La amenaza está adentro.
Por Daniel do Campo Spada
El General Francisco Javier Arana había sido esencial para la llegada del nuevo gobierno, el primero elegido por el voto popular. Tenía control de tropa y determinado ascendente en distintos sectores del Ejército en base a su vida cuartelera. Eso alimentó aspiraciones que seguramente eran alimentadas por la diplomacia estadounidense y los sectores conservadores que creían más en la mano dura que en una democracia deliberativa. De esta forma, se convertía en una amenaza latente que estaba dentro de la propia estructura de poder. Apoyar en principio a Arévalo, quien tenía buena imagen pero no el poder total, le permitía al militar habilitarse cierta imagen de civilidad ante determinados espacios de la ciudadanía.
Presionado por los sectores antidemocráticos, haciendo un difícil equilibrio, Arévalo accedió a destituir al coronel Francisco Cosenza que estaba al frente de la Fuerza Aérea por orden de Arana que era el Ministro del área. Este era el único jefe con tropa que le quedaba al sector de Jacobo Arbenz quien inmediatamente imaginó que esos recambios habilitaban un inmediato Golpe de Estado. Los historiadores no coinciden si el Presidente estaba o no al tanto o si bien fue un arrebato propio del militar protogolpista.
Esto pareció desencadenarse cuando Arana el 16 de julio le ordenó al propio Presidente que debía cambiar todo su Gabinete por una lista de militares que él le imponía. Arévalo le pidió 48 horas para tomar la decisión y el golpista le puso como plazo las 22 hs del 18 como máximo.
Arévalo llamó inmediatamente a Árbenz y le comunicó la amenaza. El militar democrático armó un plan para secuestrar a Arana y enviarlo al exterior descabezando de esta manera la azonada antinacional que se había puesto en marcha. Cuba, que tenía como Presidente a Carlos Prío Socarrás (1903-1977) estuvo de acuerdo en que le enviaran al rebelde al que mantendría encerrado en la isla.
En forma secreta, la comisión correspondiente del Congreso de Guatemala decidió destituir a Arana como Jefe de las Fuerzas Armadas. Sabían que el exilio forzado y la destitución iba a acelerar los tiempos y si había un segundo a cargo, se podría dar un intento de Golpe militar. Las horas corrían y en la mañana del 18 de julio, día en que vencía el plazo que le había dado al Presidente, el golpista se presentó en el Palacio Presidencial y le anunció que iba a allanar su residencia en busca de armas que habían retornado de un envío que Guatemala le hizo a quienes querían derrocar al Presidente dominicano Rafael Leónidas Trujillo (1891-1961). El envío había sido incautado en un puerto mexicano y devuelto a los guatemaltecos.
Por mostrar su poder e impunidad, Arana se puso en evidencia porque al anunciar que iba hacia la Quinta de El Morlón, que era donde vivía el Presidente, quedaba a la vista su recorrido. Además que Arévalo le permitiera llevarse a su custodio, el coronel Felipe Antonio Girón con él, fue interpretado por el golpista como un triunfo cerrado, como una especie de cesión del poder. No imaginaba, confiado en su poder, que eso era una forma de encerrarlo. Ni bien partieron del Palacio, el primer mandatario llamó a Árbenz, quien inmediatamente puso en marcha su plan.
Dos autos con hombres armados partieron al cruce de la comitiva de Arana. Al frente de los defensores del Presidente iban el Jefe de la Policía, el Teniente Coronel Enrique Blanco y el Diputado del PAR, Alfonso Martínez que no solo era un militar retirado sino que además era un fiel aliado de Árbenz.
En el trayecto debían atravezar el puente de La Gloria, lugar ideal para evitar una fuga ante el estrechamiento del camino, ya que la Quinta estaba en las inmediaciones del Lago Amatitlán. Un coche gris se les cruzó y comenzó un fuerte tiroteo con un resultado fatal. En el interior de sus propios vehículos fallecieron el propio Arana, el teniente coronel Blanco y Absalón Peralta que no solo era su asistente sino además junto a Barrios parte de la mesa chica que había diseñado el Golpe en marcha.
El hecho durmió las intenciones golpistas y allí comenzó una tarea de inteligencia para descubrir quiénes eran los complotados porque quedaron como amenaza latente. Algunos de ellos actuarán en la invasión estadounidense cuando en 1954 derrocaron a Árbenz. Quien mantuvo en forma secreta las redes fue Carlos Castillo Armas (1914-1957) que será el dictador que interrumpirá la democracia.
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