Por Ángel Saldomando
Estupor y desolación en el sector denominado nacional y popular, exaltación y ánimo de revancha en el espectro político de la derecha. El triunfo de Milei ha revelado duramente un fin de ciclo histórico en la Argentina cuyos costos, líneas de evolución y reacomodamientos son imprevisibles. Las causas del triunfo de una extrema derecha difusa, inorgánica, imponiéndose primero en su propio campo y luego arrasando al peronismo en la segunda vuelta, en parte pueden asociarse con el desgaste gubernamental, los desencuentros y errores del propio peronismo.
Ese análisis no ha comenzado oficialmente, es muy pronto y será difícil asumirlo, pero en los círculos periodísticos, militantes y politólogos afines está en marcha. “El no la vimos venir” sintetiza un manifiesto error de lectura de la realidad, fallo imperdonable en un movimiento político. A lo que se agregan: la situación económica y social degradada, los costos de un gobierno impotente, el desgaste generado por las internas y polémicas, la usura sufrida por el constante asedio mediático y judicial, etc. La lista de lo que se adicionará en la construcción de un análisis de la derrota puede ser larga y con muchas incógnitas sobre sus resultados.
Si bien lo anterior es parte inevitable de todo análisis, sería reducirlo a solo un grupo de factores. Hay que incluirlos en una tendencia más de fondo, el fin de un ciclo histórico que expuso a la clase política a un vacío de propuestas, sino soluciones, estructurales. Una verdadera caja de pandora. Ciclo que termina con un país entrampado por la deuda que dejó la derecha con Macri, alta volatilidad política y alto costo social. El triunfo de Milei en su composición electoral, amplia y transversal a todos los sectores, revela que la gente por las razones que sean decidieron patear la mesa. La derecha más orgánica y el peronismo más estructurado fueron superados por una versión de extrema derecha sin estructura, ideológicamente liberal ultra conservadora, discursivamente demagógica y con dos personajes offsiders pero mediatizados, sin experiencia política y de gestión. Eso salió de la caja de pandora.
El fin de ciclo se puso en evidencia desde la llegada de Macri al gobierno en 2015, en una triple dimensión. El desgaste de la hegemonía de Cristina en el peronismo, abrió paso, sin líneas de recambio, a un periodo de maniobras, reacomodos y traiciones que venían gestándose en todos los ámbitos de sus sectores, desde sindicatos a parlamentarios.
Ellos terminaron por abrir paso a dos opciones, a puertas cerradas, que evitaran la implosión, fruto de la impotencia y la parálisis política, el gobierno de Alberto y la opción por Massa cuando el barco hacia agua por todos lados.
El gobierno de Macri, en su estilo, había ya desmoralizado y ahondado las tensiones, cooptando, persiguiendo, aplicando una política económica que debilitó a los sectores que apoyaron los gobiernos de Cristina. Además, corrió los límites del debate con un cinismo descarado hacia la destrucción del relato dominante, en democracia, derechos humanos y sociales. Milei fue utilizado en esta dirección por los medios de comunicación, a ver si funcionaba, hasta que terminó por tomar su propio impulso. El contexto de una situación socioeconómica disolvente y con el gobierno de Alberto ausente, políticamente hablando, evitando todo conflicto que estructurara posiciones en su campo, con un pésimo manejo de la deuda con el fondo y un “buenismo” paralizante, le allanó el camino. Nos referimos a esto en un artículo anterior. El buenismo, a falta de propuestas que defender, se convirtió en una suerte de ética de comportamiento ejemplarizante a la que se convocaba a la derecha para convivir en las instituciones, lograr gobernabilidad y conciliar posiciones. La derecha pateó la mesa y lo consideraron una debilidad y aumentaron las exigencias. La defensa de la democracia se convirtió en un discurso vacío frente a la sociedad. Por una razón sencilla pero dura. La democracia es un sistema normativo que regula el acceso y la distribución de las fuerzas políticas a las instituciones, ejerce un principio de legalidad y legitimidad, pero no produce trabajo ni inclusión social si no hay proyectos políticos y fuerzas sociales que los impongan.
En esta dinámica, la acción se convirtió en una gesticulación política sin consecuencias y puramente testimonial. La derecha atacó sin pudor los temas de memoria, derechos humanos y sociales sin que ocurriera nada y sin que se respondiera contundentemente. Los reacomodos, los rejuegos políticos, habían hecho su obra: disciplinando políticamente y generando un modo políticamente correcto de evitar conflictos con la derecha sin proyecto reconocible y con efecto positivo sobre la sociedad. La distancia entre esta y la representación política no cesó de agravarse.
Este fin de ciclo en las condiciones que se da, una extrema derecha alzada sobre una coyuntura favorable, volatilidad política y sin línea de recambio en el progresismo abre escenarios de arenas movedizas.
De todos los problemas que tiene el país Milei no puede resolver ninguno y puede chocar contra la realidad y desinflarse en poco tiempo, la cuestión es a que costo. La consistencia del electorado que le dio el triunfo pasará por la dura prueba de verificar sus expectativas y ello es también otra caja de pandora. El fantasma del 2001 parece recorrer de nuevo la escena, en caso de frustración y descomposición mayor. Uno se pregunta de qué caja de herramientas Milei podría sacar soluciones con los planteamientos que tiene.
El oficialismo resistió mejor en las dos cámaras y en gobernaciones el juego está repartido, pero Milei no tiene nada, dependerá de Macri. La forma de gobernar que escoja será central en el desempeño institucional donde puede haber negociación o una crisis de derivas insospechadas. La opinión generalizada es que el voto a Milei no es consistente y puede disolverse rápidamente quedando solo como fuente de legalidad. Algunos asocian este voto a una suerte de modo pasivo de decir “que se vayan todos” a través de un voto castigo.
El peronismo por reflejo y a la defensiva se atrincherará en lo que consiguió conservar, otra cosa es rearmar un proyecto político y un bloque social que sea capaz de movilización. El desgaste ha sido enorme. Las letanías que invocaban antiguos relatos místicos, casi litúrgicos, no alcanzan y están obviamente agotados. Lo que queda del progresismo en este nuevo escenario es también una incógnita.
Un gobierno puede administrar bien o mal, claro, pero administrar que políticas y con efectos es lo que está por verse.