su propio dictador Huerta. Solo le daba armamentos que le cobraba con préstamos de bancos norteamericanos, incrementando la deuda al tiempo que dejaban de pagarle las regalías que le correspondían a México.
El 9 de abril de 1914 era jueves Santo para los católicos romanos en México. Aprovechando la baja actividad, marinos estadounidenses del USS Dolphin llegaron remando en una lancha y sin armas al muelle fiscal por el Río Pánico. Simularon ir a buscar combustible al Puente Iturbe. Buscaban un incidente que sirviera como excusa para la agresión planeada y la encontraron cuando se pusieron a la vista de diez soldados locales que los detuvieron al verlos con uniforme y en formación. Los llevaron al destacamento y los detuvieron durante una hora. Al estar desarmados y como consecuencia de una “llamada” desde el Gobierno federal que no quería un incidente con su proveedor, los dejaron ir.
Cuando retornaron a la nave USS Dolphin el comandante se hizo el ofendido y exigió a las autoridades mexicanas que su bandera (la de Estados Unidos) fuera saludada con 21 cañonazos al alba. La respuesta fue lógica y los mexicanos no accedieron. Como el presidente Wilson veía que los franceses y los británicos para acceder al petróleo habían empezado a coquetear con el dictador Huerta, que era el protegido de Washington, la Casa Blanca decide soltarle la mano y arreglar con un eventual gobierno posterior mantener la exclusividad de la explotación del crudo. No estaba a favor de la revolución, sino que los yanquis comenzaron a trabajar en contra del gobierno conservador porque no querían experiencias fuera de sus cánones en su propia frontera.
Al tiempo que los marines se preparaban para ocupar Veracruz, Woodrow Wilson le declara un embargo de armas a Huerta, que las necesitaba para seguir manteniéndose en el poder. Allí el dictador le pidió al Vicecónsul del Imperio Ruso, León Raast que triangule comprar ese armanento a Estados Unidos. El diplomático armó una operación que consistía en llevarlo desde la frontera con México hasta el puerto ruso de Odesa y desde allí llevarlo a Hamburgo y finalmente a México en el barco Ypiranga de la empresa germana Hamburg America Line. El gobierno federal lo consideraba esencial, atendiendo la fuerte inversión realizada, equivalente a u$s 600 mil dólares de la época. Un siglo después sería alrededor de u$s 15 millones de la divisa norteamericana. Teniendo en cuenta que las arcas públicas estaban vacías en base al cese del pago de las regalías petroleras, era un verdadero manotón de ahogado del decadente gobierno.
El 20 de abril el Cónsul de Estados Unidos se enteró a través de un confidente que el Ypiranga (con el armamento) llegaba al puerto de Veracruz, donde lo esperaban un par de formaciones de trenes y entonces se decidió el desembarco de las tropas invasoras. Sin haber una declaración formal de guerra tres mil soldados descendieron de las naves USS Florida (que estaba amarrado desde el 16), USS Utah y el USS Prairie bajo las órdenes del Contraalmirante Frank Friday Fletcher. En Tampico, muy cerca de allí estaba la Flota del Atlántico compuesta por el USS Connecticut, USS Minnesota, USS San Francisco, USS Solace y el USS Cycloper (que era una nave carbonera, esencial para el combustible de las mismas). En las aguas mexicanas ya estaban el USS Dolphin, el USS Des Monines y USS Clister.
Ante la desmesurada superioridad de los yanquis, el Gobierno de Huerta ordenó retirarse del lugar cediéndole el Puerto y la Aduana de Veracruz. Los uniformados mexicanos se retiraron a Tejería, pero cerca de 150 soldados se quedaron resistiendo con el poco armamento disponible luchando contra una fuerza veinte veces superior. Muchos ciudadanos, varios de ellos trabajadores del puerto que eran sorprendidos testigos de lo que estaba ocurriendo, se prestaron a la heroica resistencia con lo que encontraban en sus casas. Incluso se liberaron a los presos de la cárcel militar “La Gaceta” que con sus trajes a rayas disparaban contra los extranjeros. En lugar de huir a sus casas se quedaron a resistir. Al mismo tiempo, los que se retiraron lo hicieron al mando del General Gustavo Maass.
