Por Adriana Fernandez Vecchi
No traigo respuestas. Sólo ideas sentipensantes que bostezan desesperadas para plasmar en la realidad el derecho de vivir en paz.
Según Eric Sadin, en el 2010 apareció un fenómeno que se hacía cada vez más habitual y era afirmar hechos sin que fueran certeros, sin que correspondieran con la realidad. Esto se ligaba de alguna manera a lo que se llamaba entre comillas libertad de expresión, y se justificaba dado que, no se obligaba a ser sometida al deber moral de referirse a la veracidad debidamente constatada. Hoy en día esa práctica se refleja en los discursos del odio.Considero que esos discursos desembozaron en la sensación de incertidumbre, de desaliento en las instituciones y revierte en la fragilidad de las democracias convertidas en formas de elección de gobierno y no en acumulación de poder social. Así se propicia una degradación continua del contrato social. Además, los discursos del odio apelan a un concepto de libertad que más bien se parece a la transgresión que a la autodeterminación. Pero esta transgresión, no se refiere a levantar el condicionamiento y convertirlo en una elección para hacer de esa determinación una oportunidad de soberanía, si no que representa una contribución a perpetuar circunstancias que sólo benefician a algunos. Este marco se funda en el postulado que cada ciudadano amerita una atención específica. De este modo, hay una desconfianza en las políticas públicas y se rechaza formar parte de una comunidad política. Sin comunidad política no hay Bien común, sin bien común no hay bien particular y a la vez la facticidad del engaño da como resultado que las metas personales sean imposibles de alcanzar.
Mientras tanto, se suma a la frustración del individuo, gobiernos que cada vez se les hace más difícil la gobernabilidad de la situación. El mundo económico no deja de imponer sus lógicas desmantelando progresivamente todos los logros sociales. Mientras el poder hegemónico busca atomizar las metas políticas, se degrada la cohesión social mutilando los acuerdos para conquistar la autonomía de una sociedad.
De esta manera, el neoliberalismo económico da paso a los libertarios que edifican la fábula del individuo autoconstruido en términos y que según Sadín es indiferente a todo horizonte compartido.
Este marco creciente y un individuo que se imagina definitivamente libre de formar parte del Estado, da paso a la ingenuidad pasiva de considerar que se puede negar todo aquello que conforma una comunidad y los derechos que se logran a través de las políticas públicas.
Quiero citar una un párrafo de Sadin que dice “la afirmación sin freno de uno mismo y la deslegitimación de la palabra del otro, se erigen como una de las reglas dominantes en los vínculos y dan testimonios de formas de aislamiento de nuevo cuño”. Interpretando esta afirmación es la maniobra que resquebraja toda democracia y toda situación política dado que, se diluye la construcción del bien común. Si éste se licua se sobrevalua lo particular entonces, el ciudadano se convierte en público espectador anhelando el bienestar individual resentido de no concretarlo y descargando la culpa en los representantes sociales.
Así aparecen discursos que se organizan con el fin de humillaciones públicas involucrando a personas o discriminando para degradar todo aquello que construya los vínculos intersubjetivos. O bien, se fabula acusaciones a referentes sociales y se los persigue mediante denuncias judiciales que carecen de argumentación y de pruebas.
De esta manera, se gesta un poder que ya no reside en la representación social política sino que más bien se vulnera los contratos y se trata de una nueva era, una libertad de posverdad en donde se pierde todo punto de referencia. Lo verdadero y lo falso se cocinan en la misma olla dando paso a una democracia en peligro.
Las estrategias que ponen en peligro la democracia parece que se anidan en el lawfare. Entonces, se puede considerar que se ha perdido el respeto a la ley para afianzar los intereses de los poderes hegemónicos. Kant afirma que las personas son dignas de respeto. Ser digno significa merecer, es aquello que podemos considerar como algo valioso en sí mismo, que no puede ser menospreciado, ni utilizado como un simple medio. Si las instituciones jurídicas son utilizadas como medio para alcanzar los objetivos como dice Sadin de “un individualismo tirano”, entonces se pierde la dignidad social.
Debemos poner atención a los hechos que están ocurriendo. El foco nos invita a pensar y concentrarnos en salvaguardar el valor de la política pública, el valor del Estado. Apuntar hacia algo concreto y determinado que es exigir que los pactos sociales sean respetados. Trabajar para una apertura hacia los otros. No debemos renunciar a una actividad alternativa de abrirnos y estar despiertos para dirigirnos a cuidar algo que nos ha costado historia y que es nuestra democracia. La dignidad del individuo es formar parte de una comunidad puesto que, nos realiza como seres humanos, fortalece nuestra voluntad de no ser colonizados por un pensamiento que genera la virtualidad de una falsa emancipación, de un narcisismo cuyo aporte es alimentar la vanidad de intereses concentrados.
Detengámonos un momento a pensar la cadena de dichos y de hechos que fisuran nuestra comunidad. Hemos vivido la impunidad, hemos perdido muchos hermanos y hermanas por crímenes de lesa humanidad, dolores de sobrevivientes de Malvinas, deudas económicas que quitan el pan de nuestros hijos, derechos pisoteados o ganados e ignorados.
¿Vale la pena un espectáculo mediático sostenido por una provocación a la dignidad? ¿Podemos cargar con el silencio, siempre cómplice de la injusticia o de la soberbia del poder de los pocos sobre los muchos?
¿Cómo remontar la esperanza? Sólo sé que es preciso insistir en la dignidad soberana que nos debemos