Por Angel Saldomando
(Desde Chile para CEDIAL)
Había que esperar que se disipara la euforia, los comentarios de circunstancia, las apreciaciones efectistas, para que pudiera abrirse paso los contornos del proceso político luego de la elección de Gabriel Boric a la presidencia. Hay un contexto que la elección no puede alterar. Son las limitaciones dentro de las cuales el proceso, el gobierno, deben moverse desde el inicio, y frente a las cuales puede agravarlas o removerlas. Es evidente que la derecha apuesta por un rápido desgaste del gobierno, que de paso haga naufragar el proyecto de nueva constitución. Imposibilitada de posicionarse abiertamente contra los cambios, su táctica es de atrincherarse y resistir al caso por caso, tal es su pobreza programática hecha de continuismo. El centrismo social liberal, que condujo el país por tres decenios, está destrozado y aspira a reciclarse, aunque no se sabe cómo ni por dónde. Ambos no se hacen cargo del país en llamas que dejaron. Buscan a tientas los intersticios posibles en la nueva coalición en el gobierno o en un chantaje administrado para abrirse espacios. La coalición de gobierno es por ahora un hibrido, entre las inercias del pasado y las expectativas nuevas. La crisálida tal vez se convierta en mariposa o quede como gusano. La crisis social y política iniciada en 2019, bajo la forma de un estallido social que permitió la emergencia de una corriente de opinión pro cambios, es un fenómeno durable en el tiempo. Pero no en un sentido único. La percepción que el modelo socioeconómico tocó fondo y que algo debe cambiar es real, pero el movimiento de opinión puede modificarse si no hay soluciones a la vista. Todo puede transformarse en frustración, anomia o reacción conservadora, tal es de movediza la arena del camino que se está recorriendo.
El manejo de la crisis por el gobierno de Piñera profundizó el desgaste del sistema político e institucional, favoreció la emergencia de la corriente de opinión pro cambios, hecha de exasperación e indignación, ayudó a federar el descontento, pero la llegada del nuevo gobierno revela el pasivo dejado por Piñera y las propias debilidades de las fuerzas sociales y políticas que aspiran a liderar el cambio.
La coalición en el gobierno actual (frente amplio más partido comunista y socialista) llegó surfeando un movimiento de opinión, no como producto de una frente social y político estructurado en el tiempo, con anclaje social fuerte y un programa consistente, es la suma de todos los pedazos de descontento acumulado y no es fácil convertir todo eso en conducción política y en acción de gobierno.
El contexto arroja una fragmentación política, un debilitamiento del modelo económico, un proceso constituyente incierto y una coalición en el ejecutivo sin fuerza propia, eso es algo por construir y también incierto.
La instalación del gobierno suponía señales fuertes, una agenda, un itinerario; ninguna de las tres cosas ha aparecido en la medida de la necesario o de lo esperado. Titubeos, errores no forzados, cacofonía oral y por redes sociales, han dado por el contrario una imagen de improvisación. Estos aspectos podrían ser considerados inevitables, dada las condiciones mismas de la coalición, una suerte de costo por la falta de personal experimentado, políticos noveles y un programa más declarativo que operativo, con objetivos claros en relación a las expectativas de cambio.
Unas cuantas semanas de instalación son sin duda nada más que una introducción, pero dadas las condiciones de contexto y las expectativas de cambio, esa introducción cobra más importancia que los tradicionales primeros cien días de gobierno, usados por los comentaristas para interpretar la perspectiva política gubernamental.
Sin embargo, también es posible sugerir que este gobierno será solo de transición, entre qué y que cosa está por verse, no hay muchas más certezas. Es decir, puede que inicie procesos de cambio, que en 4 años de mandato del gobierno serán de todos modos incipientes. La probable nueva constitución, si se aprueba, le daría un respaldo para impulsar los cambios en concordancia con ella y federar una opinión favorable. Podría ser el escenario exitoso. Pero, nada de eso pisará en firme si no obtiene algunos éxitos de política visibles para la población. La agenda es implacable, inflación, una economía que agotó su ciclo expansivo, efectos de la pandemia, inseguridad ciudadana, conflicto en la Araucanía, crisis migratoria etc.
No cabe duda que estos temas tienen tiempos y urgencias distintas de allí que la agenda gubernamental debería ordenarlos, en su tratamiento, objetivos y resultados. En torno a ello podría construirse el relato de gobierno, pero también requiere un fondo político y eso está por verse. Por ahora la inercia parece pesar más que la capacidad de reposicionarse, pese a algunas afirmaciones en materia de derechos y la suscripción del acuerdo ambiental de Escazu. El discurso oficial carece de la profundidad que requiere reposicionar los debates sobre qué cambiar y cómo hacerlo. En algunos temas hay atisbos, pero no un despliegue. Es obvio que, en temas como la seguridad pública, el conflicto en la Araucanía, la agenda económica, el papel del sector público, por citar algunos, el problema no es hacerlo mejor dentro del mismo esquema, hay que cambiar de enfoque.
La cuestión central es que, con nueva o vieja constitución, hay que gobernar y poner en marcha los procesos que se necesitan dado que aun en el mejor de los casos, nueva constitución aprobada, está demorará un tiempo en entrar en vigencia y estar plenamente operativa en el plano legal. No se sabe el tiempo de transición que se establecerá.
Por la derecha desean que el gobierno fracase, algunos sectores de izquierda hacen de ello un pronóstico producto de su propia frustración. El centrismo aspira a reciclarse. La fragmentación política, social y de las reivindicaciones, producto de un modelo social privatizador, han hecho de Chile un país gelatinoso, desconfiado e inmediatista. Los proyectos colectivos, capaces de federar, están en el baúl de los recuerdos. O en espera. Tal vez de ser regenerados, pese a todo, la realidad es una, hay un gobierno constituido y mal o bien, producto de las circunstancias está al frente de las demandas de cambio, quienes se identifican con ellas están en su derecho de exigirlas y de luchar por ellas. El fracaso sería un precio alto para todos.