Por Ángel Saldomando
Un estallido social de por medio que vomitó el malestar de 30 años de gestión del modelo social neoliberal, un arreglo político entre partidos políticos que busca una salida a la crisis cediendo el cambio de constitución heredada de la dictadura, un plebiscito a favor del cambio de constitución, una elección para una convención constituyente favorable al progresismo, un rechazo mayoritario a la nueva constitución propuesta, nuevo pacto político en favor de una elaboración de constitución controlada por un comité experto salido de los partidos y un consejo constitucional recién electo que da al partido derecha opositor al cambio de constitución la mayoría en el consejo…
Da que pensar en la salud mental de la sociedad chilena, según algunos, otros quedan estupefactos, el progresismo traga grueso su derrota balbuceando generalidades sobre la democracia y la derecha celebra el retorno de su orden o la posibilidad de condicionarlo como siempre.
Esta oscilación caótica del país, iniciada en 2019, de tumbo en tumbo y a la vez obsesionado por la pérdida de la estabilidad conservadora, muestra las dos caras del proceso de descomposición en cámara lenta del modelo social post dictatorial. Por un lado, el partido del orden, ese pacto intra elites transversal de la concertación a la derecha que aseguró la gestión del modelo económico liberal y el alto control social que impuso, se desintegró. Y la caída libre de los partidos y el personal político que lo estructuró no tiene hasta ahora reemplazo. Los intentos de remedos solo han sido eso, remedos. El pacto por la paz de diciembre 2019, la convención constituyente aceptada a regañadientes, el grupo de expertos, el consejo constitucional que la sustituyó, son intentos de las élites de crear condiciones para recomponer el pacto y la estabilidad. Pero las fuerzas centrifugas desatadas por el estallido social siguen liberadas, aunque no conducen a estructurar una salida. La derecha anti-todo, salvo su orden, reducida al silencio por un momento y obligada a aceptar el eventual cambio de constitución se atrincheró en torno a los temas de orden y de seguridad, pero no tiene nada que proponer que no sea más de lo mismo. Los partidos centristas ejes del pacto están en su mínima expresión y la credibilidad de las instituciones, de los partidos y del propio modelo social están casi en cero, tal es la desconfianza y el escepticismo de la sociedad.
Por otro lado, nadie tiene un itinerario, un proyecto consistente de salida de la descomposición lenta del modelo y tampoco la fuerza y credibilidad necesarias. Los partidos y el personal político forcejan y se debaten en los pasillos institucionales dando un espectáculo de impotencia y de intereses particulares frente a una opinión desencantada. La reimposición del voto obligatorio fue la hoja de parra con que han cubierto su desnudez obligando a la ciudanía a llenar la galería de las elecciones, pero los números no dan. Aunque por un tiempo sirvan para alimentar los titulares y ocultar la ausencia de salidas de fondo. Las razones de esto son de peso, el modelo económico tocó fondo. Recursos naturales, consumo a crédito más asistencialismo, base del modelo, no responde a las demandas en educación, salud, redistribución del ingreso. El país entró en crecimiento bajo con inflación relativamente contenida, el endeudamiento familiar y la pobreza están creciendo y las reivindicaciones de nuevos derechos, aunque fragmentadas están presentes y será difícil volverlas a meter en la camisa de fuerza del control social.
Los resultados de la elección al consejo constitucional que dan ganador al partido republicano de Kast, amigo declarado de Bolsonaro y defensor del legado dictatorial no pueden ocultar que pese al voto obligatorio que impuso la participación, obtuvo más o menos, los votos tradicionales de la derecha, (31,45%. Su éxito aparece sobredimensionado por la debacle del centro, (8,95%), la democracia cristiana en particular, la derecha más tradicional (21,7%) y la pobre votación de la coalición de gobierno (28,50%). Por su parte, el escepticismo, del voto nulo, blanco y de abstención, (21,48%) reflejó una sociedad que no se siente convocada ni representada. Estos porcentajes se refieren a la participación en el evento, a lo que debe agregarse que 18,5 del padrón no se presentó, lo que llevaría el guarismo de los no participantes bajo una u otra modalidad a 39,98%
La coyuntura electoral recién pasada no es más que un avatar de las arenas movedizas en que está atrapado el país, hasta el próximo tumbo. En ausencia de proyectos políticos y fuerzas consistentes la descomposición del modelo social heredado seguirá su danza en cámara lenta.