Por Mario Della Rocca *
Hace casi 83 años, un 27 de abril de 1937, con 46 años de edad, fallecía uno de los más importantes y reconocidos teóricos políticos universales: Antonio Gramsci, oriundo de Cerdeña, al sur de Italia. Vale recordarlo como “muerto en combate”: enfrentando el régimen carcelario del fascismo mussoliniano –de donde había sido liberado sólo seis días antes de su deceso- y enfrentando sus crueles enfermedades, que lo acompañaban desde muy niño y que se habían agravado considerablemente durante su encierro durante once años.
Ha quedado grabada en la historia negra de la humanidad la frase del fiscal fascista que lo acusó por “actividad conspirativa, instigación a la guerra civil, apología del delito e incitación al odio de clase”, cuando aquél señaló, al finalizar el pseudo juicio que sentenció al genio sardo: “por veinte años (el tiempo por el que era condenado) debemos impedir a este cerebro funcionar”.
A pesar de esa intención, en un juicio netamente político, nacido de la orden de Benito Mussolini, su cerebro siguió funcionando. Dentro de las limitadas condiciones carcelarias en las que vivía y de su eterna delicada salud, estampó en la historia un legado teórico y de militante y dirigente seguramente impensado para él por su envergadura histórica y su expansión por diversas latitudes. El reconocido historiador británico Eric Hobsbawm lo certifica al afirmar: “Su estatura como pensador marxista original, en mi opinión el pensador más original de Occidente desde 1917, está ampliamente reconocida”.
Antonio Gramsci, considerado entre los grandes clásicos universales de la teoría política, cumple con las tres condiciones para serlo según la definición del renombrado intelectual italiano Norberto Bobbio (ver): en primer lugar, fue un intérprete auténtico y único de su tiempo, para cuya comprensión se utilizan sus obras, por ejemplo para comprender la naturaleza y desarrollo del fascismo italiano -y luego sus diversas variantes similares- y las dificultades de las izquierdas tradicionales para ser comprendidas, política y culturalmente, por las grandes masas, en especial las trabajadoras.
En segundo lugar, siempre es actual y cada generación lo relee, como ocurre hoy en Argentina, en América Latina y el mundo, y ello dota a su legado de una actualidad potente para comprender las diversas realidades nacionales, regionales y globales.
Y en tercer lugar, ha construido teorías modelo o conceptos claves que se emplean en todo tiempo y espacio para comprender la realidad, siendo los mayores ejemplos en este sentido sus conceptos de crisis orgánica, hegemonía e intelectuales orgánicos.
En cuanto al primer concepto, Gramsci plantea con suma originalidad las formas de crisis en las que devienen los sistemas políticos. Su aporte, que trascendió su tiempo hasta naturalizarse como concepto hasta la actualidad, fue denominar crisis orgánica a los momentos de resquebrajamiento del bloque histórico dominante, de crisis de hegemonía, en el que éste no encuentra respuestas a los problemas nacionales y se produce una relación crítica entre dominantes y dominados.
Ve a la crisis orgánica como un momento histórico de ruptura entre la estructura y la superestructura de una sociedad, un interregno entre un orden antiguo que se desmorona y un nuevo orden que aún no está en condiciones de nacer. En ese período, señala el intelectual sardo, pueden ocurrir los fenómenos más imprevisibles en una sociedad. Son etapas que culminarán en la restauración o modificación parcial del viejo orden o con el nacimiento de uno nuevo que transformará al existente.
Por su parte, la noción de hegemonía (dominio más dirección intelectual y moral), si bien había sido ya trabajada por el intelectual italiano Benedetto Croce en el sentido de la dominación burguesa y por Lenin en el sentido revolucionario, encontró en Gramsci una extensión, un desarrollo y una fundamentación fundante para la teoría política, que trascendió notablemente hasta los tiempos modernos. La función hegemónica se manifiesta cuando una organización o bloque histórico dirige una parte importante de la sociedad en sentido político (formación de una voluntad colectiva) e intelectual y moralmente en el sentido de una nueva cultura (reforma intelectual y moral). En esta concepción se relacionan dialécticamente la política y la cultura, el saber y el sentir, la dirección política y la espontaneidad, el partido político y las masas. La hegemonía pasa a ser un medio fundamental para la conquista y conservación del poder. A diferencia de otros marxistas, Gramsci otorgará a la reforma cultural y moral tanta importancia como a las intenciones revolucionarias en los terrenos político y económico, a fin de hacer que surja el sujeto portador de los cambios sociales. Tanto en el Estado como en la sociedad civil residen las claves para enfrentar la dominación subjetiva y objetiva del capitalismo. La noción de hegemonía actúa como complemento de la teoría del Estado-fuerza, y en este sentido actualizó a las nuevas condiciones históricas el pensamiento de Marx sobre la forma de construir una revolución.
