Por Dr. Alberto Carli
Hemos escuchado a una gobernadora diciendo frente a un auditorio del Rotary que “todos aquí sabemos que los pobres no llegan a la universidad” y tuvimos noticias de la decisión de las autoridades de la Ciudad de Bueno Aires de cerrar los secundarios nocturnos.
No puedo menos que ser autoreferencial y recordarme exucusándome, avergonzado, a los doce años frente a mi profesora de Historia del Nicolás Avellaneda y a mis compañeritos que se reían pensando que lo que había dicho era una hábil manera de ablandar a la “profe”. Dije que no había podido estudiar porque “el sueño me venció la noche anterior”, lo que era estrictamente cierto ya que trabajaba de 14 a 20 horas como cadete. O estudiando por las noches, en la cocina pegada a las vías del tren, en el inquilinato de Villa Crespo en la calle Humboldt.
Estudié con ahínco y a los 23 años me recibí de Médico. Ahora que soy un anciano profesor jubilado no puedo menos que asombrarme por el mundo en que vivo y por las actitudes de aquellos a quienes mis compatriotas han delegado la responsabilidad de conducir nuestro país, nuestros destinos como Nación.
Esa responsabilidad en la conducción implica una actitud reflexiva, una mirada piadosa hacia quienes no se han favorecido por las condiciones de vida que les han tocado y se ven obligados a estudiar en un secundario nocturno.
No me sería tan extraño si utilizara las herramientas de análisis con las que la cultura me ha enriquecido a lo largo de mi ya larga vida.
La gente que ahora nos gobierna (aquellos que “saben” que ningún pobre llega a la universidad o que concurren a universidades que de tales sólo tienen el nombre) nunca tuvieron hambre o frío, nunca esperaron un colectivo o un tren a las once de la noche, ni caminaron veinte cuadras hasta su casa prefabricada, con paredes de madera y techo de chapa, ni tuvieron que cruzar una calle inundada con el agua hasta la cintura para acceder al calor hogareño. No.
Tampoco conocen lo que es pasar el día con un panqueque con dulce de leche como almuerzo. Pero tampoco han tenido el orgullo de recibirse a los veintitrés años, ganar tres premios de Medicina y uno de literatura, haber escrito y publicado cinco libros como único autor y co-autor en otros siete, haber dirigido doce tesis de maestria y/o doctorado, haber presentado más de cientoveinte papers, llegar a un magister y un doctorado y, al fin, jubilarme como Docente-Investigador Categoría I y Profesor Consulto Adjunto (UBA) y Consulto Asociado (Univ.Nacional de Luján). Lo que no logré, y lo lamento todavía, fue ser Campeón del Fútbol argentino. Algunos curiosamente se jactan de haberlo logrado, aunque como presidente de un club (olvidando que los que los ganan son los jugadores y su DT y no la dirigencia, que se queda con una parte económica de los pases, Bermúdez dixit).
El necesario y obligado modo autoreferencial del presente está impulsado por la bronca, la misma fiereza que me ha empujado a lo largo de mi vida y hace que esté harto de la estupidez, de la soberbia (rara palabra que sirve para designar a alguien superior y a alguien tan vacío que hasta ignora lo injustificado de su sentir).
No. Nadie “sabe” que ningún pobre accede a la universidad. Yo he visto chicos pobres, con padres sin educación formal, venir a la universidad con sus ropas de chicos pobres de hogares pobres, con el cansancio en sus cuerpos, con sus caras que nos hablan de su falta de alimento adecuado, de un descanso reparador.
Todavía recuerdo (los viejos “siempre recordamos”) a aquel chico preguntándome “profe: ¿a usted le parece que yo puedo estudiar Psicología?”. Y yo contestándole (y conteniendo mis ganas de abrazarlo) “pero usted (nunca tuteo) llegó hasta acá, no debe ser estúpido, usted puede estudiar lo que se le cante”. El necesitaba que yo le confirmara aquello que, por ser muy joven, él sentía como una intuición, “de lo que están hecho los sueños” (Shakespeare dixit).
Lo que esta gente no sabe es sobre la fiereza, el dolor, la rabia que se tiene como motor cuando se es pobre. Lo que ignoran es lo que se siente cuando uno tiene hambre. Un hambre que no sólo es de comida, también de respeto y de saberes, de todo aquello que nos hace humanos, una posesión que les es negada a los pobres, los que nada tienen, sólo sus carencias.
Pues bien, esta nota está dirigida a aquellos que estudian de noche, los fines de semana (cuando otros se divierten), los feriados, a los que fatigan su juventud en la búsqueda que los enaltezca, los haga sentir mejores (porque “son” mejores), a los que no creen aquello de la “meritocracia”, no hay mérito alguno en tener mejores resultados si uno en la largada está varios metros por delante. Pero también es una nota para aquellos que se enorgullecen de “no deberle nada a nadie”. Eso es falso. Si alguien con esfuerzo logra objetivos es porque hay un colectivo (el Estado) que le ha creado las condiciones para que sea posible su sueño.
Yo pude estudiar porque en 1949 el gobierno peronista de aquellos años decidió que la universidad nacional fuera no arancelada. Lo demás es otra historia.
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Muy buena nota del Dr. Carli!!!
A partir de la modernidad industrial, el mundo occidental judeo-cristiano ha estado atravesado por la ideología meritocrática. Ideología individualista del “self made man”. Ilusión de omnipotencia infantil promovida perversamente por el capitalismo de fines del siglo XIX comienzos del XX. “El que es pobre, es porque no hace el esfuerzo suficiente para dejar de serlo”. Ideología culpógena y aplastante al servicio de la legitimación de las desigualdades sociales convertidas en falta de esfuerzo o en cuestiones de destino. Reificación de la pobreza. Para esta ideología solidaria con el capitalismo, el pobre es pobre no sólo porque quiere serlo sino porque hay algo en su “naturaleza” que le impide acceder a determinados bienes, en este caso a la educación superior.
Dices, cito “promovida por el capitalismo”… Innegable, pero no nace con el capitalismo, ” el individualismo es el pilar central del cristianismo”, por ende el imperialismo y el fascismo eran cuestión de trámite. Ver “el tal Pacto De Abraham”, que no es más que el expolio y por consiguiente “la guerra – hasta el día de hoy – en la tierra de los ríos de leche y miel”… Del basta con tener un granito de mostaza de fe, pasando por ” a Dios rogando y con el mazo dando”, reforzados por “la paja de la meritocracia”, hasta desembocar en “mata que Dios perdona”, si es “to make a killing”… Extraña expresión que traducida literalmente nada tiene que ver – literariamente hablando – con su significado real. TO MAKE A KILLING suena a metáfora maquiavélica, hipócrita y mojigata. Hasta aquí sin olvidar que proviene de eso que llaman ” pensamiento insular”
Faltan los botones de compartir.
El grave problema de la pobreza es que desde el mismo embarazo el nuevo ser que está gestando viene con marcadas deficiencias y hasta carencia, hasta el grado de tener atrofiados algunos centros cerebrales, de aquí en gran medida “el alto índice de deserción escolar entre niños pobres”, pasando por “la compulsión a la violencia, y hasta las sociopatía y psicopatía
Previa diferenciación entre una deficiencia que provoca un mal funcionamiento y una carencia que es la ausencia – en este caso – de un centro cerebral, en el caso de un psicópata ” la ausencia de neuronas espejo que son las que permiten la emparia”