Por Ángel Saldomando
(Desde Chile para CEDIAL)
Elecciones hay, y por lo menos allí dónde son creíbles, es decir democráticas, se consideran el instrumento esencial en democracia para dirimir opciones, intereses, representación y correlaciones de fuerza. Su deterioro, pérdida de legitimidad, eficacia institucional, y eventual desaparición, conllevan en todo lugar la instauración de un poder autoritario. Aparece la disyuntiva de reponer estándares aceptables de democracia o arriesgar una guerra civil larvada, en diversas formas de conflicto social o abierta. En América Latina se considera que se vive el periodo democrático más largo de su historia, pero es evidente que hay distintas evoluciones según los países. Elecciones hay, pero se ha instalado una creciente decepción, frustración y baja credibilidad en la democracia. La visión regional muestra democracias fallidas, otras tensionadas y algunas, donde las elecciones son apenas un paréntesis, entre dos crisis. La cuestión de fondo es la calidad de las fuerzas que concurren, según ello, las elecciones más allá de su eficacia instrumental, pueden volverse un ejercicio del cual la sociedad se distancia.
Los recientes eventos electorales en Chile combinan en parte estos elementos. En un país de cultura sísmica, podríamos decir que estamos viviendo un temblor hipócrita. Se trata de aquellos que mueven el piso, sordamente, uno se levanta y queda a la espera si cobrará más intensidad, hora de escapar o si terminará allí, momento de volver a lo suyo.
Las elecciones de primera vuelta en Chile realizadas el 21 de noviembre ponían en juego la segunda fase de definición de la correlación de fuerzas institucional: Presidencia, parlamentarias y consejos regionales. La primera fase dirimió otro nivel institucional pero no menos importante, convención constituyente, gobernadores y alcaldes. Los resultados hay que ponerlos en contexto de un proceso que implica un fin de ciclo político, un estallido social que cuestionó un modelo económico y su manejo político y como consecuencia generó la debacle de las fuerzas que lo representaron.
Sin embargo, el proceso dista mucho de ser lineal. Quienes imaginaron que el estallido social generaba un proceso imparable de cambio tomaban sus deseos por la realidad. El estallido llegó por saturación social y desgaste político, no porque hubiera movimientos alternativos estructurados, maduros y nacionales, capaces de convertirse en opción política. Entre ese momento en 2019, que parece tan lejano, pandemia de por medio, el movimiento se congeló. El malestar subsiste, pero en dos años hubo más fragmentación y desgaste político en todos los sectores. La convención constituyente expresó ambos momentos, emergió primero con fuerza como parte de la solución, pero luego, fue perdiendo centralidad y capacidad de crecimiento político, frente al trabajo de zapa de los sectores conservadores.
Quienes imaginaron que el acuerdo político de noviembre 2019, entre los partidos del arco que había gobernado el modelo salido de la dictadura, que abrió el camino a la convención, era un pasaporte a la sobrevivencia han tenido un amargo despertar. Han perdido hegemonía, control y sobreviven, siendo la más penalizada la centro-izquierda de la ex concertación, la que cambió de nombre varias veces sin éxito. Arrastrando a sus pilares de otrora, partidos socialista, demócrata cristiano y por la democracia.
La primera fase de 2019 a 2020 expresó en “caliente” el malestar en la elección de la convención y en los otros niveles institucionales en juego, los sectores descontentos y los que se distanciaban de los partidos del arco tradicional fueron mayoría, aunque con fuertes niveles de abstención que se reproducirían en la segunda fase, no baja de 52,66%.
La segunda fase, expresó esta vez “en frío” la continuidad del desgaste, la desconfianza y la expresión de clivajes culturales, políticos, prejuicios y querellas internas que emergieron de descomposición y de la profundidad social. Hay por lo menos tres constataciones que surgen de este nuevo escenario.