Los invasores se quedaron hasta el 23 de noviembre de 1914, cuando los hechos locales habían decantado hacia la segunda fase de la revolución. Los estadounidenses tumbaron a su propio dictador Huerta pero dejaron claro el mensaje de que pretendían exclusividad sobre el petróleo mexicano. Dos décadas después ese será el eje de lucha de Lázaro Cárdenas.
El Ejército Constitucionalista.
El 26 de marzo de 1913 el Gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza (1859-1920), formó el Ejército Constitucionalista para enfrentar a las huestes de la dictadura conservadora. Comenzaban cuatro años de guerra civil en donde cada territorio era un espacio en disputa con los liderazgos regionales. Además, cada región tenía problemáticas que no eran necesariamente iguales. Nadie podría negar que el país ardía en buscar de consolidar un nuevo poder. Mas allá de los ejércitos que mencionamos en estos párrafos, por todo México se distribuían grupos irregulares de hombres armados con lo que tenían en sus casas. A las huestes constitucionalistas se le sumó Pancho Villa que fue reconocido como el jefe militar del norte.
Al reavivarse el Plan de Ayala, se convierte en el jefe militar de la zona sur a Emiliano Zapata, que en cada pueblo que iba liberando de la dictadura oligárquica se proclamaba “¡Tierra y Libertad!” al tiempo que se recuperaban las tierras ilegalmente apropiadas por latifundistas que en su mayoría habían sido cómplices del porfirismo. A Orozco lo declaran traidor por haber pactado con Huerta dejando en el desamparo a sus originales aliados.
En 1914 los constitucionalistas ocupan Zacatecas, Querétaro, Guanajuato y Guadalajara. Eso provoca la renuncia del dictador Huerta que se escapa del país el 15 de julio de ese año. Luego estará refugiado en Estados Unidos que fue su gran sostenedor. Un mes después, el 20 de agosto Carranza ingresa a la Ciudad de México, núcleo geográfico del poder político.
A las pocas semanas, en medio de una ebullición que no se detenía se organiza la Convención en Aguascalientes que se declara soberana. Caído Huerta y disuelto el ejército federal había un poder que no se consolidaba y por eso estaba en disputa. Con predominancia de los villistas proclaman a Eulalio Gutiérrez (1881-1939) como presidente y a Pancho Villa como Jefe del Ejército de la Convención. En disconformidad los seguidores de Carranza se trasladan a Veracruz, que era donde habían desembarcado los estadounidenses.
El 6 de diciembre Villa y Zapata entran a Ciudad de México con 60 mil hombres armados y ocupan el Palacio Nacional. El flamante presidente Gutiérrez se traslada a San Luis de Potosí, donde también se habían producido hechos políticos.
Surge el período de Carranza.
Venustiano Carranza comienza a ocupar un espacio predominante en la política cuando recibe el apoyo inicial de Estados Unidos que buscaba a su nuevo delfín al caerse Huerta. Además contaba con un apoyo heterogéneo de un incipiente movimiento obrero urbano, que era una composición social diferente a la de los seguidores de Villa y Zapata que eran mayoritariamente campesinos y ganaderos. Los denominados Batallones Rojos, compuestos por sastres, albañiles y carpinteros y los revolucionarios de Sonora conducidos por Álvaro Obregón fueron el espacio de choque que disponía Carranza.
Desde lo ideológico el nuevo líder representaba más una postura reformista que revolucionaria. Aunque era progresista no iba a los “extremos” que los habitantes urbanos interpretaban en los dirigentes villistas y zapatistas. En forma totalmente oportuna tomaban partes del Plan de Ayala como era el caso de la restitución de tierras apropiadas por los latifundistas a lo que hay que agregar un aumento del 35 % a los obreros textiles, impulso en la educación pública, respeto a todas las religiones y a las propiedades privadas no monopólicas.
