Por Pía Paganelli
El pasado sábado 8 de agosto, el obispo español Pedro Casaldáliga murió a los 92 años en San Pablo, luego de pasar casi toda su vida en su patria adoptiva, San Félix de Araguaia, en el corazón de la región amazónica brasileña, en donde desarrolló toda su labor religiosa, política y literaria. En un Brasil a travesado por un gobierno de ultraderecha, antihumano y genocida, a causa de un presidente que opta por desconocer, entre otras cosas, los efectos devastadores de una pandemia en un país tan desigual y de dimensiones continentales; el recuerdo de la figura humanista de Casaldáliga se impone como paradigma de liderazgo político y espiritual, no solo dentro de ese país hermano, sino también para toda nuestra América.
Casaldáliga llega a Brasil en 1968, en plena dictadura militar, para instalarse definitivamente en la conflictiva región de San Félix de Araguaia en 1970, donde un año más tarde es consagrado obispo (cargo al que renuncia en 2003). La experiencia del Tercer Mundo es una marca indeleble en su militancia y producción literaria (más de 30 libros de poesía, autobiográficos, escritos políticos y cartas pastorales), que se desplaza de una literatura de tipo religioso intimista, producida en España, hacia otra que politiza lo religioso; conversión que ya se observa en su primer libro de poemas escrito en tierra amazónica: Clamor Elemental (1971). Además de la experiencia pastoral en una de las regiones más conflictivas del Brasil, por la dimensión estratégica de sus recursos naturales, su trayectoria se vio profundamente atravesada por las ideas de la Teología de la Liberación Latinoamericana, surgida en los años 1970, luego del Concilio Vaticano II (1962) y, específicamente, luego de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín (1968), cuyo documento subrayó la opción de la iglesia latinoamericana por los pobres y consolidó dicho proceso a través de la constitución de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), que dieron espacio para que los pobres tomaran la palabra.
“Todos los grandes proyectos acaban siendo etnocidas, en esta Amazonia legal. Y todos ellos, como los grandes crímenes, se fraguan en silencio.” Esta frase que Casaldáliga escribe en 1983, en uno de sus libros autobiográficos (y que resuena, tristemente, tan actual), sintetiza el carácter de sus cavilaciones políticas, poéticas y pastorales. A comienzos de la década de 1970, el gobierno militar brasileño implementó una política de ocupación de la región amazónica a través de la promoción de proyectos de colonización y agropecuarios que favorecieron al gran capital extranjero con grandes extensiones de tierras e incentivos fiscales para expandir las nuevas fronteras agrícolas, lo que redundó en una masiva expropiación de tierras de los habitantes originarios. Casaldáliga denunció estos abusos tres años más tarde de su llegada a la región, con una carta pastoral famosa, “Una Iglesia de la Amazonia en conflicto con el Latifundio y la Marginalización Social” (10 de octubre de 1971), en donde subrayó la responsabilidad del gobierno militar por la destrucción de los Parques indígenas del Araguaia y del Xingu.
Cabe señalar, además, que la región del Rio Araguaia fue la que vio nacer a la guerrilla rural más combatida por la dictadura brasileña, entre 1967 y 1974, fundada por militantes del Partido Comunista de Brasil (PCdoB). Muchos de los cuales aún permanecen desaparecidos, amparado por la Ley de Amnistía (1979), aún hoy vigente, que ha permitido que no se juzguen los crímenes de lesa humanidad cometidos por los militares en ese período. Se trata, por lo tanto, de la región que concentra mayor número de conflictos por la tierra y mayor violencia contra los trabajadores rurales en Brasil. Frente a este contexto, Casaldáliga fue uno de los principales promotores del Consejo Misionero Indígena (CIM) y de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), fundada en 1975 para dar respuesta a los graves problemas que sufrían los trabajadores rurales, inicialmente en la zona de la Amazonia, pero que luego se extendió a todas las regiones del país. Frei Betto afirmó: “La CPT, que acompaña los conflictos sobre tierras desde 1985, registra que, desde aquel año hasta 2010, 1580 personas fueron asesinadas en el campo. De los asesinatos, apenas 94 fueron juzgados y condenados” (Betto, “Brasil rural: matar e desmatar” ,2011).
Casaldáliga fue un gran defensor del indígena y del afrodescendiente (a quienes les dedicó dos misas musicales A Missa da Terra sem Males y A Missa dos Quilombos), militó a favor de la reforma agraria, y fue un profundo crítico del latifundio, desde los preceptos marxistas, aún durante la democracia en Brasil; lo que le valió un sin número de amenazas de muerte por parte de los terratenientes locales. En la medida en que, en democracia, la reforma agraria fue una de las grandes deudas históricas del Partido de los Trabajadores (PT), que, contradictoriamente, surgió de las experiencias de organización política de las CEBs: “Una reforma agraria real sólo puede arrancar de la tierra: de las bases populares del campo. Pero será para toda la humana ciudad. No basta ya sólo la “alianza campesino-obrera” sino el bloque hermano popular campo-ciudad. La gran clase popular, politizada, organizada, conmilitante. La democracia del pueblo, que es la única verdadera democracia” (Casaldáliga, 1983).
Además de haber luchado de manera inclaudicable por los derechos de los excluidos en Brasil, manteniéndose fiel y coherente al voto de pobreza durante toda su vida, Casaldáliga abrazó una mirada regional del fenómeno político, por lo que fue un gran defensor de los procesos revolucionarios latinoamericanos, a los cuales les dedicó muchos de sus versos. Sus viajes por Centroamérica, luego del triunfo de la Revolución Sandinista, lo volvieron un profundo defensor del ideario de la Patria Grande, tal como se observa en su libro El vuelo del Quetzal. Espiritualidad en Centroamérica (1989): “Y serás tú, por fin, la Patria Grande,/India, negra, criolla, libre, nuestra,/un Continente de fraternos Pueblos,/del Río Bravo hasta la Patagonia./Banqueros, dictadores y oligarcas / engrosarán el polvo del olvido. / No pagarás la deuda que te hicieron. / No aceptarás más multinacionales/ que Dios, la paz, el mar, el sol, la vida […]” (“Soneto libre a la Patria Grande”, 1989).
Ideas que vuelven una y otra vez, a pesar de parecer derrotadas, a demostrarnos en América Latina, que la religión tiene mucho para aportar a la mística y espiritualidad como motores necesarios del hombre en la conducción de procesos empancipatorios. Tal como lo defendió Casaldáliga a lo largo de su vida, y como lo hizo, también, desde el marxismo, años antes, otro gran paradigma de liderazgo político latinoamericano, José Carlos Mariátegui. Lo que nos permite pensar que el diálogo entre marxismo y cristianismo, en América Latina, aún no ha escrito su último capítulo.
Pía Paganelli es autora del libro P(r)o(f)etas del Reino. Literatura y Teología de la Liberación en Brasil (Imago Mundi, 2015) y coordinadora de la Cátedra Libre de Estudios Brasileños (Facultad de Filosofía y Letras, UBA).