Por Juan Latrichano
Existe un consenso amplio acerca de que es necesario competir para crecer. Esa idea nos plantea la necesidad de abrir la economía a la mayor expresión posible. Para ello hace falta una reforma laboral e impositiva, al decir de aquellos que sugieren este camino, que haga converger nuestros costos con los de los países competidores. Sin embargo la aplicación de la apertura económica nos ha llevado fatalmente a un endeudamiento externo asfixiante. Al mismo tiempo en un ambiente de caída del salario real resulta impracticable una reforma por la natural resistencia sindical. Otro tanto ocurre con la reforma impositiva que apuntaría a bajar impuestos. En un clima de caída de la recaudación fiscal en términos reales, provocada por la menor actividad económica, resulta una quimera.
Por todo lo expuesto debemos a priori desechar la idea de competir para crecer.
En cambio la idea de crecer para competir conlleva a pensar en una contribución mayor para absorber los costos fijos. Debemos tener presente que dichos costos se hacen variables por unidad de producto. Por ejemplo si los costos fijos son $ 100.000 y se elaboran 1000 productos inciden en $ 100 por producto. Luego si duplicados la producción a 2000 con los mismos costos fijos la incidencia por producto es $ 50. Tengamos en cuenta que la utilización actual de la capacidad instalada es casi la mitad.
¿Qué está pasando ahora?
La producción cae. En consecuencia la incidencia de los costos fijos aumenta por unidad de producto. La mayoría de los países crece. Ergo, nuestra competitividad relativa empeora día a día.