CEDIAL – Antropología | Los Wichí, otra antropología

wichisEs cierto que el mundo es lo que vemos y, sin embargo, tenemos que aprender a verlo. Merleau Ponty, (1970:23)
Por Rosa María Longo Berdaguer
La globalización de la cultura occidental y su preeminencia en los campos de la economía y del saber llevaron a considerar su forma de interpretar la realidad como el único saber con valor y validez universal. Pero esta pretensión sólo puede ser sostenida con el ocultamiento de otras formas de saber que en diferentes lugares y culturas han conformado un conjunto de principios que guiaron su interpretación del mundo y del hombre y de la organización de la vida acorde a valores, de la misma forma que en Occidente.
Como suponer que sólo puede ser considerado válido el conocimiento que responde a la racionalidad occidental sería limitar el saber e impedir posibilidades de argumentos ajenos que, desde principios y perspectivas diferentes, permitieran aportar nuevas miradas y respuestas, es importante la búsqueda de otras formas de pensamiento. Sobre esta base trataré de exponer los principios que sustentan la cultura Wichí a fin de mostrar cómo a través del discurso, cimentado en un conjunto de leyendas que se transmitieron oralmente de generación en generación, conformaron su propia realidad, fundando una cosmovisión de la que se desprende su concepción antropológica, la vinculación con la naturaleza, el mundo moral y la organización social. Y mostrar como su pensamiento, a contrapelo del Occidental, contiene valores que frente a la depredación global de la naturaleza y la moral y la marginación de grandes grupos humanos, pueden ayudar a encontrar nuevas propuestas.
DESARROLLO
Los Wichí, junto con otros pueblos indígenas, ocupaban en la era prehispánica el Gran Chaco, a la orilla del río Bermejo. En la actualidad quedan alrededor de 40.000 distribuidos en el norte Argentino (Chaco, Formosa y Salta) y sur de Bolivia (Tarija), zonas originariamente boscosas pero que ahora están semidesérticas a consecuencia de la aplicación de políticas económicas occidentales. Tradicionalmente eran nómades y vivían de la caza, la pesca y la recolección, pero actualmente ya han sido sedentarizados y han debido adaptarse a formas laborales impuestas por los colonos.
La cosmovisión de su cultura no se asienta en una teogonía o cosmogonía ordenada sino que está conformada por un grupo de leyendas trasmitidas oralmente que dan cuenta de los orígenes del hombre y los fenómenos del mundo y presentan un conjunto de normas para la buena convivencia.
La tradición oral afirma, sin explicar cómo, que un ser poderoso, el Inmortal, creó el Universo. Este es el único ser eterno e inmortal, todo lo demás es corruptible y, por lo tanto, sujeto a la muerte. La narrativa El origen del hombre, cuenta que el Inmortal fabricó la figurilla de una joven en arcilla y soplándole en la nariz le insufló la voluntad, que por provenir de la divinidad, era buena; este soplo espiritual que confiere la humanidad es el Husék o buena voluntad. Otra de las leyendas fundadoras relata cómo se crea la comunidad Wichí: la maestra espiritual Tokfwaya, bajó del cielo, donde habitaba con las estrellas, y amasando un barro, que era barro pero también espíritu, fue construyendo a la comunidad Wichí; mientras amasaba les iba soplando para darle a esas frágiles criaturas los secretos del universo e indicarles cómo mantener el elemento espiritual que les confería la humanidad.
Sobre este elemento espiritual denominado Husék, o ‘buena voluntad’, gira la antropología y cultura Wichí. El Husék es un principio metafísico ordenador y fuente de energía espiritual, ubicado en el corazón, que algunos autores identifican con el alma, cuya función es cuidar y proteger al cuerpo físico de las personas para enfrentar las enfermedades, pero también al cuerpo social, ya que permite la comunicación, promueve la solidaridad y evita el egoísmo. Este principio ordenador, aunque forma parte de cada uno, como es una fuerza espiritual cuya función está dirigida a la alteridad, pertenece a la comunidad.
