Por Daniel do Campo Spada
El 1 de mayo no es el día del trabajo sino “el día de los trabajadores”. El armado sintáctico es profundamente distinto desde lo semántico. Los millones de trabajadores (obreros, empleados, intelectuales, etc.) que han perdido la vida en la lucha de los derechos básicos merecen su reconocimiento en pleno, evitando que palabra “bellas” terminen desdibujando el verdadero homenaje. Los mártires de 1886 en Chicago han tenido millones de hermanos en un derrotero que está lejos de haber terminado en medio de sociedades imperfectas y profundamente injustas. El 1 de mayo de aquel año cerca de 20.000 personas se juntaron pacíficamente en la Plaza de Haymarket en aquella industrial ciudad estadounidense que fueron a reprimir cerca de dos centenares de policías que comenzaron a disparar contra la gente indefensa que veía sorprendida en un hecho inesperado. Aunque las crónicas de la época aducen que los manifestantes había arrojado una bomba molotov contra los uniformados eso jamás se pudo determinar aunque sí fue un hecho empírico comprobable que los represores iban “muy preparados” para la acción con un importante arsenal a pesar de su reducido número de efectivos.
El 21 de junio de 1886, la causa que fue repartida en 8 juzgados terminó juzgando a 31 responsables de los que solo tres terminaron en prisión en forma preventiva. Al mismo tiempo cinco líderes sindicales fueron condenados a pena de muerte por intento de sedición y desorden público. Sus reclamos de jornadas de ocho horas le parecía un exceso a la burguesía industrial-financiera que ya gobernaba a la potencia capitalista.
En 1889 la Internacional Socialista, que era una organización política y no necesariamente sindical tomó como bandera de dignidad luchar por jornadas acotadas en las que se repartiera equitativamente el trabajo, el descanso y el esparcimiento en bloques iguales. La Revolución Industrial nacida en Gran Bretaña y luego extendida a todo el mundo había convertido a los trabajadores en apenas un ariete de la maquinaria fabril-mercantilista. Esa deshumanización sumió en los siglos XVIII y XIX a millones de personas en una existencia miserable. El siglo XX mantuvo eso pero con formas sutiles de “integración” y “movilidad social”. En el siglo XXI todo parece volver a las fuentes porque aunque los obreros como tales (entendidos como trabajadores fabriles) ocupan apenas el 20 % de la masa social, la precarización es cada vez más patente en actividades de servicios. La pandemia, con la incertidumbre y pérdida de millones de puestos de trabajo provocó un fuerte retroceso en las luchas.
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