Visión Regional Nº 5 | Abril 2021

Por Ángel Saldomando
(Desde Chile para CEDIAL)

1 LA POLITICA EN URGENCIAS

Cuando aparezca esta nota estaremos muy cerca del 11 de abril o tal vez ya ocurra posterior a esa fecha. En ella se realizan las elecciones presidenciales de Perú, la segunda vuelta en algunas regiones en Bolivia y la segunda de la presidencial en Ecuador. En paralelo se postergaron las elecciones en Chile al mes de mayo, pandemia obliga, lo que las deja apretadas con las presidenciales y parlamentarias de noviembre. En Argentina probablemente se suspenderán las primarias, por la misma razón. Casi todos los países están en estado de implosión pandémica exponiendo con más crudeza aun sus falencias estructurales.
Pero más allá de esta coyuntura, se ofrece una oportunidad para observar el estado de la política en sentido amplio, como tratamiento de la cosa pública y el comportamiento de diversos actores en relación a ella. A lo que se puede agregar la disputa por la construcción de sentido, de acuerdos sociales dominantes sin los cuales ninguna sociedad puede funcionar con algún nivel de consistencia. En esta dimensión amplia de la política, como escenario de la disputa de intereses y proyectos, América Latina aparece como una región particularmente dañada. Exhibimos países con los mayores niveles de violencia, estampidas migratorias que superan regiones con conflictos bélicos, la desigualdad, la corrupción son estructurales, la ausencia de confianza interpersonal y en las instituciones campean en la opinión. Los estudios y encuestas reflejan esta realidad con toda la diversidad que puedan tener. No hay gobierno que, independiente del porcentaje con qué fue electo, finalice con aprobación significativa. Hay excepciones, pocas, pero las hay. Cristina en Argentina, Lula en Brasil entre las pocas. Otros, cuando las tuvieron, las dilapidaron por el camino. La política parece estar en permanente estado de urgencia, sin lograr establecer ciclos virtuosos que más allá de los periodos de gobierno, transmitan avances que se sostengan en el tiempo y se integren en la política y en la opinión como situaciones adquiridas. Y que en el peor de los casos puedan ser defendidas como parte de derechos establecidos. Sin duda que nada es definitivo en la política, como lo demostró el final de la ola progresista, con el agravante que la inserción de la región en una geopolítica dominada por alianzas estructurales entre Estados Unidos y los sectores más retrógrados, nos han dejado expuestos y sometidos a estos vaivenes, a oscilaciones permanentes entre primaveras y tenebrosos inviernos. Desencadenar procesos acumulativos que transmitan avances es quizá más importante que nunca, para la política. Descubrir en qué y cómo es central en cada país.