Los humanos comparten con los otros seres vivos el principio vegetativo orgánico, pero se diferencian por poseer la ‘buena voluntad’ porque suponen que es esta esencia espiritual la que explica la posibilidad de comunicación y conciencia que dan cabida a la sociabilidad humana. Las personas se constituyen como humanos en el universo discursivo, porque es en la comunicación donde se identifican y diferencian de los otros seres de la naturaleza. La especificidad del ser humano, entonces, se determina por la ‘buena voluntad’ y no por la razón como en Occidente. Es más, los Wichí no establecen una separación entre pensar y voluntad sino que los vinculan hasta casi identificarlos, no con teorías a propósito, sino en su manera de expresarse ya que cuando quieren saber lo que alguien piensa, preguntan indistintamente ¿cómo está tu pensamiento? o ¿cómo está tu voluntad? dándole el mismo significado. Pero como la voluntad impulsa y dirige las conductas, implica normas, de modo que el pensamiento no se limita a ser un mecanismo intelectual sino que siempre incluye el carácter moral, esto es, no deslinda el Ser del deber ser. La vinculación entre pensamiento y ética, como sostenían los filósofos griegos pero que fue rota en la modernidad, es vivida para esta comunidad como la forma esencial de lo humano.
La antropología Wichí pone el acento en la voluntad, pero no como el vehículo para cumplir deseos personales, sino como posibilidad de interacción en el contexto concreto de la vida. La ‘voluntad Wichí’ que conlleva principios morales, difiere del concepto occidental de voluntad individual dirigida a la auto realización que pone el acento en el egoísmo, el interés particular y en la falta de consideración hacia los demás. En ambas la voluntad es el motor de las acciones pero en la occidental es una propiedad del individuo mientras que en la primera es propiedad de la comunidad.
El Husék tampoco es un elemento para lograr el perfeccionamiento personal o la trascendencia sino para preservar la concordia y cohesión social porque es entendido como el posibilitante de conductas en las que prime la búsqueda de armonía en la alteridad. Y aunque se encuentre en cada uno es un bien colectivo y no una propiedad privada pues, su manifestación y permanencia está ligada a la alteridad en la vida concreta, único ámbito donde es posible desarrollar la capacidad de encontrar las conductas y palabras adecuadas para evitar la agresión y los desequilibrios, o las manifestaciones que posibilitan la confianza y permiten la convivencia. Consecuentemente consideran que el ser humano no es un individuo independiente y que pueda vivir aislado (como se postula desde la modernidad) sino que es parte de la comunidad, un ser social que sólo puede realizarse en la interacción.
La tradición occidental plantea el dualismo alma/cuerpo y considera que el alma, tanto desde la perspectiva teológica como entendida como ‘razón’ es superior al cuerpo. Esta calificación de superioridad por su capacidad cognoscitiva permitió que desde los orígenes de la Filosofía occidental se considerara al cuerpo, “la cárcel del alma” y a la vida sensible como irrelevante o incluso negativa para la realización humana. Para los Wichi, en cambio, aunque el Husék o ‘buena voluntad’ sea superior a la energía vital física, forma parte del sujeto viviente ya que se concreta y desarrolla en la vida, en la alteridad, Por esta razón no es inmutable ni permanente como el alma, pues aunque surja con el nacimiento, si no se cultiva en la socialización, desaparece.
La ‘buena voluntad’ también es el eje alrededor del que se forma el mundo moral de la comunidad pues de ella se desprenden los valores que permiten evaluar las acciones concretas. En la cultura Wichí los valores siempre están vinculados al desarrollo dialogal de la ‘buena voluntad’ porque giran en torno a deshabilitar la agresión, a procurar la solidaridad, a incentivar la confianza y a evitar el egoísmo, que son la causa de su pérdida. Por esta razón la capacidad de dar argumentos aptos para diluir los conflictos que impiden la buena comunicación es considerada uno de los valores morales más importantes. Su forma de nombrarlos resulta poética ya que en lugar de proponer conceptos abstractos intentan explicarlos con términos de la naturaleza o de la vida: a los argumentos conciliatorios los llaman ‘palabras frescas’ porque pueden esfumar el calor de las discusiones o impulsar a la socialización a alguien que tiene la ‘cabeza caliente’ por el descontrol o la agresión. El diálogo incluye como valor moral el ‘escuchar’, porque sólo a través de la palabra hablada se puede captar la voluntad del otro y entender lo que desea o espera. El valor de escuchar está tan vinculado con la posibilidad de comprensión que utilizan indistintamente la palabra ‘oír’ o ‘entender’ para indicar que han percibido con claridad lo que se les propone. De modo que para arribar a un ‘pensamiento recto’ que pueda disolver los problemas y reponer la armonía, se necesita la comprensión previa de los demás, porque si no la hay, no puede haber equidad.