En el plano militar, la guerra civil empezó a darle algunas victorias a los Batallones Rojos sobre el Ejército de Pancho Villa. Entre abril y junio de 1915 tomaron Celaya, Guanajuato, León y Aguascalientes. Al consolidarse tibiamente en el terreno de la lucha, abrió la mecha necesaria que la Casa Blanca necesitaba para reconocer a Carranza como Jefe de Estado en octubre de ese año.
Para romper esta alianza con el imperio, Villa buscó provocar a los estadounidenses en la frontera norte. Los yanquis respondieron a estos incidentes haciendo ingresar en forma irregular a tropas propias buscando atrapar al líder del interior. Los soldados invasores, al mando del General John Pershing (1860-1948) intentaron encontrarlo sin lograrlo. El uniformado se convertiría luego en héroe de la primera guerra mundial.
En la zona sur, por el contrario, Zapata actuaba como un Gobernador sin título. No solo era un líder popular, sino que además actuó en consecuencia devolviendo tierras a quienes habían sido estafados por las oligarquías latifundistas y prestamistas.
Al tiempo que las tropas de Carranza, con el apoyo de Estados Unidos quemaban cosechas y mataban a familias completas por no alinearse con ellos, Zapata reconstruía puentes, esenciales para mantener la actividad agraria. Al mismo tiempo creó escuelas de técnicos con orientación fundamentalmente en las tecnologías aplicadas a las cosechas para mejorar la producción de los campesinos, acompañado todo por una incipiente industria a herramientas que permitieran la salida del atraso a la actividad.
En el campo político instauró democracias municipales, donde en territorios pequeños los propios habitantes llevaran adelante sus conducciones y reclamos. Como ello iba a acompañado de un fomento de la alfabetización pública, los intelectuales empezaron a mostrar respeto aunque su predominante condición de urbanos los llevaba a guardar cierta distancia de Zapata.
Hacia un final trágico.
La revolución mexicana encara su última parte con un grado de violencia que la ha hecho distintiva. A diferencia de otras circunstancias similares de agitación política en el continente, en México no solo morían las personas de a pie sino también los líderes.
Como Carranza había logrado un importante dominio territorial en el centro y norte del país llamó a una asamblea constituyente para ordenar políticamente a la nación. En septiembre de 1916 comenzó a sesionar en Querétaro. Los constituyentes introdujeron importantes reformas a la Constitución de 1857. Los seguidores de Álvaro Obregón (1880-1928) impulsaron modificaciones en el campo de la educación pública (donde le quitaban el dominio hegemónico a la Iglesia Católica Romana), en la propiedad de la tierra, en los derechos de los trabajadores (fundamentalmente obreros), la administración de municipios y comunas y la libertad religiosa que al igual que en el caso de la instrucción pública se abría un nuevo espacio en disputa.
El 5 de febrero de 1917 se promulgó la Constitución y el 10 de mayo Carranza fue elegido presidente. Allí comenzó el plan para desactivar a Zapata que seguía insurrecto en el sur. Allí comienza una red de disputas que terminarán con el asesinato del líder campesino.
Emiliano Zapata, a sus 39 años, seguía siendo en el sur del país una figura incómoda para el gobierno central. Por eso instrumentan con participación de agentes estadounidenses un plan para asesinar al líder campesino. Para ello se valieron de una trampa pensada desde Washington. Jesús Guajardo (1892-1920) será el traidor que permitirá instrumentar la trampa mortal.
Guajardo le manifiesta por medio de emisarios a Zapata que, si él se levanta contra el gobierno de Carranza, él lo seguiría. Como el líder sureño desconfía, toma prisioneros a cincuenta soldados federales a los que fusila una madrugada. Esa muestra “de fidelidad” es lo suficientemente fuerte como para que acceda a una entrevista personal.
