Por Ángel Saldomando
No es grato volver a estos temas áridos, sin embargo, nos interpelan.
La próxima y posible firma del acuerdo comercial (nada es seguro) entre la unión europea y el Mercosur abrió una dura polémica en Europa, con conflicto sociales de por medio, y de este lado una espera expectante. Es un acuerdo largamente trabajado en términos temporales y de contenido (1995 – 2019) pero que no logra dar evidencia sobre sus beneficios y si estos serán compartidos y generalizados. Algunos lo califican de “acuerdo vampiro” apenas salga a la luz será destruido. La discusión sobre el acuerdo y sus implicaciones sin embargo van más allá, iluminan crudamente las dinámicas económicas y políticas en ambos lados del atlántico más allá de discursos políticamente correctos: libre comercio, integración económica, crecimiento y progreso para todos. En la realidad hay ganadores y perdedores y dinámicas condicionantes que sin estrategias propias reduce las posibilidades de obtener los beneficios esperados.La polémica desatada es sorpresiva. La firma del acuerdo parecía inminente y sin obstáculos conducida por la comisión de la unión europea, de este lado las lapiceras estaban listas, principalmente la de Brasil. Pero la fiesta se frustró. En Europa aparentemente había consenso, pero los movimientos sociales de agricultores en Francia rompieron las apariencias. No solo salieron a la calle, además lograron que el congreso votara por mayoría contra el acuerdo aun si el voto no es vinculante, Los países con sectores agrícolas aun importantes (Francia, España, Italia, Polonia) temen que el Mercosur los invada, con productos no alineados con las normas que a ellos les exigen, más baratos y en grandes volúmenes, Los países con liderazgo industrial, principalmente Alemania ven en el acuerdo un respiro para sus deprimidas economías. Principalmente en bienes de capital y automotriz. El problema de Europa sin embargo es que se alineó con la apertura, la globalización y el traslado de sus industrias a países de bajas normas ambientales y mano de obra barata, para mantener su dinamismo exportador. Esa bonanza se ha acabado. China ha dado vuelta esa tendencia, la disputa con Rusia terminó con la energía barata y la unión europea no tiene un esquema de reemplazo para su modelo productivo en el marco de una creciente tendencia a las dinámicas proteccionistas, entre Estados Unidos, China Y Europa. De este lado las cosas están igualmente agitadas. Brasil es sin duda el más interesado en el acuerdo, Argentina se ha distanciado de China pese a que es su principal mercado y quiere privilegiar la alianza con Estados Unidos en vez de Europa. Uruguay, Paraguay y Bolivia están a la espera de lo que ocurrirá. Lo que destaca es la poca transparencia y la reducida visión de conjunto.
El acuerdo multilateral es amplio y de varios niveles, es un acuerdo comercial, posee normas ambientales y políticas, si un país no las respeta, sería sancionado. Por ejemplo, en cuestiones ambientales o democráticas. En su versión amable se le ve como geo comercial, valorando mercados diversos, geopolítico, favoreciendo el multilateralismo como espacio intermedio entre China y Estados Unidos y como geo ambiental extendiendo normas ambientales no incorporadas en terceros países (control de deforestación, pesticidas, etc.)
En la realidad estas dinámicas son más formales que reales, de difícil aplicación y verificación, pero sirven para ser esgrimidas según convenga. Los grupos económicos europeos y los de este lado no son nada confiables en estos aspectos, pruebas hay de sobra. Sin embargo, a la luz de la experiencia, los tratados multilaterales, bilaterales y de libre comercio que se han incrementado en la región desde 1990 hasta ahora no han producido los beneficios esperados. Los países con más tratados son México, Brasil y Chile, Argentina está en una posición media en la lista de países. La cuestión de fondo es que la dinámica de tratados buscando estimular exportaciones han profundizado esencialmente la especialización en materias primas y productos primarios. Han generado poca integración con la economía interna, bajo empleo y diversificación de productos y mercados. Todo lo contrario del discurso pro tratados y pro exportaciones. La bonanza de precios internacionales que se conoció hasta 2015 y que comenzó a disminuir luego, favoreció captura de renta y las arcas públicas, pero redundó sobre todo en explotación intensiva de algunos productos más que ampliación de mercados y mercancías. Pasada la bonanza se vuelve a vegetar en las antiguas limitaciones.
Los ganadores y perdedores se encuentran de ambos lados del atlántico. Los pequeños y medianos productores agrícolas y las empresas de igual condición. De nuestro lado las economías locales. Las más vinculadas al mercado interno y por otro lado las que más sufren de la desregulación de sus sectores. También, el tratado supone el acceso a mercados públicos nacionales por empresas extranjeras, una doble amenaza para los mercados internos, sobre todo los nuestros. Los países de estos lados tienen pocas posibilidades de competir en esos espacios en los países europeos. De ambos lados del tratado el agro negocio y los grandes grupos son los principales beneficiados y tendrán la hegemonía. Aumentan su capacidad de condicionamiento de políticas internas y sobre los arreglos internacionales. Los tratados sin estrategias previas de integración interna y prioridades nacionales son derivas lideradas por agentes económicos desprovistos de toda visión nacional o de integración regional, prima el mercantilismo más estrecho. Además, privilegia la integración hacia afuera vía exportaciones y hay pocas dinámicas hacia aumentar la integración regional y la densidad de las economías nacionales y locales. Los que sueñan con que sus productos llegarán al mundo descubrirán que el embudo es muy estrecho.