El desarrollo de la ‘buena voluntad’ es, entonces, el vehículo para insertarse adecuadamente en la comunidad pues permite que los hombres sean seres morales con capacidad de construir la armonía social. De lo que se desprende que en esta cultura dialogal el fin de la existencia humana es la cohesión social, la convivencia pacífica y no el éxito individual, ya sea intelectual, económico o político.
Aunque el entorno natural, el Gran Chaco, no es el más propicio para una vida fácil ya que es una zona selvática, con alternancia de grandes lluvias y grandes sequias, los Wichí no lo sienten como ´lo otro’, el enemigo al hay que hay que dominar sino que se sienten integrados y lo integran a su cultura.
Las leyendas plantean que la realidad no se reduce a lo inmediatamente perceptible sino que el mundo está poblado por entes trascendentes tanto como por seres sustanciales, algunos buenos y otros malos. Esta base mítica habilita el supuesto de que la salud física guarda relación con la ‘buena voluntad’. Los Wichís dicen: ‘Si desaparece mi voluntad, su lugar será ocupado por un dolor’. Esta afirmación se sostiene sobre la creencia de que los dolores son ‘espíritus enfermantes’ que pueden posesionarse del hombre. Pero tal posesión sólo es factible cuando no se cultiva la fuerza espiritual. Es importante remarcar que este principio espiritual benigno que aparece con la vida debe ser desarrollado en la socialización porque de lo contrario se esfuma; no se transforma en malo, en un espíritu negativo o demoníaco, simplemente se desvanece y el individuo queda a merced de las fuerzas naturales sin autodefensa espiritual para las enfermedades.
La experiencia del miedo es el factor principal que rompe la armonía entre la salud física y el principio metafísico y posibilita las enfermedades, de allí que las conductas agresivas y dominantes deban ser disuadidas. El chamán, entrenado para poder dialogar con los espíritus, es el encargado de buscar los medios a través de ‘palabras frescas’ para alejar el temor a fin de restablecer el Husék y así evitar o curar las enfermedades. Para los Wichí el estado espiritual de la persona es el agente fundamental de la posibilidad de salud física, ya que las enfermedades no encuentran viabilidad en un cuerpo guiado por la ‘buena voluntad’.
El ordenamiento social responde a su antropología: para lograr el bienestar de la comunidad se deben respetar los principios dialogales de la ‘buena voluntad’. Consideran que el bienestar social depende de la unión, confianza y cohesión de sus integrantes; mientras que el malestar es consecuencia del egoísmo, o sea, del interés individual sobre el de la comunidad. Los Wichí no niegan las disputas, ni la enemistad, ni la delincuencia pero las explican y combaten desde una perspectiva diferente a Occidente. Sostienen que las conductas negativas responden al mayor o menor desarrollo de la ‘buena voluntad, porque de ella depende una correcta socialización. Todas las relaciones humana conflictivas, deben solucionarse aplicando sus principios, esto es mediante el diálogo, usando ‘palabras frescas’ que convenzan a las partes de desistir de la violencia o la animadversión y propongan, en caso de una ofensa real, un resarcimiento que sea aceptable para ambas partes .Aquéllos que carecen de los atributos de la persona socializada, o sea, que son incomprensivos, desconfiados, temerarios e irreflexivos, que como piensan ‘en forma torcida’ cometen contravenciones como la mentira, el robo, el acoso verbal o la agresión física, son catalogados como delincuentes. En estos casos primero hay que tratar de que el desviado recupere la ‘buena voluntad’, con argumentos conciliatorios y/o la intervención del chamán, pero si no los acepta y continúa apegado a la violencia, no se lo encierra ni se lo mata sino que se lo aleja de la comunidad. A menudo el destino es convertirse en guerrero para defender a la comunidad en otras tierras; Para referirse a lo que denominamos ‘justicia’ dicen ‘equidad’ por eso para preservar a la sociedad no recurren a cárceles ni ejecuciones sino a buscar la ‘sanación’ de las conductas negativas, y si esto no es factible una reubicación positiva.
