Por el Dr. Alberto Carli
Entre los siglos VII y II aC el mundo asistió, según Jaspers, a la presencia de Confucio y Lao Tsé en China, a Buda en la India, Zaratustra en Persia, a los profetas del Antiguo Testamento en Palestina. En Grecia, Homero, los dramaturgos trágicos y los filósofos crearon una forma de pensamiento que mantiene sus efectos hasta nuestros días.
La Grecia del siglo V aC. vivió la aparición de una forma de pensamiento coherente y no contradictorio, propio de la filosofía,, que representó una nueva manera de mirar el mundo. Ese mirar el mundo significó cambiar, entre otras, el centro del poder. En el mundo previo, mágico y pleno de mitos y explicaciones sobrenaturales, el centro del poder se situaba en el lugar que ocupaba el monarca, en la casa del monarca fuera esta un palacio o una carpa en el medio del desierto. Este cambio de cosmovisión fue llevado adelante por los sabios jónicos (Tales, Anaximandro) originarios de Anatolia, en la actual Turquía, se dedicaban a la búsqueda de un principio original y responsable de la Vida, el agua, el aire, el fuego. Pitágoras, nacido en Samos, planteaba la existencia de una armonía cósmica fundamentada en los números y su relación con las cosas. Este mundo era compartido por estos pensadores con poetas, dramaturgos, músicos, artistas, arquitectos, políticos. Entre estos últimos ocupa un lugar destacado un estadista cuyo nombre ha servido para enunciar el Siglo en el que Atenas, a la que gobernó por treinta años, alcanzó su mayor gloria: Pericles. Bajo su gobierno alcanzó su mayor grado de esplendor artístico-cultural. Heráclito, originario de Efeso y apodado “el Oscuro”, estableció la relación entre lo uno y los muchos, entre lo igual y lo diferente, para lo cual usaba el Logos. Llega a decir que “nadie se baña dos veces en el mismo río”, con lo que establece la idea del “devenir”. Este pensador nos lleva, indefectiblemente a otro, Parménides que va a hablar de lo inmutable, de “lo que es, es y lo que no es, no es”, contrapuesto a ese devenir heraclitiano, hablándonos de lo inmutable, ese ser que es eterno e indivisible, inmóvil, idéntico y total. Todo esto elaborado por el Logos que es discurso, pensamiento, ley que todo lo comprendía y era garantía de verdad.
En este marco cultural nacen las ciudades-estado griegas, las polis. En las cuales, como dijimos más arriba, se había verificado un cambio: el centro del poder se había mudado del palacio a la plaza. Aparecen los “sofistas”. El término sofista ha adquirido, con el tiempo, mala prensa. Se piensa en engaño, artilugios retóricos destinados a torcer el pensamiento, a utilizar estrategias discursivas mañosas, etc. El hecho es que estos personajes aparecieron en un momento en que la manera en que se definían los destinos de la ciudad-estado era mediante la utilización de recursos argumentativos destinados a hacer valer, como criterio de verdad, una cualidad de la que “se enorgullecía el ciudadano griego, la razón” (Samaja).
Así es que estamos llegando al núcleo de nuestras ideas. El momento en que floreció la razón, en que se la valoró como herramienta destinada a probar la verdad, es coincidente con la aparición de una organización jurídica superior, el Estado. En una sociedad esclavista, bueno es que lo recordemos, pero que ya mostraba uno de los primeros intentos históricos por establecer alguna forma de coexistencia racional entre los colectivos humanos en la que la fuerza no fuera el argumento destinado a hacer valer los derechos de quienes los disputaban. La condición de “sociedad esclavista” es bueno recordarlo en razón del tipo de producción económica de esos tiempos pero la condición de ciudadano libre era suficiente para poder hacer valer la opinión y, cuenta la historia, que Pericles dispuso que aquellos ciudadanos libres que fueran pobres recibieran un estipendio destinado a colocarlos en situación de igualdad con aquellos de condición económica privilegiada.
Lo que nos interesa puntualizar es la condición de racionalidad que acompaña a la existencia del Estado. Una racionalidad que implica el uso de argumentos discursivos con lo que sostener las ideas, las posiciones, la toma de decisiones. Todo lo que no es poco como fundamentación de lo que el Estado, el tan denostado Estado implica.
El desenvolvimiento del Estado desde el Siglo V aC hasta nuestros días ha tenido variaciones. Ha pasado, como dijimos, por una economía esclavista como la griega continuada en el Imperio Romano, por una economía como la feudal del medioevo en donde los ciudadanos vivían oprimidos por su presencia y la de un imaginario religioso que condicionaba su visión del mundo y de las cosas, con monarcas absolutos del tipo de Luis XIV afirmando “el Estado soy yo” para, en la Modernidad iniciar una difícil relación, no resuelta satisfactoriamente, con el sujeto en su centralidad histórica cartesiana.
Por eso nos asombra que se haya instalado en nuestra sociedad y que se viva el disenso, la discusión, como expresión de la intolerancia. Las sociedades estatalizadas se caracterizan por la discusión, el disenso, el desencuentro y la búsqueda de una síntesis con la que superar las contradicciones propias de la vida. Nos inquieta porque esto da lugar a respuestas intolerantes, de cuestionamientos de lo diferente, de actitudes antidemocráticas en nombre de una república que sólo existe en la mente de aquellos que se sienten sus dueños.
La aparición del sujeto cartesiano de la Modernidad puso en tensión, una tensión no resuelta, su relación con un Estado que lo antecedía en veintidós siglos. El tratamiento de esa tensión dio lugar a obras como El leviatán de Hobbes, El contrato social de Rousseau o El gobierno de las naciones de Locke. Todas respuestas fallidas en la resolución de esa contradicción que se da entre Sujeto y Estado. Entenderlos como absolutos inalcanzables, en un juego que se mueve entre el totalitarismo y la anarquía, y resignarnos a aceptar las condiciones accesibles de no-Sujeto y no-Estado, subsumidos en aquellos, nos permitiría una posibilidad de vida más democrática, más tolerante y más republicana.
Alberto Carli es Médico-Dr. en Medicina-Magister Scientiae en Metodología de la Investigación Científica y Tecnológica- Prof. Consulto Adjunto y Director del Centro de Epistemología en Ciencias de la Salud (Fac.Medicina-UBA)
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