Por Rosa María Longo Berdaguer
Para vivir necesitamos confiar y desconfiar. Se confía cuando la creencia tiene algún sostén reflexivo acerca de ciertas experiencias, informaciones, valores y emociones, junto con la ausencia de razones fuertes para no hacerlo; desconfiar, como conducta prudencial ante los peligros, es una forma de defendernos de las circunstancias imprevistas; pero sobre todo es necesaria como duda y crítica generadora de análisis y exigencia de ampliar el campo cognitivo.
Pero no hay que confundir confianza con credulidad. El crédulo acepta cualquier información sólo movido por las emociones y prescindiendo del análisis de los argumentos. La confianza de los crédulos generalmente se sostiene en consignas y preconceptos de fuerte contenido emocional y oscila en función de la magnitud y/o repetición –no de la veracidad o verificabilidad- de las afirmaciones, por lo que conlleva el peligro moral de contribuir a la generación de prejuicios, infamias, marginación e incluso racismo hacia determinados grupos. Hay un vacio de pensamiento en la credulidad y este vacío es lo que la convierte en inmoral porque puede ser manipulada para anular o por lo menos entontecer la capacidad de crítica en función de intereses ajenos.
La deformación de la confianza, nunca ingenua sino provocada, ha convertido a nuestro mudo en peligroso porque exacerba la credulidad e intenta neutralizar la protección de la duda.
Muy bueno !!!