El abstencionismo se mantiene en la mayoría del padrón electoral, ello hace que las opciones se dirimen con bajas votaciones, lo que redunda en una suerte de vacío gravitacional, todo se mantiene flotando, pero podría caer. Kast pasa con 27,91% es decir un millón novecientos mil votos. Boric con 25,83% es decir un millón ochocientos mil votos. Sobre un padrón de quince millones. Los candidatos siguientes se distribuyen números alrededor de ochocientos mil votos cada uno para el tercero, cuarto y quinto.
La crisis del centro, por el lado izquierdo y derecho del eje, pilar de la política y del modelo se desfondó y liberó descontentos y núcleos duros. La primera vuelta de la presidencial muestra que la derecha se atrincheró con Kast, por fuera del centro derecha, en los temas propios: mano dura, inmigración, libertad abstracta y anti cambios sociales barnizados de anticomunismo primario. Por la izquierda se afianzó el polo pro salida del modelo con Boric, apoyado por el frente amplio y el partido comunista, con una agenda ambiciosa pero demasiado tensionada.
Los partidos tradicionales cedieron terreno frente al atrincheramiento y la polarización, pero la derecha en tanto espacio político resistió mejor en la cámara de senadores (ahora partida en dos) y en diputados, donde la centro-izquierda pierde la mayoría y se fragmenta. Lo que augura un difícil ejercicio para el ejecutivo de turno y para facilitar el trabajo de la convención que debe someter la nueva constitución a plebiscito el próximo año en octubre.
El paso a segunda vuelta de Kast y Boric pone en evidencia sustratos profundos. El primero es hijo del pinochetismo y la derecha, insoluble en democracia. El segundo entronca con la histórica demanda de un país más justo, que el centro derecha e izquierda congeló en un modelo que nutrió el malestar, el daño cultural, ecológico, social y económico, de la sociedad.
Pero las filiaciones, una peligrosa y la otra en estado potencial, no resuelven nada a priori. Ambas podrían derivar en una peligrosa escalada, ya sea de políticas autoritarias y antipopulares o de cambios inciertos sin resultados a la vista. La derecha ha logrado buenos resultados, en las zonas rurales del sur, mapuche y el norte presionado por la inmigración. Boric ha ido adelante en las zonas del centro y de la capital, populosas y populares.
Lo que es claro es que la sociedad tiene un malestar profundo, una desconfianza en la política y las instituciones y sin resultados visibles para el ciudadano de a pie nada reducirá esto, dejando un amplio espacio para conflictos y espasmos de bronca. Los temas duros demasiado tiempo esquivados por el centrismo, simplificados por la derecha y poco elaborados por la izquierda emergente han desembocado en esta incertidumbre. Los problemas de donde y como modificar el modelo económico, como enfrentar la delincuencia, manejar la inmigración, las reivindicaciones mapuches y la exasperación que produce su criminalización, así como los derechos que amplíen la inclusión social, han producido una cacofonía más que proposiciones claras y orientadoras. Evidentemente esto no es una cuestión discursiva y conceptual, se trata de la calidad de las fuerzas que podrían hacerlo. Quizá ello abra un espacio para pensar que la política, las propuestas y su orgánica, ya no pueden concebirse como mayorías estables, organizadas de arriba abajo con definiciones ideológicas que abarcan el conjunto. Un marco de referencia común, sin duda, pero frente a diversos temas las mayorías pueden ser puntuales y dinámicas, exigiendo formas y espacios para realizarlas que desbordan las nociones clásicas de partidos, coaliciones y frentes. La ausencia de proyectos de sociedad llave en mano, requiere, tal vez, una construcción política y social distinta que las practicas sempiternas no dejan emerger. La redistribución de cartas es incierta dada la fragmentación del resto de fuerzas y lo inestable de los humores del electorado. La derecha dispone de poder de fuego mediático, empresarial y de manejo de expectativas, el polo pro cambios deberá jugar muy fino para ensamblar una alianza ganadora en medio de los escombros de la centro-izquierda y las desconfianzas cruzadas. Chile está en medio del vado, si retrocede los costos pueden ser inmensos, si avanza y no cruza abortará una posibilidad histórica y si lo logra tal vez un nuevo ciclo político pueda iniciar.