2.- TIRAS Y AFLOJAS REGIONALES

Hace poco se conmemoró los 30 años de la fundación del Mercosur. La ocasión dio lugar a un encuentro virtual de los presidentes de los países miembros, en él se produjo lo esperado, que cada uno afirmara su enfoque. Sin embargo, hubo una intervención, la del presidente Lacalle de Uruguay, que al pasar calificó al Mercosur como un “lastre” lo que produjo a su vez una respuesta picante de Alberto Fernández de Argentina, indicó que al que no le gustara el barco podía dejarlo. El incidente no pasó a mayores, pero repercutió en diversos medios sobre el estado del Mercosur y sus debates internos. Pero, parece que la cuestión no queda ahí, Uruguay ha solicitado para fin de abril una reunión de cancilleres y ministros de economía para discutir el tema. Sin duda que si el rio suena piedras trae, pero esta discusión tiene varios niveles, uno específico al Mercosur pero también otros que refieren al contexto regional e internacional. A riesgo de simplificar, por razones de espacio, hay que constatar que el Mercosur ha estado siempre tensionado entre su ambición y su realidad. Entre ambos polos, cíclicamente tiene discusiones refundacionales que luego terminan en pragmáticos itinerarios de comercio e infraestructura. Aunque se le atribuyen muchas virtudes políticas y de integración regional, en la realidad lo que prima es su esencia: un acuerdo comercial aduanero que constituye una zona en la que los aranceles y las decisiones por consenso configuran un espacio de comercio intrarregional. En ese marco las diferencias de enfoques, según la sensibilidad de los gobiernos, producen periódicos desencuentros. El enfoque mercantilista del Mercosur choca con las pretensiones más integradoras e industrializadoras, según el gobierno de turno y ello renueva el debate sobre la distribución de costos y beneficios. Las asimetrías son evidentes entre los dos grandes Argentina y Brasil y los más pequeños Paraguay e Uruguay. Y en ese punto estamos ahora, Argentina con su gobierno actual defiende una visión más industrial e integradora, que el anterior había abandonado, cuando los demás socios están en una sensibilidad mercantilista y de apertura. El punto es que ni la industrialización ni la integración avanzan, justo cuando el comercio intrarregional decae, se afirma la exportación primaria y la demanda-oferta China presiona, abriendo los apetitos flexibilizadores y aperturistas y las tendencias de cada uno por su cuenta.
De allí que para unos el Mercosur sea un lastre y para otros un espacio necesario. En los hechos prima más el interés nacional que una visión estratégica y regional, volveremos sobre este punto. Sin embargo, no es todo inmovilismo, el Mercosur ha hecho nuevos acuerdos, desde el año 2000, con diversas regiones y países, desde India a África del Sur. Pero están en un estado potencial dado que no existe capacidad de crear flujos de intercambio de cierta densidad y sofisticación.
Las presiones por debilitar el Mercosur se han intensificado en los últimos años, en coincidencia con los cambios políticos ocurridos en los diversos países y la desintegración de las propuestas de nuevo regionalismo, tales como Unasur y Alba. Las tensiones oscilan entre una intención de mas integración con “inserción afirmativa” hacia afuera, es decir con voz propia, como dice el canciller Solá de Argentina; al “desacople” con la región e inserción en los flujos internacionales desregulados, como sostiene Brasil y Uruguay. De hecho, el BID desde 2019 apoyándose en las sensibilidades políticas de la época en los gobiernos de la zona, tituló su informe sobre el Mercosur “Un cambio necesario”. En él identificó tres escenarios. Uno denominado “el fracaso” identificando al estado actual, el segundo como la “flexibilización” conducente a la integración a las corrientes globales y el tercero como el “relanzamiento”, una redefinición del acuerdo que permita los cambios. Es evidente que se inclinan por el segundo y sino por el tercero. En el estado actual de las iniciativas de integración, de alianzas o acuerdos comerciales, unas 11 existen más o menos nominalmente en América Latina, casi todas están con niveles de parálisis o estancamiento, el Mercosur al menos se mantiene. La cuestión es que tiene algunas debilidades estructurales. Su enfoque mercantil versus el de integración, no es fácil de resolver, ello da primacía a los grupos empresariales versus burocracias empoderadas y Estados comprometidos con proyectos más estratégicos con legitimidad social. El anclaje endógeno integracionista carece de bases materiales sobre las cuales afirmarse. El Focem, fondo de convergencia con 1,548 millones de dólares y 49 proyectos es apenas un embrión de lo que deberían ser proyectos integracionistas de gran escala. La cooperación entre países es escasa, luego de 30 años y sus enfoques no integran ninguna innovación en los grandes temas actuales, transición energética, cambio climático, economía circular, etc. por citar algunos. Sus sectores primarios siguen siendo dominantes con grupos de interés muy conservadores, mientras que las burocracias y los recursos humanos de los países no pueden conectarse con otros enfoques. Existe un centro de investigaciones basado en Montevideo, financiado con proyectos canadienses y otros, con enfoques tradicionales. Por último, aunque los acuerdos comerciales son laberintos oscuros, el Mercosur ganaría en transparencia, rendición de cuentas y debates sobre integración en sus respectivos países. El Mercosur en el siglo XXI es una alianza con potencial, pero con un enfoque obsoleto, el de un capitalismo del siglo pasado. Los discursos no alcanzan y los tiempos son difíciles.

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