El 10 de abril de 1919, Zapata se acerca a la hacienda de Chinameca donde lo espera Guajardo. Los zapatistas acampan a una distancia prudencial y el líder rebelde se acerca con una custodia de diez soldados campesinos. Nada le hacía presumir lo que vendría. Cuando ingresó a la estancia el guardia lanzó un grito como de honores, lo que hizo confiar a los visitantes los instantes suficientes como para ser acribillados por distintos tiradores previamente apostados. El cuerpo de Zapata recibió veinte balazos de escopeta de distintas direcciones. Escasamente alcanzó a tomar su pistola, pero no llegó a disparar. El cobarde asesinato se había concretado con el ardid de Guajardo.
El traidor terminó fusilado en 1920 por oponerse al presidente Adolfo de la Huerta, mientras que Zapata fue reemplazado por Gildardo Magaña Cerda (1891-1939) aunque no logró sostener la fidelidad que el pueblo manifestaba a la víctima del asesinato. Un año después el zapatismo se uniría al Plan de Agua Prieta para derrocar a Carranza.
Carranza se mantenía en el poder con un guiño de Estados Unidos, pero no solo no controlaba todo el territorio del país, sino que además el equilibrio de fuerzas enfrentadas impedía que el poder quedara estabilizado. Cuando el presidente quiso postergar las elecciones de 1920 se dieron manifestaciones públicas y levantamientos populares. Se levantaron Sonora y Guerrero y la respuesta del Gobierno federal fue una dura represión que aceleró el Plan de Agua Prieta.
En ese pacto acuerdan derrocan a Carranza, al que matan el 21 de mayo de ese año en Tlaxcalantongo mientras dormía en una tienda de campaña. Estaba huyendo hacia Veracruz en un desesperado intento de establecer una nueva sede de gobierno para resistir. Con él se había llevado incluso parte del tesoro nacional.
En forma inmediata el Congreso nombra como presidente provisional a Adolfo de la Huerta, que había sido parte del gobierno del mandatario derrocado y se había convertido en el jefe de la rebelión. En pocas semanas llamó a una nueva elección que terminará ganando Álvaro Obregón, figura de la Constituyente ya que sus delegados presentaban propuestas progresistas.
Como presidente Obregón estuvo acompañado de Plutarco Elías Calles en el Ministerio de Hacienda, Adolfo de la Huerta (jefe del derrocamiento de Carranza) como Ministro de Interior y José Vasconcellos en el Ministerio de Educación, un auténtico referente en el área. La acción ejecutiva del nuevo Gobierno ejecutó mejoras sustanciales.
Aumentaron los salarios, se construyeron más escuelas y bibliotecas públicas, se editaron más periódicos gracias al mejoramiento del nivel de lecto-escritura de la población en general. No solo se desarrolló la Instrucción Técnica, sino que además se activó el muralismo que dio paso a un nacionalismo cultural.
La legislación agraria creó un nuevo espacio que fue distintivo en México. Se repartieron 1,5 millones de hectáreas a campesinos indigentes o damnificados por las estafas de los latifundistas. Estos últimos, junto a los terratenientes y la Iglesia Católica Romana (ICAR) crearon las Guardias Blancas que eran fomentadas desde el Vaticano junto a la oligarquía local. Los cristeros fueron subversivos que pusieron bombas y mataron a familias inocentes utilizando como grito de batalla la frase “¡Viva Cristo Rey!” y “¡Viva la Virgen de Guadalupe!”. Los católicos fanáticos pasaron a ser la punta de lanza de la presión internacional en un contexto pos Primera Guerra Mundial en donde la Revolución Rusa empezaba a ser un caso testigo que temían se expandiera también en la frontera de Estados Unidos.