Los tiempos posteriores a su fallecimiento le depararon de manera particular que la mayoría de las miradas de los cientistas sociales y luego de las grandes masas se detuvieran en la considerada popularmente su gran herencia teórica: sus 32 míticos “Cuadernos de la cárcel” (2.848 páginas escritas entre los años 1929 y 1935). Escritos que atravesaron como emblemas teórico-políticos los tiempos históricos y conservan una actualidad inusitada, desde la perspectiva global e interdisciplinaria de las ciencias sociales y en variadas zonas del mundo.
Hoy, en este tiempo histórico y desde nuestra región, su legado debe ser comprendido de una manera más abarcativa, desde una óptica teórica y a la vez militante por la causa de un proyecto de transformación democrático, nacional, popular y latinoamericanista.
En este sentido, su legado ha ido con el correr de la historia trascendiendo el campo estrictamente teórico, siendo éste tan profundo, abarcador y a la vez accesible a la comprensión de las grandes masas. Ha trascendido también el campo académico y se inserta profundamente como herramienta en las luchas cotidianas de numerosos individuos y sectores sociales y políticos. Y es de destacar que ello ha ocurrido con escasos autores clásicos de la teoría política, que continúan siendo importante materia de estudio desde la ciencia política.
Esta profunda inserción del pensamiento gramsciano en la militancia social y política proviene de dos tópicos esenciales. El primero, comprendiendo su naturaleza nacional y popular, lejos de una socialdemocracia mimetizada con el capitalismo salvaje así como de un maximalismo pseudorevolucionario ajeno a la evolución de la conciencia de las masas populares. El concepto de lo nacional, según Gramsci, obedece a la originalidad de cada nación y de su pueblo, y el concepto de lo popular engarza a su entender con la necesidad de una sociedad civil participativa y movilizada para acompañar de manera activa las políticas implementadas desde un Estado que decide e implementa sus políticas en camino a una sociedad soberana e igualitaria.
El segundo tópico esencial es la importancia central que otorga Gramsci, en la lucha política y social transformadora, a la historia y a la cultura de cada nación y su pueblo. De allí su actualidad en la batalla cultural que hoy libran nuestras sociedades frente al neoliberalismo y a la injerencia extranjera, y la importancia actual de los medios de comunicación de masas y las nuevas tecnologías. Batalla cultural que atraviesa toda la sociedad, tanto la civil como la política, desde arriba hacia abajo y desde abajo hacia arriba, e imprescindible para consolidar un bloque de poder hegemónico que guíe las transformaciones que hoy necesita urgente América Latina, sometida a los avatares del enfrentamiento con proyectos políticos neoliberales y neofascistas.
Por lo tanto, su legado debe ser comprendido y asimilado teóricamente y trasladarlo a la praxis transformadora del día a día. A más de ocho décadas de su desaparición física, el genio sardo sigue vivo en cada militante y en cada organización social o política conciente de la necesidad de las transformaciones sociales, económicas y políticas que hoy demandan nuestros pueblos frente a la opresión capitalista.
* Mario Della Rocca es historiador, escritor, profesor universitario y periodista. Autor de los libros “Gramsci en la Argentina. Los desafíos del kirchnerismo”, “La Cámpora sin obsecuencias. Una mirada kirchnerista” y “Macri & Durán Barba. Globos, negocios, círculo rojo y guerras sucias”. Profesor de la Universidad Nacional de Santiago del Estero (U.N.S.E.). Coeditor de la revista “Comunidad y desarrollo en la batalla cultural” y autor de artículos periodísticos en diversos medios de comunicación argentinos y del exterior. Coordinador del grupo “Gramsci en la Argentina, en América Latina y el Caribe” en la red social Facebook.
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Interesante reseña!!!
Muchas gracias Ricardo por el concepto, saludos Mario.
Me gusto la nota, muy claros los conceptos!
Muchas gracias Celia por la opinión, saludos cordiales.
Muy apropiada síntesis y valioso reconocimiento. Para tener presente. Gracias
Gracias estimado Mario, saludos cordiales.