Por Ciro Annicchiarico
Ante el fracaso de la gestión neoliberal de Cambiemos para mal, de mantenerse en el control directo de las agencias del gobierno, y el triunfo del Frente de Todos que encabezan Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, que supo generar una estimulante experiencia de unidad en el campo popular, y con ello la esperanza de un nuevo intento de recuperación de derechos por parte de las mayorías populares, ha vuelto a instalarse por parte de los sectores dominantes el argumento de la grieta, que le atribuyen al kirchnerismo como autor directo. Inclusive muchos dirigentes de primera línea del Frente de Todos incorporó esa máxima y sostiene que debemos superar la grieta y volver a unir al pueblo argentino. “El kirchnerismo dividió y enfrentó a la sociedad argentina”, se afirma muchas veces como una letanía inconscientemente repetida, desprovista de análisis. Falso: la división, o grieta, y el enfrentamiento entre sectores a partir de la inclusión o exclusión social, con todo lo que ello implica, inclusive en el seno de nuestras familias y entornos sociales, no son otra cosa que la posibilidad de ver con mayor nitidez las posiciones de los grupos con intereses nacionales y populares por un lado, y los antinacionales y oligárquicos por el otro.
Claro, cuando se es coherente, se mantiene en el ejercicio del gobierno lo que se expresa en la plataforma partidaria y se prometió en campaña, sin hacer concesiones claudicantes, obvio es que eso irrita y encabrita a las clases privilegiadas y antinacionales que disfrutaron siempre de privilegios a costa del esfuerzo de los trabajadores, de su explotación, de la apropiación de los recursos comunes y de la desigualdad. Reaccionan, usan los medios de comunicación hegemónicos, fabrican falsas imputaciones, discriminan, recurren al sucio método de esparcir rumores de hechos inexistentes, acuden a la transmisión de los más bajos prejuicios, buscan despertar los instintos primarios que anidan en el cerebro reptiliano de muchos incautos, generando con todo ello un clima de enfrentamiento, en el que se mezclan intereses económicos concretos con liso y llano sentimiento antipopular, reaccionario y discriminante; es decir, lo que la sabiduría popular llama gorilismo. Esta reacción gorila es la que pone en la superficie la famosa grieta, la hace visible en términos de enfrentamiento explícito cuando antes estaba reprimida. Esa exteriorización de lo que antes subyacía oculto, ocurre pura y exclusivamente porque la acción de un gobierno popular coherente, no claudicante, inesperadamente hace o intenta hacer en la gestión real lo que pregonó y forma parte de su bagaje ideológico, que, paradojalmente, suele coincidir con los derechos establecidos en nuestra Constitución Nacional.
Las clases altas y dominantes, siempre estuvieron acostumbradas a que los partidos políticos, inclusive los populares que propusieron fugaces declamaciones progresistas a lo largo de nuestra historia, cuando llegan al gobierno dejan sus banderas a un costado en razón de la “gobernabilidad” y el “posibilismo”, acordando con el poder real buena convivencia, detrás de los cortinados. Los derechos y garantías constitucionales son muy lindos para los discursos y las hipócritas conmemoraciones de nuestras Fechas Patrias. Pero, nada de pretender que se cumplan. Cuando asumen el gobierno los partidos o frentes electorales de principios y valores democráticos meramente formales, los sectores dominantes contentos, sonríen en sus conciliábulos y retaurantes de Puerto Madero y “no hay enfrentamiento en la sociedad argentina”. No hay grieta ni se habla de ella, aunque resulte un tajo lacerante bien real y profundo en el seno social, que divide a unas decenas de miles de privilegiados por un lado y a decenas de millones de traicionados, excluidos, desocupados y hambrientos por el otro. Ese estado es el que el establishment y los medios hegemónicos entienden como ausencia de grieta. Pero queda intacta la herida y la bronca en el pueblo, que los sectores dominantes y los voceros del poder buscan ocultar administrando su impacto según el grado de sumisión que muestre el gobierno “democrático”, sopesando la conveniencia de mantenerlo o ver si logran tumbarlo y recambiarlo por otro, tan “progresista y democrático” en el discurso, pero más confiable en su capacidad de lograr la paz social de los cementerios y la hipnosis que permite negar la grieta, que no obstante sigue latiendo en el subsuelo como el corazón delator del cuento de Poe.
Por eso fueron muchas de esas experiencias progresistas y populares en Argentina –y me animaría a decir que en Latinoamérica- nada más que el fugaz brillo de un fósforo en el largo y oscuro pasillo de nuestra historia. En síntesis, la supuesta división y enfrentamiento que se le imputa al gobierno kirchnerista, no es otra cosa que haber permitido la visualización más nítida de las diferencias de concepción, de haber puesto en la superficie la contradicción social principal. Es decir, de haber hecho que deviniese expuesta la contradicción entre dos modelos de país, que se proyecta intacta desde el 25 de mayo de 1810, como resultado de su coherencia (“No voy a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada”), decisión que tuvo como consecuencia la reacción iracunda del poder real que vio entonces interpelados en serio sus privilegios, se encabrita, ataca, conspira y difama: hace visible la grieta. La grieta no la produce el kirchnerismo o el pueblo, sino la oligarquía, los dueños de los recursos naturales, de los negocios y de los medios masivos, propiedad de los primeros, que no toleran la coherencia entre los principios constitucionales y la realidad. Grieta hubo siempre, lo que deben lograr nuestros pueblos es ganar la partida de una vez para siempre.