La banca internacional, controlada por Wall Street y la Casa Blanca comenzaron a ahogar a México restringiendo los pagos por regalías petroleras. El presidente Obregón mantuvo un encuentro cumbre con funcionarios estadounidenses. En lo que se llamó la Conferencia de Bucareli, los latinos cedieron derechos inusuales a los yanquis. Esto despertó una reacción interna en el propio Gobierno y medio centenar de generales se sublevan. Entre ellos estaba Adolfo de la Huerta, quien había sido uno de los constructores del armado político.
Obregón los reprimió con toda dureza y quiso dejar sentado que era él quien mandaba. Por eso, una vez capturados fueron fusilados 54 generales y oficiales de otras graduaciones. De la Huerta se fugó a Nueva York donde permaneció escondido.
El presidente logró imponer como su sucesor a su delfín, Plutarco Elías Calles (1877-1945) quien entre 1921 y 1924 siguió profundizando la reforma agraria, entregando 3,1 millones de hectáreas. En la gestión logró el apoyo de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) y también de los resistentes zapatistas.
En 1923, aunque en forma lateral, Pancho Villa seguía siendo un personaje de referencia para el pueblo mexicano. El presidente Plutarco Elías Calle lo veía como una amenaza latente y por eso con apoyo estadounidense planeó su eliminación. Por eso le pagó al coronel Lara $ 50 mil pesos oro en un dinero que muchos creen que salió de la Embajada norteamericana. Además, le prometían el ascenso a General si mataba al líder popular. No era la primera ni la última vez que los ascensos en el escalafón militar estaban ligados a estos asesinatos por pedido.
Agentes del gobierno y extranjeros comenzaron a sembrar las calles de Chihuahua de agentes que seguían palmo a palmo los recorridos de Pancho Villa, que se movilizaba en un Chevrolet de la época cambiando siempre de recorrido, pero no de puntos a los que iba. En una de esas instancias tuvieron la confirmación de que asistiría a una fiesta familiar.
En algunas ocasiones manejaba el propio Villa, como fue el caso del trágico 20 de julio de 1923, cuando decidió tomar las riendas de su vehículo. Al andar por las calles siempre era saludado por las personas porque era un personaje popular, querido y respetado. Era muy común que la gente gritara vivas al líder.
Rumbo a su destino podía tomar dos caminos alternativos por lo que los sicarios habían sembrado de tiradoras las dos posibilidades. En uno de esos recorridos, que a Villa le gustaba porque podía tomar velocidad ya que tenía 500 metros en línea recta por la calle Benito Juárez, al llegar a la esquina de Gabino Barreda tuvo que bajar la velocidad para doblar y allí fue el encuentro con los asesinos. Unos metros antes, un falso paisano tenía que gritar “Viva Villa” una sola o dos veces dependiendo de si fuera adelante o atrás. Desde distintas ventanas y terrazas de casas de un piso le dispararon con distintas armas.
En el cuerpo de Villa se encontraron dieciséis disparos que correspondían a rifles M-40, M-50, calibres 44, 45 y 50 lo que denuncia que eran más de uno los que disparaban. Era una verdadera trampa mortal en la que también perdió la vida su custodia sin tener chances de reaccionar a tiempo.
El imperialismo yanqui se caracteriza por ser cruel con sus víctimas y por eso Iósif Grigulevich publicaría una investigación en 1988 en la que denunciaba que en 1923 la tumba de Pancho Villa fue decapitado y su cabeza vendida al empresario de medios de comunicación William Randolph Hearst que exhibía su cabeza como un trofeo privado. Para ello le había pagado u$s 5 mil dólares al sicario estadounidense Handal, de quien no se conoce el nombre de pila.
Lentamente la revolución fue perdiendo densidad y cerró una etapa. Recién la llegada de Lázaro Cárdenas a la Presidencia en 1934 daría un nuevo impulso a lo que hizo característico a México durante gran parte del siglo XX.
BIBLIOGRAFÍA
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