ESPERANDO EL COLECTIVO

Por Beatriz Kennel.

A duras penas. Unos segundos. Minutos acaso. El colectivo llegará. La gente hace cola en la parada esperando. La tarde está pesada en un Diciembre que no termina de definirse como verano, primavera, otoño o invierno. Argentina es un silencio de extraños sonidos apagados. La cara de la gente lo delata. No hay sonrisas. Cada uno en lo suyo. Ensimismados. Un joven lidera la fila y mira su celular mientras sostiene una mochila que aprieta contra su cuerpo. Ni una mueca. Solo lo que se supone la lectura de mensajes y un gesto de cansancio, decepción y quieto asombro ya casi familiar. Sin levantar la vista de los mensajes busca algo que lo sostenga en la espera. Resopla y se apoya en el poste de la parada. La chica que le sigue lo mira de reojo mientras estira su cuello espiando si viene el colectivo. Se la ve acalorada- desconcertada- nerviosa. Su negra cartera roída tiene un pullover atado a la correa. Es que la mañana invernal se fue transformando en esta tarde de verano al rayo del sol en la vereda!. ¿A dónde ira? El 128 podría llevarla hasta Valentin Alsina, donde buscará a su pequeño a la salida del Jardín jornada completa que logró conseguir en el Estado. El tiempo se estira cuando una está apurada -está pensando- y el colectivo que no viene…. Hay un señor mayor con un sombrero antiguo en esa fila. Sostiene un maletín de los que ya no suelen verse. Hace un balanceo con el cuerpo que lo obliga a moverlo hacia uno y otro lado. Sucio. Pegajoso. Casi a punto de estallar. (No se por qué me acuerdo del sanguche de milanesa que traía un profesor de Económicas en su portafolio pulcro y brillante). El ceño fruncido. Parece enojado. Algo lo perturba. Es algo que no está ahí. O sí. Quizás adentro suyo. Pero lo lleva a todos lados. El maletín que acompaña el balanceo golpea a una mujer detrás suyo. Se sobresalta y le pide disculpas. La mujer que no miraba nada (o más bien miraba la nada) se interrumpe y ahora lo mira con odio. Pero automáticamente cada uno vuelve a lo suyo. Ella quiere estar en otro lado. Se nota su lejanía, su nada de nada. Tiene el pelo prolijo salido de peluquería. Puedo oler su perfume. Los labios rojos delineados suspiran de cuando en cuando. Cierra los ojos. Parece soñar. ¿Y si tomara un taxi? Se pregunta. Solo va hasta Caballito y el 92 no viene. Pero no están los tiempos para taxis se responde. Corre una suave ráfaga que parece dar algo de respiro. Hay bocinazos de dos autos que quieren doblar al mismo tiempo en la misma dirección. Nadie registra ese hecho. El sol parece estar en su máxima potencia. El portero de un edificio saca una pesada bolsa a la vereda y hace ruidos al arrastrarla. Pero aun así se sigue sosteniendo la tensa calma inquietante en el ambiente. Miro desde el café de enfrente la escena y pienso. Argentina es un extraño silencio de sonidos apagados en la que todos esperan un colectivo. Un colectivo que no llega porque cada uno está en lo suyo esperando. Con la tristeza o el enojo en el rostro. O la indiferencia. Hay un impasse de espera que agobia sin angustia en estos tiempos. Un tiempo que se dilata y corroe la esperanza y que impide estar atentos. Un tiempo sin espera es un tiempo peligroso en el que si perdemos el colectivo quizás un día nos sorprenda haber perdido un último tren.

1 thought on “ESPERANDO EL COLECTIVO”

  1. EXCELENTE RELATO,MUCHAS GRACIAS,MUY REALISTA ASI LO VEO YO,Tristisimo momento ,donde no se dan cuenta que podemos perder el ultimo tren,y despues La Nada,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,Alertas despertemos que solo no se salva nadie,-

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