La antropología Wichi, entonces, demanda que los integrantes de la comunidad actúen de acuerdo con la ‘buena voluntad’, lo que significa que compartan un mismo discurso moral en el que privilegien la alteridad solidaria, el altruismo, la confianza y la comprensión por sobre la individualismo, el egoísmo, la desconfianza y la intolerancia.
Comentarios finales
En base a lo expuesto se puede afirma que hay un saber de la cultura Wichi que aunque parta de leyendas da razones para comprender al hombre y su entorno. Su antropología define al ser humano por su capacidad de comunicación y de alteridad; el pensamiento no gira en torno a la capacidad cognoscitiva como acumulación de conocimientos sino que, al estar vinculado a la voluntad, pone el acento en la razón práctica, al hacer; por eso el conocimiento gira en torno a las necesidades de la comunidad (alimentos, medicinas, argumentos conciliatorios) y a las tradiciones que los unifican. No es una ‘cultura del saber’ en el sentido de dirigir el pensamiento en un proceso que permita tener certeza del conocimiento del objeto que intenta describir, sino que el pensamiento está dirigido a establecer representaciones y relaciones meramente confiables para el desarrollo de la vida. Pero como contrapartida negativa, su axiología no incentivó el desarrollo del conocimiento científico, ni las mejoras tecnológicas, ni el progreso económico, sino la tranquila observancia de las tradiciones ligadas a la naturaleza.
A diferencia de la cultura occidental que desde la modernidad relacionó saber con poder, que concibió a la razón como un instrumento de dominio y posesión de la naturaleza, la sociedad y el hombre, pero sin plantearse qué significaba este progreso del saber para la felicidad del ser humano, para la cultura Wichi, no es separable el pensamiento de la vida. Su filosofía cobra valor como ‘saber de vida’ y no como ‘saber científico’, se refiere al sujeto en vinculación con los otros sujetos en el contexto concreto en el que se despliega la vida.
Sin embargo, esta comunidad, que ha existido y subsistido muchos siglos respetando sus valores, en la actualidad corre riesgo de extinguirse, no por su forma de vida sino por el avance de la colonización y el dominio de la cultura occidental, la del ‘progreso económico infinito’, como dice Hannah Arendt, (1951) que no comparte estos valores y que los sumió en la situación de falta de recursos mínimos en que se encuentran. Ante el desamparo de los Wichí, la respuesta de Occidente es culparlos por no asimilarse a las pautas capitalistas. Pero este desamparo se está extendiendo al resto del mundo porque no sólo la zona del Gran Chaco padece desertificación y falta de agua a causa del descontrol de la expansión económica, ni son sus habitantes los únicos a los cuales el progreso tecnológico impide que puedan desplegar los modos de producción tradicionales que permitían su subsistencia, sino que la globalización, que ha impuesto a las naciones un modelo económico regido exclusivamente por los ‘principios del Mercado’, ejerce su poder en forma cada vez más violenta y destructiva, aumentando la vulnerabilidad de los países pobres y de los colectivos sociales menos favorecidos.
Pero como dicen los Wichí ‘la agresión no se soluciona con más agresión’ sino buscando otras propuestas que permitan encontrar fundamentos y valores para una forma de vida más armoniosa y equitativa. El conocimiento de un saber que postulando una antropología que promueve la paciencia, la comprensión, la solidaridad, la confianza, el diálogo, el respeto por los otros y por la naturaleza generó una comunidad que pudo vivir tranquila durante siglos, muestra otra forma posible de encarar a realidad y niega que la construcción de Occidente, sea la única viable. Y en este sentido la cosmovisión Wichi, aunque no sea un modelo a copiar, es un aporte a tener en cuenta porque posee valores que en nuestro mundo competitivo se perdieron pero que se requieren para que la naturaleza, los seres humanos y las sociedades sigan existiendo.
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